JÚPITER
Ayer un amigo querido escribía
que había decidido establecerse en Júpiter, que si alguien quería acompañarle
que lo dijera. De buena gana lo hubiera hecho si me hubiera puesto el billete
de viaje en la mano. Con frecuencia uno se siente tan raro, tan raro allá donde
vive que con frecuencia las miradas que echa a su alrededor son de sorpresa.
Los conciudadanos se empeñan en sorprenderte, cuando crees que has hecho un
riguroso análisis racional imposible de fracasar, estos te sorprenden de nuevo
y tienes que guardarte tu impecable análisis allá donde te quepa. Hay quien
busca la solución a este problema envolviéndose en una bandera, en una iglesia
o en las siglas de algo, pero cuando tú eres raro lo eres hasta el final, hasta
dejarte las tripas en ello si es necesario. Raro de narices buscando consuelo en
la melodía de una pieza musical o en la letra de un poema, ambas cosas bien
definitorias del ser extraño. La soledad no es buena compañera por mucho que
uno esté acostumbrado a ella. A veces desearía por un momento dejar de ser yo
para pasar a ser ellos, pero uno no nació para eso, para bien o para mal uno no
ha nacido así. No sé si mi amigo se encontrará o no ya en Júpiter pero yo estoy
aquí sin el billete en la mano, sé que allá donde vaya nunca dejaré de ser raro.
Sentado en el suelo de la plaza voy reduciendo cada vez más mi círculo. Está
claro que no iré a Júpiter, de hecho no sé si tal planeta existe para mí, es
posible que no pero lo que nadie me quitará allá donde esté es la capacidad
para ser jupiterino.
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