Seguramente ella no se hubiera
sentido identificada con un día como este.
Era una mujer de otro tiempo. No era una
mujer trabajadora, sólo era, lo que se llamaba y se llama, ama de casa. Eso sí,
no podía decirse que fuera una mujer desocupada, ocupaba los minutos de
principio a fin, no se paraba a pensar si esto tenía que hacerlo o no,
sencillamente lo hacía. Desde que se levantaba por la mañana siempre había
alguna tarea que hacer en la casa. Era una de esas mujeres que consideraban qué
estando bien ellas carecía de sentido que otras personas hicieran las
cosas por ella, y mucho menos los
hombres de la casa. Y ella nunca estaba mal. Su hijo pequeño sólo la recuerda
en cama una vez, tuvo que ser una neumonía la que la llevará hasta allá. En su
perfil laboral no reconocido se encontraban los papeles de esposa fiel, madre abnegada,
abuela solícita e hija (hijastra) cumplidora de su papel de hembra más allá de
los machos que con más razón pudieran, al menos, compartir con ella esa labor. Era
mujer y vivió intensamente el papel que
aquella sociedad le adjudicaba, pero su
forma de ser siempre buscó los espacios en los que poder salirse y dar vía libre a su personalidad. No fue al colegio, no tenía
mucho sentido malgastar ese tiempo en algo que a una mujer le era inútil. Su
destino ya estaba fijado: ama de casa. No fue al colegio pero eso no le impidió
ser el alma cultural de la casa, la que contaba cuentos, la que cantaba coplas, la que leía libros, la
que tenía interés y curiosidad por todo; es por eso por lo que sus hijos
mamaron todo aquello más allá de la
leche materna. Su madre murió al poco de
nacer ella. Entonces la maternidad
no era fácil. El padre hizo lo
que entonces era habitual, casarse con la cuñada, era necesaria una mujer que
se hiciera cargo de las criaturas, las que ya había y otro que llegaría. Por
eso, llegado el momento, ella, única mujer, fue la que se hizo cargo de la “madre”,
también cuando se le rompió la cadera y estuvo condenada a guardar cama durante
años hasta su muerte. Años en los que perdió la cabeza y generó una absoluta dependencia entre madre e
hija. Nadie se cuestionó por qué razón ella estaba obligada a asumir ese papel. Era absurdo cuestionárselo, ella era la mujer. Esa pregunta la guardaba para
ella y solo, a veces, cedía en casa al desahogo. Disfrutó de su papel de abuela y ejerció es de segunda
mano siempre que fue necesario, y lo fue con frecuencia. La presencia en casa
de los nietos le daba vida aunque físicamente descansara cuando se iban. En
aquellos años el hombre era el cabeza de familia oficial, la mujer se
encontraba relegada a un segundo plano. Qué sinsentido, aquella familia no hubiera
sido nada sin ella, fue su corazón y su cabeza aunque la ley en aquellos años
no lo reconociera así. Ese ser corazón y cabeza, manos y pies, cocinera y limpiadora,
el orden y el desorden, madre, esposa, hija y abuela, cada hora y cada minuto
le pasó factura, murió relativamente joven, su cuerpo no pudo más, su cerebro
fue careciendo en poco tiempo del riego sanguíneo necesario. Hoy, 8 de marzo, día
internacional de la mujer, un varón la recuerda, su hijo pequeño. No se trata
de idealizar a nadie, tampoco ella fue
perfecta, pero su hijo no sería el que es sin ella, no sólo porque le dio a luz
sino por todo lo que lleva de ella. Las personas mueren pero, en gran medida,
van quedando en nosotros. Sus moléculas vuelven a dar a luz en nuestro
interior, también Aurora, mi madre.
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