El llamado “terrorismo del lobo
solitario” es utilizado para cualquier acto violento llevado a cabo fuera de
una estructura de comando. El terrorista “lobo solitario” comparte una
ideología con un grupo pero actúa por sí mismo sin recibir instrucción alguna,
suya es la planificación, suyas las tácticas aunque los objetivos sean los del
grupo. Pero no nos engañemos, el terrorismo no es siempre aquello que
inmediatamente nos viene a la cabeza sino que también puede ser doméstico, el
lobo solitario puede estar en casa, la violencia puede ser física y/o
psicológica. El terrorista puede acostarse en nuestra cama, se trata de ese
animal que se mueve encolerizado de una pared a otra de nuestro dormitorio, que
con la misma mano que te acaricia también te golpea. La soledad en la que se
mueve es también en la que a ti te va dejando. La boca que te puede halagar es
la misma que te envenena y mancha Hay algo común a todos: es el macho. Se
retroalimenta de algo que todos los machos parecemos llevar en nuestros genes:
la pasión por el dominio, la ambición de poder, la exaltación de la fuerza. Es
el macho el que caza, el que castiga, el que devora hasta encontrarse ahíto.
Alimenta sus ansias de control devorando el plancton que el micromachismo
siembra a su alrededor, aquel que frecuentamos la gran mayoría de los hombres
sin darnos cuenta de su naturaleza o aquel ante el que guardamos silencio como
si no tuviera valor en sí mismo y no mereciera la pena el conflicto en el que
nos veríamos envueltos para la repercusión que tiene. Es fácil formar parte del
coro que ríe las gracias envenenadas. Necesitamos detenernos ante el espejo con
frecuencia y mirarnos a los ojos para descubrir en ellos de qué parte estamos
ya sea por exceso o por defecto, por la presencia frecuente de la ira o por la
ausencia cotidiana de la ternura. Ese lobo solitario que rechaza la presencia
necesaria de su lado femenino para poder borrar en él las huellas del terror.
Armarnos del coraje necesario para poder pedir perdón por el hecho de ser
hombres sabedores del drama que desencadenan aquellos que se dicen nuestros
iguales, los que han dejado heridas que difícilmente cicatrizan y que ellas las
llevan para siempre en su mirada y que sólo nosotros, los hombres, podemos sanar
al mismo tiempo que nos sanamos a nosotros mismos.
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