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sábado, 6 de febrero de 2016

DESFILE DE COCHAMBRE


 

Acceder a la U.C.A., aunque sólo sea para una operación de cataratas, es acceder a un desfile de cochambre, la miseria que todos llevamos dentro disfrazada con camisones y batas, no sé bien diferenciar una cosa de la otra. Es triste y cómico a la vez ver caminar a ese varón adulto con una indumentaria de ese cariz sujetándose como puede la abertura que lleva atrás, intentando tapar lo que no debe ser visto. Así uno, y otro y otro y otro. En mi sala yo soy un caso atípico por la edad, el resto me supera ampliamente, la media de edad no debe bajar de los setenta y tantos, yo tengo veinte años menos, pero allí estamos todos encamisonados, sería difícil distinguir una clase de otra, todos con ese porte ridículo a la espera del quirófano. Supongo que los de alta alcurnia no estarán allí y si llegan a estar vestidos de esa manera no se ofrecerán a la vista de todos. Es patético y tierno a la vez observar los muslos blancos y las carnes flácidas que con dificultad son cubiertos por esa tela ligera que a todos nos iguala. En la sala del lado tres muchachas esperan igualmente vestidas así que les llegue el turno no sé a qué. La impresión que causan desde luego no es la misma, ni mucho menos, este indumentaria parece sumar años a quien los tiene y restárselos a quien no los tiene. Es difícil mirarnos unos a otros en silencio y no pensar en la vida misma, en nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Dos mujeres compiten en relatar sus males, quién da más. La artrosis, la osteoporosis, el lumbago, la diabetes nos sobrevuelan a todos. De vez en cuando, con una silla de ruedas vienen a buscarnos. Yo traigo la mía propia, no sé bien si es un punto a mi favor o en mi contra. Y sin embargo, en esa aparente basura humana, restos de un naufragio en el que intentamos sobrevivir como podemos, cuanta vida acumulada hay, cuántas historias trágicas unas, cómicas otras, cuantos relatos de amor podrían hacerse, cuántas miradas, cuantos silencios, cuantas caricias, cuantos fracasos, cuántas lágrimas, cuantos abrazos. La vida se pasea entre nosotros con una fina bata y sus vergüenzas al aire, sonreímos al verlas, poco hay que perder ya. Cuanto podríamos enseñar a esas muchachas en flor que están a nuestro lado, cuánto podrían aprender de esas miradas, de esos silencios, de esas caricias, de esos fracasos, de esas lágrimas, de esos abrazos, pero quizás hay un tiempo entre nosotros que nos separa y que no les permitirá descifrar los enigmas ocultos, hacerse las preguntas y encontrar las respuestas. Llegó mi turno, dejo mi soliloquio por un rato, toca remendar esta cochambre.

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