Casi toda enfermedad,
especialmente crónica, tiene dos caras, el enfermo, sin duda alguna, y los que
le rodean, sobre todo su núcleo más cercano. Cada una de esas caras padece la
enfermedad, la siente, la sufre y lo hace más allá del proceso biológico en
curso. Ese padecimiento también está en función de la otra cara, la que lo
suaviza o agudiza. Dependiendo de cómo el enfermo lleve su mal será más o menos
llevadero para la persona cuidadora y para ese círculo más próximo. En función
de ese llevar seguramente el enfermo se irá quedando solo o no, la red que
proteja su caída se mantendrá o él mismo colaborará a su ruptura exponiéndose a
una caída sin fin. La empatía supone entender los sentimientos del otro,
habitualmente esta se entiende desde el alto al bajo, desde el poderoso al
pobre, desde el fuerte al débil, desde el sano al enfermo. Es este último el
que normalmente se coloca en el centro, allá donde todo ha de gravitar a su
alrededor, todo y todos viviendo en función de sus necesidades, valorándose en
función del otro. Los enfermos siempre llevamos razón, los enfermos siempre
hemos de ser los primeros, el sufrir de los enfermos siempre ha de estar por
encima del de los otros, los enfermos no debemos por qué tener la obligación de
la empatía, por qué entender los sentimientos de aquellos que nos rodean y de
aquella persona que nos cuida. Si me autoproclamo el débil, en ocasiones,
paradójicamente, me constituyo en el fuerte si por esa necesidad mía hurto las
necesidades del otro, si yo me constituyo en la vara de medir por la cual se
hace o no posible la autoestima de la otra persona, si en ningún momento se me
pasa por la cabeza que yo también tengo la obligación de sentir empatía hacia
la persona que me cuida, de indagar en sus sentimientos y comprenderlos. La
realidad se puede convertir en algo aparentemente imposible, en la tiranía del
débil, en un mundo que asfixia a la cuidadora, esta persona no tiene espacio en
donde crecer. Asistimos a la teatralización del dolor, a su sobreactuación, no
me refiero al fingimiento sino a que este ocupe todo el espacio, se expanda
continuamente hasta que esa dilatación termine por asfixiar al otro. El
“fuerte” se encuentra encasillado en este papel sin margen para el descanso y la
fragilidad. Todos nos encontramos ante momentos en lo que todo parece
venírsenos abajo y en los que se hace necesario el apoyo la ternura pero cuando
el reparto de papeles es tan rígido esto se hace imposible, el débil se
atrinchera en esa debilidad y el fuerte se ve imposibilitado para dejar de
serlo aunque sólo sea por unos instantes. La enfermedad crónica puede ser algo
invivible para el enfermo pero también puede serlo para el cuidador. No siempre
es fácil encontrar culpables o inocentes en algunas situaciones de ruptura, es,
a veces, el autocatalogado débil el que realmente asfixia al otro. Toda persona
tiene la necesidad de respirar, de salir al aire libre pues el de su entorno se
encuentra viciado. No es la enfermedad la que vicia ese aire, son las personas
que la viven las que lo hacen. Dice un cantautor, Rafael Amor, que no hay peor
tirano que un esclavo con su látigo en la mano, también el enfermo, también el
“débil” puede tiranizar al otro.
El “débil”, el enfermo, puede ser
el fuerte por naturaleza vengándose en la otra persona por su desdicha,
golpeándola una y otra vez en su autoestima, no aceptando el papel que le ha
tocado vivir. El dolor convertido en resentimiento cebándose en quien no tiene
culpa del mismo. Hacer daño intentando, de esa manera, que el suyo propio se
aminore. Lograr transmitir el tormento creyendo que este ha de ser intensamente
compartido.
El “débil” también puede ser el
débil sobreactuando hasta dejar escrito su dolor en cada rincón de la casa para
que la otra persona sólo respire su lamento o haciendo del chantaje afectivo el
arma letal que termine rompiendo la pareja. Otra sobreactuación que le haga
recordar al otro los papeles adjudicados a cada uno y el deber moral que tiene
comprometido, deber que se resquebraja en cada recuerdo, más deseo de huir en
la medida en que la relación se convierte en un callejón sin salida. El afecto
no puede exigirse como deber moral, no pueden imponerse sino que ha de ganarse
mediante el agradecimiento y la empatía. No hay dolor que nos libere de esta
exigencia.
Es mas de media noche y quiero decirte desde la Ciudad de México que, lo que has escrito, ha llegado en el justo momento en que lo requería. Hoy me convenzo que no hay casualidades y que las palabras que has dejado aquí tuvieron el confortante propósito de aliviar bastante el dolor que siento. Cuido de mi madre y mis días y noches son un vaivén de emociones. Estoy ciertamente agotada y por un momento sentí cual si tú estuvieras aquí, junto a su cama, observando cada detalle de esta gris situación. Mil gracias a ti.
ResponderEliminarAgradezco haber encontrado tus reflexiones...soy una mujer, esposa y madre que soporto vivir con mi esposo después de una larga enfermedad, prácticamente crié sola a mis hijos,pero por humanidad y mi convicción cristiana acepte volver a vivir con el traerlo a nuestra casa y mantener todo sola ...con lo que eso conlleva. Hay momentos muy dificiles, hasta depresivos...pero se que sólo yo puedo cuidar de el además de salvar a mis hijos de tanta carga.
ResponderEliminarBuscaba algun escrito donde encontrar consuelo: en todas partes nos informan de cómo ha de obrar el cuidador pero en ningun sitio nadie se hacia eco cuando el enfermo se convierte en un tirano.
ResponderEliminarLa enfermedad ha llegado a mi pareja, tan sólo 12 meses de relación. Deseé huir pero decidí quedarme, la amaba y pensaba que podría acompañarla en este duro viaje. Y sí, desde entonces me convertí en la fuerte, nunca nada ha sido suficiente. Me he sentido despreciable, mi autoestima pisoteada; ha utilizado y utiliza la enfermedad y el dolor como moneda chastajista: he llegado a creer que era yo un bicho sin empatía. Me he permitido dejar todo y lo he dejado todo para no dejarla sola en ningún momento, y no puedo más. Mi sufrir es siempre ridículo frente al suyo, mi angustia es un reflejo tenue del suyo y siempre hay quejas y tirania. Sólo deseo salir corriendo y no puedo. Alzo la vista y veo cual es su terrible destino y el corazón se me rompe y me digo: respira y aguanta, no dejes que sus latigazos cargados de rabia calen tus huesos.
Aprendo y mantengo el frágil equilibrio.
Tus palabras me han reconfortado, alguien lo entiende.
Gracias