Víctor Moreno, profesor, escritor
y crítico literario, especializado en el fomento de las competencias
lingüísticas, especialmente de lectura y escritura, afirma en uno de sus libros
refiriéndose a la animación lectora que es imposible contagiar el virus que no
se padece. Si esto puede ser perfectamente asumible es lo que se refiere a esa
lectura y escritura no puede ser de otra manera cuando nos referimos a la
educación emocional. Discutir si esta última es o no es una competencia
docente, es una discusión estéril en la medida en que la pregunta no debería
ser si es o no es sino qué tipo de educación emocional es la que transmitimos
ya que, de hecho, en todo momento estamos educando en ello y no podemos ni
debemos eludir nuestra responsabilidad sobre la misma. Toda estrategia o
procedimiento educativo va acompañado de una conducta que las resalta o anula. Educar
ha de ser trabajar las diferentes inteligencias múltiples y entre ellas, con
una importancia especial, la inteligencia emocional.
Tener una adecuada inteligencia
emocional nos supone tener autoestima, ser personas positivas, tener empatía,
reconocer, controlar y expresar nuestros sentimientos tanto los positivos como
negativos, ser capaz de superar las dificultades y frustraciones y alcanzar un
equilibrio entre la exigencia y la tolerancia a uno mismo y a los demás.
Alcanzar el dominio de esta inteligencia no es, sin más, un proceso racional ya
que las emociones poseen unos componentes conductuales que es necesario
contagiarlos, no sólo que se comprendan; y ese contagio sólo será posible en la
medida en que nuestra conducta así lo transmita. Es nuestro comportamiento el
que, en buena medida, genera o no autoestima si logramos ese equilibrio entre
la exigencia y la tolerancia ante nuestro alumnado, difícilmente transmitiremos
empatía si este alumnado no percibe en nosotros que sus sentimientos son
comprendidos, que percibimos la particularidad de cada uno de ellos y actuamos
en consecuencia a ella, raramente se educa en la capacidad de control y
expresión de las emociones si el desconcierto nos sobrepasa, si se percibe
fácilmente nuestra irritabilidad, si la ira nos descompone y domina, si
transmitimos generalmente unas expectativas negativas, si mostramos un
predominio de la inseguridad en nuestro quehacer diario. Las emociones se
educan con emociones y la preparación pedagógica de esta educación tiene un muy
importante componente personal. Difícilmente tendremos siempre un completo
dominio de las capacidades expresadas más arriba. Mejorar profesionalmente, en
la docencia, ha de suponer también una mejora personal para este quehacer
emocional. Recordemos que la educación en este ámbito es inevitable y, por lo
tanto, también lo es el crecimiento personal del docente. Es un reto difícil,
duro pero también es una aventura apasionante. Qué persona construimos, con qué
ambiente la estamos envolviendo, son las preguntas fundamentales que
necesariamente conllevan otras: qué persona soy yo y qué relaciones se han
establecido en el equipo de trabajo. La docencia supone situar un espejo en el
que quedamos reflejados y en el que analizamos nuestros puntos fuertes y
nuestros puntos débiles, se trata de un proyecto educativo en el que también
tiene cabida nuestro proyecto personal, desde donde partimos, hacia dónde queremos
crecer, cuáles son nuestros obstáculos y qué pasos vamos a ir dando. El examen
también es nuestro. La autocrítica es necesaria.
La educación emocional ayuda al
resto del proceso educativo, se trata de un proceso inacabable, en el que
siempre nos quedarán objetivos por conseguir, es también ese permanente
quehacer al que nos enfrentamos como personas y del que no podemos escapar.
Educo a los otros en la medida en que yo también me educo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario