En 1981 se aprobó la ley de
divorcio en España, hasta entonces el matrimonio era considerado indisoluble,
de todo el periodo nacional-católico se arrastraba la rémora de la sagrada
unidad matrimonial. Alcanzar
aquello no fue fácil por la presión de la Iglesia Católica y de los partidos de
derecha empeñados en esa unidad y una buena parte de la población escandalizada
por esa posibilidad. La dificultad se plasmó en la propia ley ya que sólo se
alcanzaba el divorcio cuando fuera evidente que, tras un dilatado periodo de
separación, su reconciliación ya no era factible, y después de que se
demostrase el cese efectivo de la convivencia de las partes o la violación
grave o reiterada de los deberes conyugales. La separación había que ganársela.
Hoy nos puede parece ridículo ese pensamiento en la medida en que tenemos
asumido el sinsentido que supone forzar a la convivencia cuando esta ya no es
posible. La posibilidad de divorcio como un derecho es algo irrenunciable y hoy
viviríamos como una agresión que nos privaran de ese derecho. En 2005, entraba en
vigor la controvertida Ley del 'Divorcio Express' por la aquí se suprimía ese amplio
periodo de separación previa. Cualquier abogado aconsejará a una pareja en
estos trámites qué en la medida de lo posible se opte por un divorcio de mutuo
acuerdo antes que por un contencioso que supondrá un enfrentamiento entre las
partes. La cuestión a dirimir no será divorcio si o divorcio no sino la
elaboración de su convenio regulador, es decir, de las condiciones con las que
se pacta la separación. Un divorcio supone un intento de convivencia fracasado
en el que a menudo las culpas están repartidas. La solución a ese fracaso no
puede estar en prohibir el divorcio sino en trabajar la convivencia.
El conflicto generado con
Cataluña me recuerda, salvando las lógicas distancias, a todo lo anterior,
desgraciadamente parece que las partes están interesadas más en el derecho o no
al divorcio que en la restauración de la convivencia. Todo invento humano es
perecedero del mismo modo que lo es su creador. La nación no deja de ser un
invento humano que tuvo su principio y tendrá su final, sea este ahora o más
adelante. La verdadera prueba no será cuanto se mantendrá entera sino como se
pactará ese final. No todos aquellos que piden un referéndum pretenden romper
España, al contrario, buscan la manera dialogada de mantenerla tal cual la
conocemos hoy. Aquellos que se niegan a tratar de modo alguno este problema son
los que verdaderamente la están rompiendo. Comprobar que son mayoría aquellos
que pretenden permanecer en España es la primera manera de cerrar la boca a
aquellos que defienden lo contrario. La locura de unos no puede contestarse con
la locura de los otros. Los conflictos son la ocasión de pensar su solución no
para encerrarse en ideas intocables, es el momento del encuentro y no el de
levantar muros para la confrontación. Lo que verdaderamente es necesario tener
en cuenta al final no es como queda España sino como quedan los españoles.
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