Acceder a la U.C.A., aunque sólo
sea para una operación de cataratas, es acceder a un desfile de cochambre, la
miseria que todos llevamos dentro disfrazada con camisones y batas, no sé bien
diferenciar una cosa de la otra. Es triste y cómico a la vez ver caminar a ese
varón adulto con una indumentaria de ese cariz sujetándose como puede la
abertura que lleva atrás, intentando tapar lo que no debe ser visto. Así uno, y
otro y otro y otro. En mi sala yo soy un caso atípico por la edad, el resto me
supera ampliamente, la media de edad no debe bajar de los setenta y tantos, yo
tengo veinte años menos, pero allí estamos todos encamisonados, sería difícil
distinguir una clase de otra, todos con ese porte ridículo a la espera del
quirófano. Supongo que los de alta alcurnia no estarán allí y si llegan a estar
vestidos de esa manera no se ofrecerán a la vista de todos. Es patético y
tierno a la vez observar los muslos blancos y las carnes flácidas que con
dificultad son cubiertos por esa tela ligera que a todos nos iguala. En la sala
del lado tres muchachas esperan igualmente vestidas así que les llegue el turno
no sé a qué. La impresión que causan desde luego no es la misma, ni mucho
menos, este indumentaria parece sumar años a quien los tiene y restárselos a
quien no los tiene. Es difícil mirarnos unos a otros en silencio y no pensar en
la vida misma, en nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Dos
mujeres compiten en relatar sus males, quién da más. La artrosis, la
osteoporosis, el lumbago, la diabetes nos sobrevuelan a todos. De vez en
cuando, con una silla de ruedas vienen a buscarnos. Yo traigo la mía propia, no
sé bien si es un punto a mi favor o en mi contra. Y sin embargo, en esa
aparente basura humana, restos de un naufragio en el que intentamos sobrevivir
como podemos, cuanta vida acumulada hay, cuántas historias trágicas unas,
cómicas otras, cuantos relatos de amor podrían hacerse, cuántas miradas,
cuantos silencios, cuantas caricias, cuantos fracasos, cuántas lágrimas, cuantos
abrazos. La vida se pasea entre nosotros con una fina bata y sus vergüenzas al
aire, sonreímos al verlas, poco hay que perder ya. Cuanto podríamos enseñar a
esas muchachas en flor que están a nuestro lado, cuánto podrían aprender de
esas miradas, de esos silencios, de esas caricias, de esos fracasos, de esas
lágrimas, de esos abrazos, pero quizás hay un tiempo entre nosotros que nos
separa y que no les permitirá descifrar los enigmas ocultos, hacerse las
preguntas y encontrar las respuestas. Llegó mi turno, dejo mi soliloquio por un
rato, toca remendar esta cochambre.
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