La vida, en gran medida, es un
teatro, la representación de papeles que nos vemos obligados a realizar en
distintos escenarios. Distintas caras de un yo en las que uno desaparece si no
hay espacios y momentos en los que puede quitarse el disfraz. Lugares donde
poder bajar del podium y pisar tierra, donde reencontrarse con el animal que
uno lleva dentro y con el ser humano grande o pequeño que ha permanecido
agazapado tras el ego que te han trabajado todo el día; lugares donde alguien
recoja tus pedazos y te recomponga, donde alguien te haga levantar la cabeza y
mirar hacia el horizonte; lugares donde poder llorar sin avergonzarse por ello,
en los que poder rugir por la rabia acumulada para terminar descargándola en
lágrimas; sitios donde encontrarse con uno mismo, donde reconocerse en el
espejo sin ocultar sus miserias, esas insignificancias que nos humanizan y
descubren el yo de la intimidad con sus pobrezas y sus penurias; momentos en
los que a menudo sobran las palabras, basta con un abrazo y una mirada, es
suficiente con el beso para sentir como se absorbe la falsedad que traíamos
sobre nuestro cuerpo y quedamos desnudos pero libres.
”La mujer es el reposo del
guerrero”, se trata de unos términos acuñados por Nietzsche. Es difícil
interpretar ese pensamiento de una manera distinta a cómo se hizo. Es por ello
que el reposo del guerrero es un concepto desgraciadamente asociado a un
machismo dominante, grosero, zafio e incluso violento. Se identifica ese hombre
con una vida supuestamente agitada, dura, necesitado de un hogar en el que todo
gire su servicio, como directora de ese concierto de agasajos y paz, que la
mujer quedaría reducida a un papel oficialmente secundario pero sobre el que
gira en la obra, en realidad, la mayor parte de su dramaturgia. Se trata de un
hogar sin reposo alguno, por supuesto para ella también encadenada a un papel
que no le permite tiempo para la naturalidad, para el desahogo, para el llanto
o la risa, para poder mostrar su cara oculta, esa permanentemente censurada
incluso por ella misma. Un hogar que no hay reposo ni siquiera para los
pequeños guerreros, aquellos que no pueden exclamar con alegría ese “¡casa!”
que utilizábamos en los juegos de infancia. En estas circunstancias hablar del
reposo del guerrero es, sencillamente, un insulto.
Es necesario el lugar en donde
poder ser el débil que todos llevamos dentro tras todo un día de aparentar
fortaleza en un mundo en el que no se permite rendirse, el espacio donde poder
hacernos preguntas si afuera se nos tiene prohibido mostrar la menor duda,
donde poder equivocarnos sin miedo a que se nos resquebraje el disfraz de
hombre intachable, donde poder asomar el “pecado” que todos llevamos debajo de
un caparazón de forzada pureza, donde poder expresar tu heterodoxia sin miedo a
que te tachen de hereje, donde poder equivocarte sabiendo que allí todo tú eres
conocido, donde descansar el gesto y la palabra, donde el silencio no es atronador.
El lugar del reposo de todos los guerreros, donde la guerra desaparece y se
establece la paz, el lugar dónde sanar las heridas que arrastramos de la pelea
de la vida. La mujer es el reposo del guerrero y el hombre el de la guerrera. El lugar del reposo de la guerrera, aquella con la que desde hace
tanto tiempo estamos en deuda los hombres y que es llegado el momento de
ofrecerle tantos conceptos que hicimos nuestros y rendirle el tributo que desde
hace tanto tiempo le debemos.
A propósito de tu acertado Post mira como lo expresaba el poeta José Ángel Valente "NO QUIERO MÁS QUE ESTAR SOBRE TU CUERPO COMO LAGARTO AL SOL LOS DÍAS DE TRISTEZA" Hermoso verdad?
ResponderEliminarUn saludo y gracias
A propósito de tu acertado Post mira como lo expresaba el poeta José Ángel Valente "NO QUIERO MÁS QUE ESTAR SOBRE TU CUERPO COMO LAGARTO AL SOL LOS DÍAS DE TRISTEZA" Hermoso verdad?
ResponderEliminarUn saludo y gracias