DE
PRINCIPIOS Y FINALES
La naturaleza no hace nada sin propósito o sin
utilidad.
ARISTÓTELES
El hombre necesita un duelo para poder
curar las heridas, y el duelo necesita un tiempo para poder desarrollarse, sin
embargo no siempre esto es posible en la esclerosis múltiple en la que la
progresividad del deterioro no tiene plazos claros, no hay un calendario
marcado, previsible, con el que poder contar. Se trata de vivir en la
incertidumbre.
La vida con la esclerosis múltiple es una
montaña rusa permanente en la que nunca sabes como será la siguiente pendiente
de descenso, hasta dónde bajarás, hasta dónde llegarás a subir después, qué
altura recuperarás, si podrás evitar esa sensación en el estómago cuando te
encuentras en caída libre, si podrás evitar el vértigo. La caída te asalta por
sorpresa, el hormigueo en las manos, especialmente en las yemas de tus dedos,
la mano que no puedes controlar, esa pierna que arrastras, esos músculos que no
te permiten ponerte en pie, la orina que no puedes contener, el pene incapaz de
erguirse y de eyacular. ¿Cuándo parará? ¿Qué re-cuperaré? ¿Podré recuperar mi
vida anterior? ¿Cómo será en adelante? Subidas y bajadas día a día, hora a
hora.
La pérdida se produce de repente, sin
previo aviso; de la noche a la mañana no percibes aquello que estás tocando, el
mero tacto te resulta desagradable, tienes un manojo de alfileres concentrados
en la yema de tus dedos. ¿Cuándo fue la última vez que pudiste acariciar con
placer y deseo un cuerpo desnudo, con la alegre parsimonia de quien gusta
demorarse en el deleite? ¿Cuándo la última vez que tus manos lo hicieron con la
agitación propia de la excitación y el estremecimiento cuando ellas son las que
dirigen, quieren buscar y sentir, hallar y robar? La última vez se difumina en
el pasado, ocurre sin llegar a ser consciente de ella, cada vez puede llegar a
ser la última, cada momento un final.
Tantas rutinas menores que desaparecen
sin poderte despedir de ellas: el vaso que puedes levantar sin derramarlo, el
botón que eres capaz de introducir en el ojal, el último paseo, la última vez
que conduces, el último baño en el mar, la última ducha autónoma, la última vez
que pudiste orinar de pie, la última masturbación, el último coito.
Vivir en un permanente e hipotético final
puede ayudar a valorar cada momento, cada acción, cada rutina por pequeña que
sea, aquello que parece carecer de importancia, una cosa menor y que hemos
aprendido que podemos perder. Establecerse en el triste placer de la despedida.
Los finales siempre suponen unos
principios. La primera vez que te ayudas para caminar con un bastón o unas
muletas, al principio, quizás, como compañeras ocasionales, más adelante como
permanentes. La primera vez que te trasladan en silla de ruedas, pendiente de
los ojos de los demás, de la expresión de su cara, de sus palabras cuando se
topan contigo. Las primeras veces llevas la silla de ruedas no tanto debajo de
ti sino dentro de tu cabeza, solo cuando la cambias de lugar llegas a
comprender sin rencor el beneficio que te supone. Es muy difícil no vivenciar
esas primeras veces de esa manera, sin la percepción de que te estás
desmoronando, sin sentir que tu futuro se acaba; la primera vez que utilizas un
pañal, la primera vez que has de ser lavado desnudo en la cama, la primera vez
que han de sondarte, la primera vez que te dan de comer, que te han de vestir.
Vas tomando conciencia a golpes de una palabra: dependiente.
LAS RENUNCIAS Y LOS DUELOS.
Lo que importa no es lo que la vida te hace, sino lo
que tú haces con lo que la vida te hace.
EDGAR JACKSON
EDGAR JACKSON
Sí, toda pérdida exige un duelo, un
proceso de adaptación emocional que exige el tiempo necesario para la
elaboración de la pérdida. Nos encontramos con un problema evidente, en la
esclerosis múltiple podemos encontrarnos con un proceso continuo de pérdidas,
una continuidad que podría tener un aspecto positivo, la posibilidad de la
anticipación, la preparación previa al momento de la pérdida que puede ayudar a
asumir esta. Sin embargo, esa continuidad supone un riesgo: el objetivo de la
elaboración del duelo ha de ser la cicatrización de la herida, hablamos del
proceso desde la pérdida hasta su superación; la anticipación en nuestro caso
supone el riesgo del preduelo inútil, no sabemos cuales serán las pérdidas,
podemos llorar pérdidas que no se darán, y podemos encallar en un proceso de
duelo permanente en el cual no se llega a superar la pérdida en la medida en
que no manejamos una pérdida concreta sino una pérdida existencial que nos
desborda. El duelo ha de ser terapéutico, llegar a la curación; el duelo
permanente, que no tiene fin, es, sin embargo, patológico, genera una nueva
enfermedad.
Se trata de saber renunciar a ello.
Renunciar no es abandonar voluntariamente aquello que se pierde, el abandono se
hace por pura necesidad, pero al mismo tiempo conlleva una aceptación del
hecho, no una resignación fatalista, sí una aceptación tranquila. No es
cuestión de renunciar a la esperanza, sí lo es de no esperarla. No añorar el
pasado ni ansiar el futuro, no vivir en el lamento ni depender de las
ilusiones. El día de mañana puede ser o no ser, no cerrar la puerta a la
posibilidad de que lo sea ni vivir pendiente de su llegada.
