Circula el llamado “Canon de la muerte ideal”, elaborado por Marga Marí-Klose y Jesús M. De Miguel propuesto
para la ciudadanía española en el año 2000 y que viene a sintetizarse en los
siguientes puntos:
- Morir sin dolor.
- Morir durmiendo o inconsciente.
- Morir rápida y súbitamente aunque no joven.
- Morir a edad avanzada aunque en buenas condiciones físicas y mentales.
- Morir rodeado de lo seres queridos.
- Morir en tu propia casa.
La primera pregunta que uno puede
hacerse es si es posible, en rigor, establecer un canon ideal sobre la muerte
que sea extensible para una aceptación mayoritaria de la población. Un canon
indiscutible, que no exija matices. Soy yo así de peculiar o lo que es
verdaderamente peculiar es la idea de muerte que tiene cada uno. Ese canon más
allá de la bondad de sus puntos pone de relieve la manera en como entendemos
nuestra vida y nuestra muerte.
El primero de los puntos es
claro: no queremos dolor. Queremos una muerte higiénica y analgésica del mismo
modo que queremos una vida así. Es posible evitar en gran medida el dolor
físico, estamos capacitados para ello y es estúpido prolongar una vida cargada
de dolor y sin esperanza alguna de superación de esa situación en algún momento
cuando esto no se desea y es posible evitarlo. De hecho es mayor el miedo al
dolor que a la propia muerte. Ese primer punto creo que resulta indiscutible
para todos, el problema radica no en como idealizamos nuestra muerte sino en
como pretendemos también idealizar nuestra vida convirtiéndola también en algo higiénico y analgésico.
El dolor forma parte de la vida y es por lo tanto inevitable. Nos encontraremos
en algunos momentos y periodos con ese dolor físico que se podrá paliar, a veces,
pero no siempre y sufriremos también el dolor psicológico y será inevitable que
nos enfrentemos a él. Hemos construido una sociedad formada por unas personas
que no saben como gestionar el dolor, que lo intentan apartar, cerrar los ojos
ante él, ignorarlo, nos asusta. El enfrentamiento con ese dolor nos deja a
menudo muy tocados, perturbados, incluso, por nuestra afán obsesivo e inútil de
evitarlo, un afán que nos lleva a construir una sociedad que se empeña en alzar muros que impidan el acceso del dolor ajeno. Esta bien pretender una
muerte sin dolor pero no podemos evitar la vivencia del dolor a nuestro
alrededor. El afán curativo y analgésico ha de ir más allá de nuestra persona y
nuestra familia. Lo que yo he hecho hasta el momento final justifica o no, en gran
medida, mi deseo de vivir sin ese dolor.
El segundo de los puntos del
canon es morir durmiendo o inconsciente. Se trata de morir sin saber que se va
a morir. Dormir y no despertar. Completamente contradictorio con el deseo de
morir rodeado por los seres queridos. Pretendemos una muerte no vivida,
renunciamos a ser actores en ella, deseamos hacer mutis por el foro sin ser
conscientes de ello pero ante nuestros espectadores queridos con un aplauso y un
llanto final. Queremos morir sin saber que morimos, con una larga vida detrás,
conscientes de la cercanía de ese momento pero deseando que al mismo tiempo nos
atrape por sorpresa. La muerte forma parte de la vida pero no queremos vivirla.
Comprendo la sorpresa que en algún momento produje al decir que deseaba
saborear la muerte. Dicho así puede parecer un acto de masoquismo o incluso de
cierto sadismo al pretender que mis seres queridos contemplen esa prolongación. Puede ser que llegado ese momento me atrape el terror pero no me
gustaría que fuese así, desearía poder despedirme y poder besar, pedir perdón y
dar la gracias, vivirlo con equilibrio y serenidad, poder contagiar paz y no
transmitir miedo. Vivir el momento previo a la muerte que no tiene por qué ser
el instante inmediatamente anterior. Me gustaría poder elegir ese momento si mi
situación es un dolor permanente para mí y para los otros, saber que cuando me
duerma, me duerman, ya no despertaré. Tener tiempo en esa idealización para
volver a ver a las personas que fueron algo en mi vida, poder despedirme de
ellas y decirles aquello que me faltó por decir. Aquí introduzco necesariamente
un término demasiado denostado y rechazado: la eutanasia. Todo esto es
incompatible con una muerte inconsciente y rápida.
