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martes, 17 de mayo de 2016

Actuar sobre la realidad



En mi blog sobre competencia emocional una de las entradas la dediqué a las características del proyecto educativo y en concreto a la necesidad de la utopía y pragmatismo en el mismo. Sobre esto escribí lo siguiente: Buena parte de la filosofía se podría resumir en un viejo proverbio chino:

EL VIAJE DE MILES DE KILÓMETROS COMIENZA CON UN SOLO PASO.

Nos encontramos ante dos extremos claramente diferenciados, el viaje de miles de kilómetros, la marcha si fin, el día a día continuo, un viaje hacia un destino al que nunca se llega, el sueño, la UTOPÍA. Comienza con un solo paso, la realidad, las limitaciones, el destino inalcanzable del que cada vez estamos más cerca, EL PRAGMATISMO. Utopía y pragmatismo, los dos polos necesarios de todo proyecto.
Un proyecto sin utopía, sin sueño, es una tarea sin calidez; un proyecto sin horizonte es un viaje desnortado, es más, no es un viaje, es un mero movimiento sin más pretensión que romper la rutina, que distraer y distraernos, ¿hacia dónde? Hacia la nada, hacia el aquí. Es la utopía la que nos hace avanzar.
Un proyecto sin pragmatismo es una labor abocada al fracaso y la frustración, sin más pretensión, igualmente, que distraer y distraernos, justificarnos en el discurso, escondernos en el lamento y esquivar responsabilidades.

Utopía: objetivos a medio y largo plazo, verbalización y definición del sueño, diseño del camino.
Pragmatismo: Análisis del punto de partida. Objetivos a corto plazo. Reflexión y evaluación permanente del aquí y ahora y del mañana qué.
Todo esto que iba dedicado a la educación podría ser igualmente válido para cualquier proyecto humano y social y, por lo tanto, como no, para un proyecto político. Se trata de la tensión entre dos polos, sin ella sólo existe el engaño, caminar en círculo sin orientación o hacer como si camináramos. En esa situación nos encontramos en el terreno político. Las fuerzas existentes se mueven en uno u otro lado sin atreverse a mantener esta tensión y menos aún a verbalizarla. Sin que esto signifique algo más que unos términos cuyo uso se ha convertido en una costumbre las fuerzas políticas parecen englobarse en dos palabras que se han hecho habituales: conservadores y progresistas, poner el acento en mantener la realidad o hacerlo en su cambio, sea cual sea el grupo en el que cada fuerza se encuentra dicha tensión no existe. En el primer grupo está clara su falta, lo único que importa es mantener la realidad, cualquier cambio sustancial se vive como una agresión y un despropósito, sintiéndose ajenos al hecho de que toda realidad avanza  y necesita ser gestionada, mientras que en los llamados a ocupar el segundo grupo tampoco existe ésa tensión pues en la práctica únicamente se mueven en un terreno pragmático (fundamentalmente conservador) o en uno utópico. Los primeros de ellos o no dan pasos o si los dan son tan mínimos que pronto se detienen, renuncian a un pensamiento utópico por miedo a ser catalogados como radicales o sencillamente porque tal pensamiento ha dejado de existir en su seno. El segundo de ellos se mueven en el terreno del discurso, de las palabras, que les mantiene alejados de los ámbitos de poder y en el momento en el que a estos se acercan este discurso va siendo modificado para sustituir conceptos utópicos por otros pragmáticos que les permitan no asustar al electorado. No se trata únicamente de un cambio de términos sino de un cambio de pensamiento ya que esa tensión no existe ni es mostrada al electorado. El planteamiento de que todo ejercicio político ha de ser también un ejercicio educativo nunca se pone de manifiesto y es además imposible porque de la necesidad de los dos polos nadie es consciente y todo planteamiento electoral evita la tensión y complejidad para caer en la sencillez y el simplismo. Dicho todo lo anterior creo que resulta fácil poder situar a unos y a otros en uno u otro lugar.
Pareciera que ante una realidad así pocas esperanzas podemos tener en su cambio. No es así, esa realidad cambia, siempre está cambiando, únicamente somos nosotros los que no percibimos ese cambio. El problema es el objetivo que utilizamos para observar la realidad. Creemos que el que tenemos es el adecuado, y no es así. Creemos que es el normalizado, el que se ajusta a nuestra imagen y semejanza, a nuestro tiempo vital. La realidad cambia pero no lo hace en ese tiempo, es esto lo que nos lleva al cortoplacismo, al aplazar siempre lo necesario para acometer lo urgente, lo que creemos urgente. Los cambios sociales no se dan de esa manera, necesitamos sustituir ese objetivo por un gran angular que abarque mucho tiempo, mucho más qué el que supone nuestra vida. Los grandes cambios sociales no somos capaces de percibirlos pero continuamente se están dando y son fruto de múltiples fuerzas, cada uno de nosotros entre ellas. Seguramente moriremos sin llegar a ver muchos de los cambios que deseamos pero esto no ha de llevarnos a la quietud, somos un eslabón de la cadena, sin ese eslabón la cadena se rompería, es esto lo que tenemos que pensar. Somos necesarios aunque sea en la medida de un pequeño punto de la vida que nos rodea. Se trata de la necesidad de sentirnos eslabón y de ser conscientes de la cadena. En la cadena política y social lo personal es político, como decía un histórico lema del feminismo de los 60. Lo que hagamos en nuestra vida cotidiana está fraguando una nueva realidad, construyendo la sociedad en la que vivimos y en la que vivirán nuestros descendientes. Ese gran angular es necesario para no venirnos abajo, para mantener la esperanza de que estamos siendo útiles, para creer que nuestro esfuerzo se verá recompensado aunque no lleguemos a verlo. Nuestra vida es una muy mínima parte de la existencia pero es nuestra vida y sobre ella sí tenemos capacidad de actuar y de contemplar los cambios aunque para ello debamos sustituir de nuevo ese objetivo por uno que nos acerque al detalle, por un teleobjetivo que, ahora sí, registre los más mínimos detalles de nuestra existencia. Somos elementos del cambio social aunque lo que veamos de este no nos satisfaga y somos los actores de nuestro cambio personal y los seremos hasta el fin de nuestros días. Con el segundo estamos incidiendo en el primero, no valen de nada nuestras actuaciones políticas si en el cambio personal somos un fracaso. Estamos renunciando a nuestro verdadero reto para sustituirlo por unas actuaciones más fáciles y gratificantes, aquellas que nos puede hacer sentirnos importantes aunque en el terreno más íntimo seamos un desastre. Lo personal es político y según como seamos en lo personal estamos construyendo una determinada realidad política entendiendo por política un concepto mucho más amplio que el triste y alicorto que nos mueve a votar cada cuatro años. Los cambios superficiales van y vienen, lo que hoy somos forma el abono de una nueva tierra en la que sembrar otra sociedad y en la que esta sea capaz de crecer

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