La correcta elaboración del duelo exige
su exteriorización, su manifestación externa. Reprimirla es negar la pérdida y
con ella impedir la adaptación a la nueva realidad. Resolver el duelo requiere,
en primer lugar, aceptar la realidad de la pérdida, admitir que puede suponer
un fin pero también un principio. Aceptar no es negar, al contrario, se trata
de sentir la pérdida, el dolor que trae y todas las emociones que conlleva. Es
percatarse de cada una de ellas, tomar conciencia de las mismas y
verbalizarlas, sacarlas de dentro, racionalizarlas en la medida de lo posible.
Darles forma a través de la palabra, compartirlas, transmitir y escuchar. Este
acto es la toma de tierra que nos puede proteger de una sobrecarga emocional.
Superar el duelo es aprender a vivir con
la pérdida. De alguna manera reinventarse y reinvertir la energía emocional en
esas nuevas formas, en nuevas rutinas, en la nueva vida, en el nuevo yo.
DE SUSTOS Y DE TIEMPOS
Añorar el pasado es correr tras el viento.
Proverbio ruso
Cada principio es difícil que no suponga
un susto. Sustos que en un principio, afortunadamente, si todo se recupera, se
logran olvidar. Conforme la enfermedad avanza (si avanza) estos se repiten y
puede que uno no termine de superarlos del todo pero sí a convivir con ellos.
Sustos para todos. El afectado por la enfermedad no es solamente el enfermo
sino también los familiares que conviven con él. El susto del primer brote y de
cada uno de los siguientes, el del diagnóstico, la primera vez que te ves, te
ven, en silla de ruedas, la primera vez que te caes, la primera vez en la que
no te puedes levantar a pesar de todos los intentos, la primera vez que te
haces tus necesidades encima, la primera vez que te ves con pañal, la primera
vez que tienen que darte de comer. Es la vuelta al niño que fuiste y que ellos
no vieron. El encuentro con una realidad que no sospechaban. El futuro que se
viene encima para cada uno de los afectados, sueños que se desmoronan, realidad
y presente que se agiganta.
¿Cómo asume cada uno de ellos esa nueva
realidad? Cada uno tiene sus fuerzas, sus proyectos y expectativas, su propia
manera de enfrentarse a la vida, sus necesidades, sus tiempos. El tiempo para
asumir la enfermedad, el tiempo para nombrarla e incluso para escuchar su
nombre. La estrategia del avestruz no es tanto propia de ese ave sino
especialmente del ser humano. La realidad no desaparece porque se niegue. La
negación no deja de ser una obsesión más por mucho que se intente mantener
enterrada. Es la naturalidad la norma a seguir desde el principio, sin forzar
pero sin evitar.
La verdad tiene muchas caras pero no se
puede ni se debe enmascarar, envolverla para hacerla presentable, sí humana
pero difícilmente dejará de ser cruda. Un padre en el suelo imposible de
levantar es crudo como crudo es también un padre desnudo y manchado de
excrementos. La realidad no hay que hacerla entrar por los ojos por la fuerza,
llegado ese momento no es la foto que quede grabada lo que marcará en adelante
sino más bien la actitud que se muestre en ella, el comportamiento que se
tenga. La imagen es cruda y encuentra difícilmente consuelo pero se produce
cierto alivio si la respuesta del hijo es serena, si es él el que te invita al
ánimo. Cada persona necesita su tiempo, tiempo que no hay que forzar ni
demorar, se trata de un proceso de cultivo en el que, aunque parezca
sorprendente, pueden darse frutos, el de una mayor madurez y una mayor
humanidad, una especial sensibilidad con el desamparado, una mayor empatía con
el prójimo.
¿Riesgo? Mientras ese tiempo transcurre,
uno evidente, el de la soledad. La sensación de que no eres comprendido, de que
te enfrentas en solitario a lo que te ocurre, que las fuerzas te fallarán. Un
riesgo que, además desde la entereza y una cabeza fría, solo puede afrontarse
desde el apoyo mutuo, con la búsqueda de cobijo allá donde sabes que serás
comprendido, que no será necesario que des dos explicaciones, no desde la
igualdad de síntomas y sentimientos pero sí desde un punto de partida similar,
desde unas circunstancias parejas. Eso sí, una soledad que nunca te abandonará
del todo, que por muy grande que sea el círculo que te rodea e intenta
protegerte las vivencias serán tuyas y eres tú el que las tendrás que bandear,
serán los otros los que te ayuden a crecer en tu yo pero será ese yo el que
tenga que solventar por sí mismo la situación.
Mi querido amigo, siempre eres un referente de los procesos de consciencia, de la aceptación, de la acogida de tanta renuncia impuesta, tu capacidad de compartir todo esto que trasciende, está más allá de las resiliencias conocidas por mí, provocándome un profundo reconocimiento amoroso, de asombro y de agradecimiento porque lo que describes está muy lejos de reflejar el dolor y rabia del sufrimiento existente, es la sabiduría que nutre cada quartz de tu pensamiento ya transformado en un puro trascender permanente, y nos vas haciendo cómplices de las verdades al desnudo cuando en ese vaciamiento de sí, en el que estás irremediablemente solo pero del que vas haciéndote "pan de vida por compartirla con tod@s nosotr@s" porque estás iluminando el tunel más profundamente oscuro y temido como es la pérdida de toda independencia. Tu atrapamiento no te impide crecer, tu pensamiento transciende en otras coordenadas de tiempo,lugar, sentidos y valores.... Como si me estuviera tomando una copa de vino contigo, te hago presente frente a mí en un intercambio de miradas, y segura del amor que te sostiene, desde el que salen ráfagas de humor apostando contra toda desesperanza, sólo me sale del alma decirte ¡¡perdóname por pedirte que no desfallezcas...porque es muy grande lo que compartes con nosotr@s ¡¡gracias maestro!!
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