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domingo, 31 de marzo de 2019

Vida después de la muerte




Vive intensamente cada instante de tu vida, intensamente, incluida tu muerte. Resulta paradójico que aquellas personas que creen en una vida tras la muerte, detesten a esta, huyan de ella todo lo que puedan, la maldigan como algo ajeno a la vida pues supone su final. (¿?). La vida no se trata de algo poseído en propiedad sino compartido, la vida es una red de la que formamos parte, una red de ayuda mutua entre todos los seres vivos. No somos más que el resto, su muerte si es, ha de serlo por inevitable o por necesidad.
Soy partidario de la eutanasia, seguramente ese será mi final, no puedo saber hoy el cuándo exacto, cuando ya me haya convertido en una carga para los otros o me haya agotado de vivir en estas condiciones, pero sí puedo diseñar el cómo: unos días antes para las despedidas y un último momento rodeado de la familia, si no me veo obligado a morir en soledad porque la eutanasia todavía sea delito. Dicho esto, en el mejor de los escenarios, el de mi salud mental, está más que claro que ese es mi deseo si en el camino pierdo la cabeza, espero que entonces nadie se oponga a esta voluntad. Eutanasia y vida no se oponen. Optar por ella no supone renunciar a una defensa de la vida y a un papel de colaboración con ella más allá de una vida digna.
Una vez haya muerto no tiene por qué acabar mi presencia en la vida, por ejemplo, donando el cuerpo para la ciencia, en especial el cerebro. Aportar ese cuerpo sin vida para facilitar la preparación de los futuros médicos y mejorar su capacidad para la mejora y mantenimiento de la vida. La segunda opción es la donación de órganos para los trasplantes, tú seguirás viviendo en otro que continuará haciéndolo gracias a ti. La vida ha de ser un permanente intercambio de gases y material orgánico con el medio externo. La generosidad no tiene por qué acabar con tu muerte. Para dar estos pasos no es necesario esperar al momento final, ya podemos hoy dar el principio de estos a través del testamento vital.
Ese aporte vital no tiene por qué finalizar cuando se hayan ejecutado algunas de esas decisiones tras nuestra muerte. Hasta ahora solo hay dos alternativas para dar fin al cuerpo humano, el tradicional entierro con el cuerpo encerrado en un ataúd dentro de una sepultura ocupando cada vez más espacio, o mediante la cremación. Ahora en USA, en el estado de Washington, está a punto de aprobarse una tercera opción, elcompostaje humano. Una opción mucho más económica y ecológica, fabricar compost con cadáveres humanos. Una opción que asumida plenamente puede humanizar la celebración de la muerte que la hemos externalizado dejándola en las únicas manos de profesionales. El inicio del compostaje se haría cubriendo el cuerpo con paja, alfalfa y astillas de madera, ritual que podrían realizar familiar familiares y amigos. Es difícil encontrar un lugar tan frío como un tanatorio, el compost humano ofrece la oportunidad de vivir y celebrar la muerte de una manera más cercana y humana.
Formamos parte del ciclo de la vida, cualquiera de las posibilidades enunciadas es continuar formando parte de ese ciclo más allá del instante de nuestra muerte. Recuerdo que al principio de este escrito se empezó con la eutanasia, que para parte de esta sociedad es algo que se opone a la vida, cabría preguntarse qué final es el que más se le opone. La eutanasia solo quiere acabar con la indignidad de la vida y podemos, después de este final, dar una nueva oportunidad a esa vida sabiendo que no somos el ser vivo más importante de ella.

