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martes, 30 de octubre de 2018

ENRIQUETA, EL OGRO Y LAS 1.001 NOCHES.


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Enriqueta era una niña traviesa y decidida que un buen día salió a pasear por el bosque espeso y tenebroso que había al lado de su casa. Sus padres no querían que se adentrase por él pero ella, cabezona como era, (traviesa, decidida y cabezona) no les hizo caso y esa mañana, deseosa de aventuras, se lanzó a  internarse entre las oscuras sombras que formaban sus árboles. Se paseó saltando y cantando durante toda la mañana y cuando consideró que iba siendo la hora de comer decidió regresar a su casa pero al poco del camino de vuelta se dio cuenta que no lo encontraba, que se había perdido, que era muy despistada (traviesa, decidida, cabezona y despistada) y no se había preocupado de ir señalizando el camino por donde pasaba. Pasaron las horas y seguía sin dar con la senda adecuada. La noche fue cayendo hasta formar un negro lienzo a su alrededor. Enriqueta, aunque era valiente (traviesa, decidida, cabezona, despistada y valiente) comenzó a sentir que las piernas le temblaban y los dientes le castañeteaban, nunca había pasado tanto tiempo perdida y sola, sus padres estarían preocupados y, lo peor, cuando volviera a casa le caería encima una buena regañina.
El tiempo transcurrió y la noche se fue cerrando a su alrededor y es entonces cuando escuchó una irónica y potente carcajada sin llegar a descubrir de donde provenía. Enriqueta miró hacia un lado, hacia otro pero nada y a nadie encontraba. Y la carcajada volvió a sonar. Enriqueta de nuevo miró hacia un lada, hacia otro pero continuaba sin encontrar ni nada ni a nadie. Pensó en seguir andando pero por tercera vez escuchó la carcajada atronadora y esta vez, junto con ella, descubrió una pierna enorme asomar de entre los árboles. La carcajada volvió a sonar y una figura enorme se presentó ante ella, una figura enorme, fea y desaliñada. Enriqueta quedó paralizada pero no tanto por miedo como por curiosidad, porque ella era muy curiosa (traviesa, decidida, cabezona, despistada, valiente y curiosa). Mientras observaba con extrañeza al ogro, pues ese ser enorme, feo y desaliñado era un ogro, éste se iba acercando a ella paso a paso. Una mirada y un paso, otra mirada y otro paso, así hasta que se encontró delante de ella, a un solo paso de distancia. Enriqueta le miró sorprendida de arriba a abajo y de abajo a arriba, nunca había visto un ser de ese tamaño y tan horripilante. El ogro no tuvo ningún problema en capturarla y ponérsela debajo del brazo, tampoco opuso resistencia Enriqueta porque pensó que al menos algo le daría de comer y es que la niña era una comilona (traviesa, decidida, cabezona, despistada, valiente, curiosa y comilona).
En cuanto llegó a su casa el ogro se puso a preparar la comida, aunque había desayunado y comido el ogro era un hambrón por lo que se dispuso a preparar la cena (enorme, feo, desaliñado y hambrón). Encendió la cocina, llenó una olla de agua, la puso al fuego, cogió a Enriqueta de las piernas y se dirigió con ella hacia la olla para ponerla a cocer.
- ¡Alto! ¿Dónde vas? ¿Qué vas a hacer? – gritó Enriqueta un poco horrorizada por lo que presentía y otro poco (bastante) enfadada.
- ¡Qué va a ser, cenar, ya es la hora! – le respondió el ogro sorprendido del desconocimiento de esa niña.
- ¿No irás a hacerlo sin escuchar antes un cuento? – le indicó ella, porque Enriqueta, además de todo era ingeniosa (traviesa, decidida, cabezona, despistada, valiente, curiosa, comilona e ingeniosa).
-¿Qué cuento? – preguntó asombrado el ogro.
- El que te voy a contar, pero si me echas en la olla no podré hacerlo – contestó Enriqueta.
El ogro, algo perplejo, la depositó en el suelo y se sentó una silla.
- ¡Venga ese cuento que tengo hambre!
Y Enriqueta comenzó a contar una larga y triste historia mientras el ogro primero comenzó a hacer pucheros para luego romper a llorar desesperadamente, y es que era un sentimental (enorme, feo, desaliñado, hambrón y sentimental). Esa noche el ogro cenó acelgas cocidas.
Al la noche siguiente, después de haber pasado todo el día fuera de casa, el ogro volvía saboreando la ternura de la carne de Enriqueta, el gusto que adquiriría con las especias y la extraordinaria sensación al metérsela entre sus labios. Con todo ello se le hacía la boca agua. Cuando llegó, encontró a Enriqueta sentada en la mesa de la cocina y echando un solitario.
- ¡Diablos! ¡ Qué ganas tengo de llevarte a mi boca! – y tal como entró, cogió a Enriqueta de sus pies y se precipitó con celeridad hacia la olla que por la mañana había dejado preparada.