Este es el tercero de los puntos
de ese canon: una muerte rápida pero no joven, coherente con el cuarto, una
muerte a edad avanzada. ¿Cómo puedo establecer ya el momento ideal para mi
muerte? El momento ideal para mi muerte ha de ser aquel en el que la vida ya carezca de sentido para mí, aquel en el que sólo transmito dolor. Desearía que
ese momento me llegara a edad avanzada pero nunca se sabe a ciencia cierta
cuando llegará y menos cuando se padece una enfermedad neurológica de
progresivo deterioro. Eso sí, desearía que ese momento me llegara con los
deberes hechos, creo que para todos es así, especialmente cuando se deja una
familia detrás. El momento ideal para la muerte es aquel en el que la
prolongación de la vida es puramente artificial. Con la finalización no
asistimos a una muerte artificial sino al final de una vida artificial. Es ese
momento a los 30, 40, 50, 60 u 80 años en el que quizás deseemos morir, toda la
vida que se nos prolongue más allá de él empeñados en una lucha contra la
propia vida es un esfuerzo insensato. En muchas ocasiones yo seré consciente de
que la muerte se me acerca y podré participar en la decisión de que esta llegue
ya y en la forma en la que deseo que llegue. Ser protagonista hasta el último
momento en el que pueda forma parte de mi muerte ideal.
Claro está que quisiera morir
rodeado de mis seres queridos, pero no para que ellos me vean fallecer sino para
poder realizar una despedida, para poder besar y ser besado, para poder llorar
en calma con ellos si es necesario o para poder decir alguna broma si es
posible y recibirla con las manos entrelazadas. Quisiera estar rodeado de mis
seres queridos pero no necesariamente en el momento de mi muerte clínica sino
en aquellos últimos minutos en los que yo pueda ser señor de mi consciencia. A
partir de entonces sólo queda la ida que bien puede ser instantes después o
prolongarse más tiempo. No me gustaría morir solo aunque no sé si en ese
momento seré capaz de percibir la compañía. Si así fuese claro que me gustaría
sentir el roce de una caricia o la música de unas palabras de cariño si en
verdad me hubiera ganado esto.
Por último no me importa tanto el
lugar del momento exacto de mi muerte sino todo lo anterior. El lugar viene de
alguna manera determinado por el modo de vida en el que nos encontramos, por la
dispersión de los miembros de la familia que hace que los ancianos, los
abuelos, difícilmente formen parte del núcleo doméstico. Cada vez más todas
estas palabras son una idealización de la muerte pues podremos morir solos de
la misma manera en que seguramente viviremos solos y cada vez más moriremos
lejos de nuestro hogar en la medida que ya no tendremos hogar, las residencias
parece que serán nuestro destino, los “morideros” como dice Luis Montes. Un
periodo demasiado extenso de nuestra vida en el que descendemos hacia esa
muerte y en el que difícilmente podemos contar con la presencia que nuestros
familiares durante todo ese tiempo. Es todo este tiempo final en el que la
muerte no está presente el que realmente me da miedo y el que me gustaría
evitar anticipándola si fuese necesario. Es todo lo anterior lo que es
verdaderamente importante, sin mis seres queridos no habrá hogar y éste se
encontrará allá donde se encuentren ellos.
Tanta vida que queremos cumplir
sin tratar apenas esta cuestión, tanto tiempo desaprovechado en el que creemos
que esta no llegará en la medida en que la ignoramos. Seguramente nuestra
muerte nunca será plenamente ideal pero hablar sobre ella y tomar decisiones
sobre ella cuando aún estamos a tiempo podrá servir para que aquellos que nos
rodeen de verdad entonces intenten hacer que esta se aproxime de algún modo a
ese ideal. Hablar es espantar, de alguna manera, su fantasma y es aprender a
vivirla aunque sea desde la ficción con el intento de ofrecer un testimonio
sobre ella sean cuales sean las condiciones en las que la vivamos. El hablar
paradójico de una buena muerte puede llamar la atención pues la muerte siempre
será dura pero es posible aspirar a que nos quede de ella un sabor agridulce y
esto es posible. La despedida siempre nos producirá llanto pero también es
posible que tiempo después, no mucho después, nos arranque una sonrisa. Esto
dependerá de las circunstancias en las que ésta se produzca, pero también de
cómo nosotros, los que acabamos el ciclo vital, la vivamos y no está mal que
empecemos a hacerlo desde ya, cuando la muerte para nosotros no deja de ser una
idealización.
La imagen es un fotograma de la película La fiesta de despedida
La imagen es un fotograma de la película La fiesta de despedida
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