martes, 19 de marzo de 2019

Sentirse querido





Hace unos domingos tuve una experiencia maravillosa, creo que para todo el mundo, pero mucho más para personas como yo incapaces de andar: volar, sentirse flotando en el aire tocando el cielo. Lo hice en un parapente biplaza. Bien amarrado a un sillón delantero al que fui pasado en volandas por un grupo de amigos. El aparato arrancó como un avión para metros después despegar, romper a volar. Hoy cuenta el placer de volar una persona como yo, miedosa por naturaleza, con fobia a las alturas en las que siempre, salvo cuando he viajado en avión, he sentido vértigo y que en ocasiones me han generado ataques de pánico. Puede que sea la edad la que me ha enseñado la tranquilidad, a controlar esos ataques o sencillamente desde el principio confié en la propuesta que se me hacía y que, por lo tanto, fue posible que en ningún momento sintiera miedo. Sorprendente para un miedoso como yo.
Unos meses antes un antiguo alumno contactó conmigo. Cuando me refiero a un antiguo alumno lo digo con una absoluta certeza, se trataba de un alumno que tuve treinta años atrás y al que no había vuelto a ver desde entonces. Fue un solo curso escolar, él entonces tenía catorce años y hoy acaba de cumplir los cuarenta y cuatro. La propuesta me dejó descolocado, se trataba de un gesto tan bonito y de una proposición tan seductora que me era imposible decir que no. Ni siquiera se me pasó esa posibilidad por la cabeza. Ya entonces, desde el primer minuto, me sentí volando.
En noviembre de 1999 tuve el primer brote de la esclerosis múltiple, la enfermedad que me ha llevado a la gran invalidez que hoy me mantiene posgrado. Fue un duro golpe que ha cambiado, de hecho, mi vida. Si se me hubiera preguntado en ese momento por mi futuro, a pesar de mi buen ánimo, yo hubiera contestado con negatividad. La vida se había acabado para mí, en el tiempo que me quedaba por delante lo que tendría que hacer era únicamente aceptar mi invalidez y dejar pasar los días. Lo que no había recibido ya no me llegaría, lo que no había hecho ya no podría hacerlo. Me había tocado la cara dura de la vida en la que había que pensar ya en una sola cosa: la muerte.
Pero esto no deja de ser una simplificación, la vida no es así, con una sola cara para mostrar. En mi caso quizás nos encontramos ante una pelea conyugal, el dios de la vida decidió hundirme en la miseria mientras que la diosa de la vida no compartió ese veredicto, quizás yo no merecía esa decisión y la mujer se apiado de mi existencia y decidió regalarme lo más preciado que pueda haber: amor. Mi vida, desde entonces, se ha ido regando de gestos de cariño. En esos gestos hay una persona fundamental: mi mujer. Ella se ha ocupado de llenar mi vida de lugares, momentos y puentes, puentes para facilitar el desembarco en ella de amigos nuevos y antiguos, en este caso destaca para mí el nombre de uno que ha salvado el puente para desde hace años entrar en mi vida actual como un relámpago e instalarse en ella en un lugar que parecía tener reservado desde antaño. No era plenamente consciente antes de esta marabunta del valor de la amistad y en especial de la amistad que desde mi juventud me ha rodeado, amistad que se ha hecho presente en forma de gestos, dádivas y palabras. Pero no todo tiene la autoría de mi mujer, también la diosa de la vida se ha ocupado de que, sorprendentemente, se me hayan hecho presentes antiguos alumnos que tuve brevemente hace más de veinticinco años y que hoy, para bien, me recuerdan y han deseado dejar constancia de ello. Alumnos que entonces tenían ocho o trece años y hoy, en la madurez de sus vidas, han buscado un hueco para recordar a este viejo chocho que hoy solo sabe responder con el llanto. He de decir que hoy no solo he recibido, también he hecho cosas que quizás en el pasado, de haber permanecido tal cual, no hubiera llegado a hacer, he escrito, me han publicado libros y me ha dejado libre el tiempo simplemente para sentir la emoción del querer y ser capaz de expresarla.
Pero la pelea conyugal no ha cesado, en este momento continúa; el dolor y la alegría, el drama y la comedia, permanecen en puja, pero a pesar de todo soy feliz. No comprendo las bendiciones que recibo, en la vida he intentado no hacer el mal y no hacerlo mal, pero siempre me he sentido lejos del aplauso, no he comprendido las sorpresas recibidas como tampoco los halagos que me hayan dicho, ante eso casi lo único que sé hacer es llorar. Sentirse querido es sanador, lejos de mí el pensar que voy a recuperarme físicamente de la enfermedad que padezco, pero sí estoy convencido de que la forma en como voy a sobrellevarla será muy distinta para mí y para todos los que me rodean. La diosa de la vida hoy por hoy se impone.

domingo, 10 de marzo de 2019

Pero si volar




Gracias a José Manuel y a Ángel

Mis manos y mis pies ya no me responden, el número de tareas que puedo hacer es cercano a cero. Dicho así parece una situación dramática… en realidad lo es, pero el amor y algo de azar hacen posible que dentro de ese drama puedan surgir tiempos de luz.
Ella, solo hay una ella, busca sin cesar momentos de sorpresa y alegría, momentos que rompan la rutina extrema que gobierna mi vida, tiempos de luz y gloria que hagan volar mi esperanza.
La música que habita mi casa desde entonces, pero en especial el amigo que lo ha hecho posible, amigo que ha vuelto a mi vida y demuestra con ello que el tiempo pasa, pero no arrastra todo consigo y deja todo atrás sin posibilidad de volver. Volar hacia los nombres que construyeron mi pasado para que ayuden a cerrar las grietas del presente.
 Nombres de niñas y de niños que pusieron una sonrisa en mi boca y que me hicieron soñar la utopía de ser alguien significativo en sus vidas y que hoy, ya adultos, hagan que mi mente crea que esa utopía no era una ilusión sino una realidad. Puede ser que yo me engañe, pero hay algo que no es engaño sino realidad, esos nombres sí son significativos en la mía. Gracias a ellos voy convenciéndome de que hice algo más que ocupar mi tiempo, puede volar mi conciencia hacia aquel lugar en el que se asienta tranquila.
Me desmoronaría si las amistades me hubieran abandonado, cada ladrillo iría dejando un agujero cada vez mayor. Aun así, me sentiría incompleto si no se hubieran ido incorporando a mi vida más personas. El ser es un continuo proceso de arquitectura que sólo debe cesar con la muerte, únicamente así vuelan sueños más allá de lo que somos.
Mis manos y mis pies ya no me responden, únicamente muevo la cabeza. Mi vida es la inmovilidad, no puedo andar pero sí puedo, en su estricto sentido, volar.