- ¿Pero dónde vas, tragón? ¿Y qué pasa con el cuento? – le recriminó Enriqueta mientras se dirigía cabeza abajo hacia la lumbre.
- ¿El cuento? – exclamó el ogro quedándose clavado en el suelo.
- El cuento recuento de antes de la cena – le respondió Enriqueta con un ligero tono cantarín.
Algo contrariado el ogro la depositó en el suelo, se sentó en la silla y se dispuso a escucharla. Y Enriqueta ideó esta vez una divertida historia llena de chistes y chascarrillos. El ogro reía y reía cada vez más sujetándose la tripa y levantándose de vez en cuando para poder respirar y es que tenía mucho sentido del humor (enorme, feo, desaliñado, hambrón, sentimental y con humor). Esa noche cenó judías verdes… cocidas.
En la tercera noche, nada más entrar en casa el ogro se sentó directamente en la silla, puso las palmas de sus manos sobre las rodillas y, sin decir nada, se quedó mirando a Enriqueta, ésta, al verle, sonrió y comenzó una nueva y siempre larga historia. El ogro la observaba con una leve sonrisa en la cara que unas veces se acentuaba y otras se humedecía con el apunte de unas lágrimas en sus ojos. Y es que el ogro era un romántico (enorme, feo, desaliñado, hambrón, sentimental, con humor y romántico). Esa noche cenó coliflor… cocida.
En la cuarta noche Enriqueta se decidió a narrar un cuento de miedo lleno de fantasmas y de brujos y brujas. Sorprendentemente, el ogro se puso a temblar, se tapaba los ojos, se tapaba la boca, se tapaba los oídos, se tapaba la cara entera, y es que, sin esperarlo, resulto que era un poco miedoso romántico (enorme, feo, desaliñado, hambrón, sentimental, con humor, romántico y miedoso). Esa noche cenó zanahorias… crudas.
A partir de entonces, cada noche, el ogro no dejó de amenazar con cocinar a Enriqueta y comérsela, pero cada vez más aquello se convirtió en un simulacro que hacía por hacerlo, por no perder autoridad, por cumplir su papel, pero la verdad es que había llegado un momento en el que ya no hubiera podido pasar sin el cuento de Enriqueta y cada vez más esa niña traviesa, decidida, cabezona, despistada, valiente, curiosa, comilona e ingeniosa, le iba resultando simpática, muy simpática. Se fue dando cuenta de que ya no podía pasar sin el cuento y de que tampoco podía pasar sin ella.
Enriqueta por su parte no dejó, noche tras noche, de ingeniar nuevas historias y de ir descubriendo que tras ese rostro de ogro enorme, feo, desaliñado, hambrón, sentimental, con humor, romántico y miedoso, se escondía también un ser bastante bonachón; y cansada como estaba de verlo cenar todas las noches verduras crudas o cocidas empezó a enseñarle todos los días a cocinar, a rehogar, a hornear, a saltear y a gratinar, y es que Enriqueta además de traviesa, decidida, cabezona, despistada, valiente, curiosa, comilona e ingeniosa y simpática, también era buena cocinera.
Así pasó un día y otro, una noche y otra y tras ellos las semanas, y tras ellas los meses, y tras ellos los años, así hasta mil y una noches, es decir, casi tres años, es decir casi treinta y tres meses, es decir, ciento cuarenta y tres semanas, es decir, mil y un días. Enriqueta se había convertido en una jovencita bonita y madura sin dejar de ser como era, es decir, traviesa, decidida, cabezona, despistada, valiente, curiosa, comilona, ingeniosa, simpática y buena cocinera; y el ogro, además de enorme, feo, desaliñado, hambrón, sentimental, con humor, romántico, miedoso y bonachón, había empezado a ser educado.
- He pensado que quiero vivir contigo – le dijo el ogro una mañana.
-Te advierto que tengo para poco caldo – le respondió Enriqueta con una sonrisa en la boca. El ogro ya hacía tiempo que había dejado de intentar hacer consomé con ella por lo que también sonrió ante su respuesta. –Habrá que decírselo a mis padres.
- Habrá que decírselo –contestó el ogro.
Se dispusieron a desandar el camino que tanto tiempo atrás recorrió Enriqueta y a comenzar una nueva vida repleta de historias y poesía y bañada de verduras y pasta al dente y es que el ogro se había vuelto vegetariano. Enorme, feo, desaliñado, hambrón, sentimental, con humor, romántico, miedoso, bonachón, educado y vegetariano. Enriqueta dedicó un día entero a adecentarlo para que sus padres no se asustaran al verlo. Limpio y arreglado el ogro resultaba hasta guapo. Enorme, hambrón, sentimental, con humor, romántico, miedoso, bonachón, educado, vegetariano y un rato guapo. Y allí fueron los dos, sentimentales, traviesos, con humor, decididos, románticos, cabezones, bonachones, valientes, educados, curiosos, vegetarianos, comilones, buenos cocineros, ingeniosos, simpáticos, guapos y… enamorados.





