Es cierto que cuando me confirmaron tu
nombre, aunque lo disimulara, aquello pesó como una losa sobre mi. No era la
primera vez que lo escuchaba, de hecho
me eras bastante familiar, pero aún así he de reconocer que me asusté.
Ahora que nos conocemos bien, pues llevamos años compartiendo vida, cuando te
miro, en mi mirada más que miedo creo que hay tristeza. Si tengo que ponerte
una imagen, más que el esqueleto vestido de negro y con la guadaña al hombro te
imagino como el verdugo de Berlanga llevado a rastras hasta la habitación donde
el garrote vil le está esperando para
que ejerza su oficio. De vez en cuando te asomas a verme y percibo en tus ojos
una mezcla de culpa y tristeza, como si con ellos pretendieras pedirme perdón
por la situación a la que me encuentro abocado.
Tranquila, reconozco que hubiera preferido no conocerte pero lo
hecho hecho está, aquí estamos los dos, tú pegada a mi. Mi vida ya no la
comprendería sin ti, tú y yo somos uno solo y junto a la importante decadencia física a la que te
ves obligada a llevarme, tengo que decirte que he llegado a encontrar flores
entre el estiércol. Contigo parecen haberse ido las conversaciones estúpidas,
los temas banales, es cierto que nunca he sido dado a ello, de hecho esa
incapacidad creo que me ha convertido en un tipo bastante aburrido. Uno no
puede ir por la vida siempre con temas profundos, trascendentes, en esos
momentos mejor ahuecar el ala y desaparecer, pero así he sido y así
han venido dadas las cosas; tu compañía parece haberme otorgado cierta
justificación para ese comportamiento. El tipo parco y aburrido da la impresión
de haber adquirido un aura que con razón o sin ella se encuentra autorizado
para manejarse en esos temas. Al petardo le está permitido serlo y hasta, a veces,
es escuchado con interés. Calladamente tú te encuentras agachada a mi lado transmitiendo una visión
de la vida que sin ti difícilmente hubiera elaborado. Esa visión de la vida
tiene, quien lo diría, algo más de oriental que de occidental, el movimiento de
mis piernas parece haber desaparecido, de tal manera que un metro puede haberse
convertido en una distancia insalvable.
Ante esta situación o te adaptas a ella o mueres. La vida mantiene su ritmo, no
se detiene por el mero hecho de que tú te encuentres confinado a una silla de
ruedas, si antes no parabas ahora te ves obligado a hacerlo, si antes todo era
urgente ahora no lo es casi nada. Todo sigue igual que antes pero tu
perspectiva ha cambiado, lo que antes era pura celeridad ahora es una vida lenta.
No puedo mentir, esa lentitud es cruel, penosa, a menudo vivida con impotencia,
pero paradójicamente he de reconocer que me ha otorgado cierta paz. El
transcurrir de la vida tiene otra medida, en ella nada es fundamental pero todo
es importante, cada detalle tiene sentido por mínimo que sea. En ese enorme
tiempo que es vivir nada urge pero todo merece la pena. Puñetera amiga, tú me
has dejado aquí parado y no te despegas de mi, supongo que no será
arrepentimiento pues ya es familiar para ti, es posible que sólo sea el intento
de una simple compañía, de no dejarme solo. No has de preocuparte, aunque te
fueras yo no te olvidaría. Es ese cuerpo que se me ha ido el que se ha
convertido en el protagonista permanente ya que lo veo reflejado en el de
otros. Basta con una mirada para sentir que me está diciendo “aquí estoy”,
basta con un ligero contacto de las yemas de unos dedos para sentir que está
reviviendo. Un cuerpo que por momentos va más allá de un simple armazón. Te veo
intentando armar lo que tú has desarmado, pero no sabes, eres incapaz de
hacerlo. Veo que esa arena con la que intentas rehacerme se te continúa
resbalando entre los dedos y con ella también resbala mi cuerpo, ese quejido
silencioso que sueña con rehacerse en otras manos. Es tan poco lo que necesita
y tan pequeño lo que le da alegría. Es tanto lo que se le ha quitado y tan
mínimo con lo que ahora se contentaría. Me has hecho un completo dependiente al
que le bastan muy pequeñas cosas para sentirse feliz: la ternura de unas manos
acariciando mis mejillas, la mirada de unos ojos que se cruzan y que se dicen
lo que es difícil decirse con palabras, otras manos intentando dar calor a mis
manos ateridas de frío y dar forma a unos dedos encogidos. Es tanto lo que los
ojos y las manos son capaces de decir y es un lenguaje tan perdido por
nosotros. Me has hecho especialista en ese lenguaje no verbal precisamente
ahora que mis manos ya no pueden transmitirlo, anhelo recibirlo pero soy
incapaz de darlo. Me has convertido en especialista en los detalles pequeños
capaz de percibir las pequeñas y
devaluadas virtudes: la ternura, la piedad, la empatía. Me has hecho
dueño de mis silencios, los has convertido en tiempos para el sosiego o en
momentos para el pensar. Jodida amiga, he de reconocer que contigo me ha
llegado cierta felicidad, aquella que desconocía y por la que tú al mirarme,
puñetera amiga, esbozas una ligera sonrisa de satisfacción.
Jesus has llegado a lo más hondo de mi ser.Yo no sabría describir esta -nuestra situacióm- como tú lo haces.Gracias y recibe un fuerte abrazo.
ResponderEliminarGracias, Carmen. Hay amistades que uno puede desear no haberlas conocido, pero cuando no se desprende de tu lado conviene aceptarlas y encontrar su lado bueno si es que lo tiene. En este caso me fastidia un poco admitir que sí lo tiene. Ella y yo ya nos estamos cogiendo hasta confianza.
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