Está claro,
triunfa el provincianismo, todo movimiento acabado en exit, eso sí, disfrazado,
como siempre, de nacionalismo. Lo podemos encontrar en cualquiera de las
orillas ideológicas, aunque ahora parece que lo que está de moda es la extrema
derecha por la que asoma, aunque se empeñe en negarlo, un tufo a pasado
fascista. Quizás es este su nido natural y sus antípodas no hacen sino
alimentarlo para luego entregárselo bien cebado. La antiglobalización está de
moda, las dos orillas se dan la mano en ella aireando su contenido xenófobo. La
estúpida idea de que nosotros siempre lo haremos mejor que ellos. Un nosotros y
un ellos que alimenta ese movimiento. Cataluña es un ejemplo, todo lo demás
sobra, lo esencial es la independencia, dar entidad a la nación catalana; allí
la izquierda mas radical se abraza con la derecha más poderosa, la que siempre,
de hecho, ha ido construyendo la sociedad catalana. Es la xenofobia que ha
triunfado en Estados Unidos, la que lo ha hecho en el Reino Unido, la que amenaza
con hacerlo en Francia y asoma su hocico para olfatear al extranjero y asientan
sus posaderas en tronos cada vez mas altos en países como Suiza, Dinamarca,
Polonia, Hungría, Austria, Grecia… Predomina un movimiento antiglobalización
que tiene los ojos puestos en primer lugar en Europa y considera que sólo
cerrando fronteras se podrá conservar la identidad (un ente abstracto que en el
fondo quiere decir riqueza). La idea de Europa ha desaparecido en el primer
momento en el que se le ha puesto verdaderamente a prueba. Los extranjeros han
llegado en manada y todos nos hemos puesto a temblar, los principios
democráticos se han mandado a hacer puñetas. La retórica queda muy bien
mientras no haya que pagar por ella.
La globalización
no admite posturas de estar a favor o en contra. Está aquí para quedarse, otra
cosa es lo que queramos o podamos hacer con ella. A algunos se nos ha llenado
la boca de internacionalismo y ahora ha llegado el momento de ponerlo a prueba.
Nuestras fronteras, nuestros países no son sino producto de un pasado que antes
o después tendrá que acabar. Nuestro mundo ha crecido y nosotros no podemos,
como respuesta, empequeñecernos. Una decisión habrá que tomar: reducir nuestra
soberanía, si así lo deseamos, hasta el individuo o compartirla y ampliarla,
reinventar la forma de la entidad jurídico y política que pensamos que nos une
y nos gobierna. La nación tal como la hemos entendido hasta ahora carece de
sentido, la superficie física que la delimitaba no es sino un concepto
relativo, se ha reducido, hoy es más pequeña que ayer, los medios de
comunicación y de información así lo han hecho; el gobierno que teóricamente
nos rige no es tal y no lo será por mucho que nos empeñemos en cerrar la
puerta. Nuestros enemigos no son los extranjeros, los extraños, es el poder
económico y el dinero fluye de un país a otro en cuestión de segundos, se ríe
de nuestros muros, estos únicamente están construidos para los pobres. Pensar
que todo irá mejor cuando el poder esté en nuestras manos, en las nuestras, las
de nosotros y no las de ellos, es el gran engaño del poder económico, éste
también está en nosotros. La respuesta política tendrá entidad en la medida en
que el instrumento que la genera tiene el peso considerable, cuando nos demos
cuenta que la separación entre ellos y nosotros no viene marcada por las
fronteras. El reto es intentar manejar de forma adecuada ese instrumento,
teniendo claro que en este mundo sin fronteras reales o se salvan todos o no se
salva nadie, no es admisible que para que sobrevivan unos (vs. vivir bien) sea
necesario ahogar a otros muchos. La venganza llegará, incluso podemos decir,
que está en camino. No bastará con ese paso, luego hay que aprender a andar,
pero ese paso se llama Europa.
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