jueves, 25 de octubre de 2018

Abstracción





Encontrarse incapacitado prácticamente para todo supone un drama del que es muy difícil evadirse, las piernas y los brazos pesan aunque no pueda moverlos, se encuentran presentes haga lo que haga, esté donde esté, piense lo que piense, siempre… o casi siempre. Hace unos días asistí a un concierto de jazz y por algo más de una hora dejaron de existir, la música comenzó a sonar y la magia se desplegó, las notas me envolvieron y por un tiempo dejé de pensar. El pensamiento, arma de avance y retroceso, de ataque y defensa, de cordura y locura. Todo desapareció salvo la música, había llegado el momento de abstraerse, de lanzarse a esa piscina sonora y volver a estar completo. Suena la música, cierras los ojos, el mundo tiene sentido. Suena la música, tú te encuentras solo, eres el único espectador. Suena la música, avanzas por una alameda en la que todo te hace sentir, el susurrar del viento, el oscilar de las hojas, el crujir de tus pisadas aparece escrito sobre un pentagrama. Suena la música, todo desaparece a tu alrededor, nada puede distraerte, el mundo es un juego de armonías. Suena la música, te dejas mecer por las vibraciones. Suena la música, las lágrimas resbalan, vuelas, eres libre.

martes, 23 de octubre de 2018

La maestra


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PRIMER DÍA DE CLASE
Éramos nosotros los que de nuevo nos abrochábamos el babi y volvíamos a la escuela. Éramos los que nos íbamos a la cama con los nervios del principiante. ¿Qué sentirá cuando quede allí sólo? ¿Llorará? ¿Sufrirá? ¿Reirá? ¿Cómo será su maestra? Cada uno de nuestros hijos era el principio y el fin de ese día. Con el corazón encogido llegamos al colegio y medimos cada uno de sus gestos, con ese nudo lo llevamos de la mano hasta la puerta del colegio y en esa mano que apretábamos queríamos contagiarle la fuerza, la seguridad y la confianza necesarias para que afrontara con éxito ese primer reto que la sociedad le planteaba. Contagiar la fuerza, la seguridad y la confianza que tan a menudo nos falta a nosotros. Y allí estaba ella, la maestra, Antonia, y sólo ante ella soltamos la mano de nuestro hijo para dejársela en depósito, confiándole aquello que más precioso tenemos. “Ahí lo tienes, también es tuyo, cuídamelo” parecíamos decirle con la mirada, aguantando quizás la lágrima que él no había llegado a derramar. “Vamos a compartirlo por unos años”.
Pasamos el día consultando el reloj, ansiando el momento del reencuentro; la primera mirada, el primer gesto con el que saldría de clase, y tras él acudiríamos ansiosos a Antonia esperando que nos hiciera participes de ese tiempo que había pasado lejos de casa, cortando un poco más el cordón umbilical que le unía a nosotros. Tras ese primer día vendrían otras esperas al salir de clase, otros gestos diferentes, sueño, a veces enfado o llanto, las más alegría por el reencuentro y el tiempo compartido con sus compañeros, muchos y variados gestos y ella siempre estaría allí, dónde acudir cada día para conocer, para hacernos más presentes de lo que podemos ser, y estaría siempre allí, compartiendo nuestro hijo; de alguna manera, compartiéndolo para siempre.

EL EJERCITO DE LOS BABIS
            Asomado a la verja del patio contemplé un ejercito de babis caminando en hilera tras Antonia. Eran babis multicolores cada uno enganchado a la espalda del otro. Para ellos Antonia siempre estará unida al babi, a su babi; siempre unido al juego y al trabajo, al disfrute y a la faena, a la infancia y a su maestra. Será la persona que cada mañana frente a él le enseñó a abrochar botones, a casar cada botón con su ojal correspondiente y en el futuro, cuando la vida le exija abrochar otros “botones”, quizá recuerde que al fin y al cabo, todo consiste en buscar con serenidad, con atención, el ojal más adecuado para cada botón que nos surge en el camino, lograr, al fin y al cabo, que el babi (que la vida) no se nos quede cojo, como no se cansaba de repetirle, cuando era un mocoso, su maestra Antonia.

LA SIESTA
Había tardes que salía con los ojos enrojecidos y ligeramente velados por el sueño, esa tarde ya sabíamos que daría batalla. No siempre conseguía conciliarlo, a menudo daba vueltas y más vueltas sobre su colchonetilla; levantaba su cabeza para otear al resto de los compañeros, reía, implicaba al compañero de al lado en su vigilia. Antonia le pedía silencio mientras intentaba gobernar el reposo vespertino de los más pequeños del colegio.
A menudo no se dormía, pero cuando lo hacía construía castillos de sueños en los que él siempre salía airoso y con los sueños de los demás tejían una red de fantasía en la que poder librar los más duros combates contra el miedo. Aquellas tardes salía todavía somnoliento pero crecido y victorioso; con la mejilla enrojecida por la presión contra el cojín y el corazón encendido por las aventuras vividas. Al abrir  las puertas del aulario Antonia se asomaba capitaneando una tropa de guerreros con las pilas recargadas por el sueño dispuestos a librar mil y unas batallas. Niños al fin, eternamente batalladores.

UN CARGAMENTO DE ARENA Y DE PIEDRAS
¿Quedará arena en el patio o definitivamente habrán acabado estos fieras por llevársela toda? Siempre nos hemos preguntado eso cuando hemos quitado la zapatilla de deportes y varios montones de arena han caído sobre la alfombra, o cuándo hemos sacado el caramelo o el tazo del bolsillo del pantalón todo rebozado en tierra. Han recogido a puñados esa arena con la ansiedad de quien recoge el momento de gozo del recreo para guardarlo para siempre, queriendo llevarse a casa para la eternidad el momento del juego, apresar el tiempo y que la infancia nunca se escape. Hemos volcado montañas y montañas de arena sobre nuestras casas, decenas y d
ecenas de piedras guardadas como un tesoro en el fondo de los bolsillos; el recuerdo de la libertad y la alegría del recreo. Se le iluminaba la cara cuando encontraba la piedra perfecta, aquella que guardaría para siempre, aquella que daba sentido a todo su día, aquella que le hacía cambiar su expresión por la tristeza cuando se echaba la mano al bolsillo y descubría que estaba vacío. ¿Dónde estaría ese guijarro histórico y personalísimo? Nos gustaba imaginar que después de idas y venidas de preocupación en busca del arca perdida, alzaba la vista y la sonrisa volvía a su rostro al descubrir otra sonrisa, la de Antonia, y una mano abierta acercándole su piedra.

EL CORRO
Ha llegado el momento de contarse como les va la vida, los grandes acontecimientos épicos que jalonan su cotidianidad casera. Un suceso minúsculo adquiere la categoría de colosal porque así fue la emoción con la que lo vivió; él aguarda inquieto el momento en el que se convertirá en el centro de atención del corro, entonces buscará las palabras adecuadas escarbando entre su todavía corto vocabulario. Las palabras no siempre saldrán triunfantes por su boca, a menudo jugarán al escondite debajo de la lengua o en lo alto del paladar, otras saldrán aturulladas peleando entre si en un orden sin sentido; mientras tanto buscará con sus ojos la mirada de Antonia a la espera de que ésta corrobore con un gesto la emocionante historia que cuenta. Es esa necesidad de contrastar su intervención lo que les une a todos, al que requiere atención y al que se esconde; al que brilla hacia fuera y al que conserva el brillo en su interior, al que hay que estimular y al que hay que ponerle freno; al que domina las palabras y al que es rey de los sentimientos, todos se volverán hacia ella buscando el gesto que les invite a seguir hacia delante; unas veces será una risa, otras será un aplauso, también será la expresión de sorpresa o un escalofrío de miedo; a menudo será una palabra o un pequeño gesto el que bastará para dar alas a la confianza. Están aprendiendo a tomar la palabra y a escuchar la de los demás, están aprendiendo a ser ellos mismos, a romper el cascarón que les pueda quedar y abrirse plenamente hacia el mundo.
-Todos somos importantes, yo soy importante, mi palabra es importante, –sentirá- , no puede ser de otra manera, estoy seguro; hoy me ha guiñado un ojo.

LAS PRIMERAS LETRAS
La p con la a, pa; la p con le e, pe; la pe con la i, pi... Rodean la mesa de Antonia equipándose de las herramientas necesarias para leer la vida por si mismos. En esa cartilla en la que ahora balbucean Antonia les está entregando la llave que les abrirá de par en par las puertas de su mundo, a través de la cual la vida irá y vendrá escrita en un papel.
La eme con la a, ma; la eme con le e, me; la eme con la i, mi... El futuro se construye a golpe de sílaba y palabra y en cada uno de esos golpes les está entregando su propia autonomía, la piqueta con la que derribar los muros que la vida irá poniendo delante; las alas con las que podrán elevarse por encima de las tapias y contemplar un horizonte que de otra manera no hubieran conocido. Si hay un momento esencial en la larga vida escolar de cada uno es el del momento de aprender a leer; si hay un nombre que queda imperecederamente asociado a lo que cada uno es al final de su escolaridad es el de la maestra (o el maestro) que puso los cimientos de la lectura. Ese nombre para ellos y ellas es el de Antonia.

OTRAS LECCIONES
            Hay lecciones que no vienen en los libros, ni en los boletines oficiales, ni en los diseños curriculares; son lecciones de las que uno de pequeño ni siquiera es consciente de ellas, tienen que pasar los años y aparecer las cicatrices y las arrugas para que entonces se nos hagan conscientes. Son lecciones de humanidad, las que libra la persona a veces contra sus propias limitaciones; son las que da el estar ahí, batallando, intentando, insistiendo. Con el tiempo las pequeñas cosas se van agigantando frente a los grandes alardes; son esas rutinas las que han fertilizado la tierra sobre la que crecemos, las que terminan poniendo frente a frente a una persona con otra, las que nos despojan de los papeles en que nos escondemos a veces, las que nos liberan de las cárceles en las que ocultamos nuestros miedos. Es la huella que la humanidad deja en el niño la que educa más y especialmente en los albores de la vida cuando todo es una playa virgen sobre la que dejar nuestra huella. Serán esas señales las que se recordarán después y las que harán evocar estos tres años con ternura y agradecimiento. Son esas huellas, Antonia, las que forman parte del camino que les llevará hacia el mar del futuro.  

LA GRAN FUNCIÓN
            Se abrieron las puertas y entraron las madres y entraron los padres. La unión hace la fuerza. Cada uno puso aquello que pudo. Todos pusieron su tiempo y su ilusión. La clase de Infantil de 5 años se convirtió en un taller de convivencia. Allí cabían todos. Con una pizca de sabiduría, muchos kilos de voluntad y de ánimo y cantidades incontables de cariño se fue construyendo la obra. El miedo fue sustituido por la confianza, la distancia por el acercamiento, el silencio por el diálogo y de esa tierra fértil brotó un árbol alrededor del cual corretearon ángeles, pastores, reyes, pajes y demonios. Era el fruto del compartir. Era el árbol de la comunidad.
El resultado: la gran baba. La gran baba llenó el patio de butacas de la escuela de Magisterio, baba de padres, baba de madres, baba de hermanos y abuelas... baba de Antonia.

UNA DE PIRATAS
“Ron, ron, ron, la botella de ron”. Un batallón de piratas ha desembarcado en el Carnaval del 2002 y ha tomado la Isla del Tesoro. Hay de todo, fieros piratas que, como quien dice, acaban de abandonar el chupete; valientes bucaneros que todavía por las mañanas mojan la cama; bravucones corsarios a los que les cuesta conjugar un verbo como deben. Avanzan coreando  canciones de lucha ante la mirada emocionada y orgullosa de sus madres. ¡A la toma del colegio! ¡Al abordaje!
En la Posada del Almirante Benbow Antonia les espera guardando las llaves del cofre en el bolsillo de su bata; el cofre que les abrirá en cuanto lleguen a la clase sedientos y enardecidos; el del tesoro más preciado, aquel que cuanto más se posee más lejos se encuentra uno de poseerlo todo; aquel que se convierte en una aventura en si mismo: la sabiduría.


LA DESPEDIDA
Andaba recogiendo los últimos enseres personales que todavía quedaban en el aula; ya había bajado las persianas lo suficiente para que sólo una tenue luz iluminara la clase. Se encontraba sola, recreándose en el momento del adiós. A pesar de que tenía deseos de que llegara este momento no podía evitar cierta melancolía por lo que dejaba atrás. Al equipaje de recuerdos no le faltaba de nada, momentos dulces, amargos, ilusiones, frustraciones, risas... lágrimas. Era la vida misma con sus claroscuros la que había tomado posesión de aquella estancia. Atrás habían quedado también pequeñas despedidas, unas más formales, otras más afectuosas; todo tipo de palabras, también las de aquellos que sin saber qué decir expresaban su sentir con la mirada. Se encontraba a punto de cerrar una puerta de su vida y de abrir otra nueva en la que vivir nuevas ilusiones con la serenidad que dan los años. Se le abría ante sí un tiempo en el que hacer un buen uso de la lentitud, saborear la vida sin prisa también en el atardecer. Recogida la última pertenencia volvió la vista atrás para echar la última mirada con la que decir adiós a todo aquello y se dispuso a salir del aula, entonces oyó una carrera en el pasillo acercarse presurosamente a la puerta y abrirla de golpe, en el vano de la puerta una pequeña con la respiración agitada se plantó ante ella con una sonrisa de oreja a oreja.
-          Te estaba buscando.
Se acercó a ella y alzó los brazos hasta su cuello para colgarse de él depositando un sonoro beso en la mejilla.
-          Hasta siempre – giró sobre sus talones y a toda velocidad se dirigió hacia la calle.
Ella cerró la puerta tras de sí con la sonrisa colgándole del beso. Decididamente éste sí había sido un buen punto y aparte.