Varia es la suerte, voluble y ligera; al que viste por
la mañana, desnuda por la noche.
A. ZANO
Somos una caótica mezcla de azares desde
el mismo inicio de nuestra existencia. Ese espermatozoide que, en una loca
carrera entre millones llena de obstáculos y trampas, consiguió fecundar al
óvulo. Ese espermatozoide y ese óvulo también son mezcla del azar, una pequeña
renuencia de la hembra que pospusiera el coito, una llamada de teléfono, una
ligera complicación en el macho. Toda esa concatenación de azares que desembocó
en ese instante y de esa manera es lo que hicieron posible el encuentro de ese
óvulo y de ese espermatozoide. Cualquier mínimo cambio en ese eslabonamiento
habría cambiado esos protagonistas y yo no sería yo y tú no serías tú.
Toda nuestra vida es una amalgama de
azares, a menudo oscuros, en otras ocasiones, las menos, luminosos; dolorosos y
placenteros, esperanzados y descorazonadores. Una masa de eventualidades sobre
la que nos vamos moldeando nosotros y nuestro entorno. Casualidades generando
constantemente su efecto mariposa que nos lleva a un suceder errático escondido
tras una apariencia de lógica. Contingencias que se convierten en causalidades:
elegir aquella vivienda, obtener aquella nota en selectividad, coincidir en
aquel grupo, escoger aquella calle, aquel hotel, aquella noche, aquella cena,
aquel trabajo, aquella silla.
¿Por qué a mí? Es una de las primeras
preguntas que te surge. ¿Por qué esta mala suerte? ¿Qué he hecho yo para merecer
esto? Se trata de una pregunta sin respuesta, o se trata de una pregunta que
bien pudiera ir acompañada de otra alternativa: ¿Por qué no yo? ¿Por qué no me
podría tocar a mí? ¿Qué he hecho yo para librarme?
Dentro de esa amalgama de posibles respuestas,
ninguna de ellas del todo satisfactoria, la más evidente, al menos en mi caso,
parece ser la genética, dentro de mi bombo había más bolas con las siglas EM.
Mi probabilidad era mayor. La segunda es el azar. No se trata del destino, se
trata de esas contingencias que pudieron haber sido otras que habrían generado
otra realidad, distinta, sencillamente distinta, quien sabe si mejor, quien
sabe si peor. Distinta. Sabemos cual es nuestro presente, desconocemos cual
podría haber sido; únicamente deseamos una posibilidad, una ficción. Es el
primer paso: aceptar la realidad, esta es con la que tengo que bailar y no con
otra, desde la que tengo que partir, en la que soy. Aceptar la realidad no es
una resignación pasiva. Aceptar las adversidades no es renunciar a superarlas,
tampoco obsesionarse con su superación porque no siempre son superables.
Convivir en paz con el “por qué no iba a ser yo” supone no enemistarse con la
vida, no sentirse eternamente enojado con ella. Esta actitud de enojo, de
enfado permanente, de la fácil disposición a la cólera, es la actitud de
irritación con los demás, de rabia, de venganza, de hacerles pagar a ellos
nuestra furia con la vida, y al mismo tiempo de progresivo distanciamiento de
ellos y de la misma realidad.
Aceptar las adversidades no es renunciar
a lo que esté a nuestro alcance para mejorar nuestra situación física o para
ralentizar el deterioro. Se trata de aceptar el presente y con él a uno mismo.
Lo que pudo ser no existe salvo en mi imaginación. Aceptar el presente supone
hacer las paces con el pasado. Son inútiles los lamentos sobre lo que pudo ser
y no fue; son inútiles y dolorosos. Lamer continuamente la herida no hace sino
mantenerla abierta. No es posible vivir en el pasado, intentarlo es vivir en el
desequilibrio, entregarse al vértigo que nos da vivir cada instante. La
realidad gira a nuestro alrededor y nos sobrepasa su movimiento. Somos
marionetas en manos de nadie víctimas de la fatalidad. Rencorosos con ese
destino no llegamos a atisbar que somos nosotros los que nos hemos convertido
en nadies.
La principal cualidad de ese estado es el
victimismo. El mundo es culpable de lo que a mí me pasa, mis congéneres son
culpables de lo que a mí me pasa y por ello tengo derecho a reprocharles mi
situación. Son culpables de salud, culpables de felicidad, culpables de vivir. La
inteligencia para mí entonces supone hacer ostentación permanente de
desconfianza hacia los otros, es envidiar la suerte que ellos corren, buscar
culpables en los que descargar la responsabilidad de mi estado. Se trata de un
trastorno mental disfrazado de lucidez, se trata de egocentrismo puro y duro.
Ese mundo de vértigo solo gira en torno a
mí, yo soy el centro, exijo ser el centro. Mis derechos son prioritarios, mis
necesidades son prioritarias, mis deseos son prioritarios (mi deseo es mi
derecho), mi satisfacción ha de ser inmediata y el no serlo no hace sino
corroborar ese “el mundo contra mí”. Yo mismo me convierto en una realidad
insoportable más allá de la insoportabilidad de mi enfermedad, en algo detestable
que genera asfixia y rechazo a su
alrededor.
Y, sin embargo, ¿por qué yo no?
Este 5 de octubre, bien diferente del de 2015, te pensé como "mi docente"
ResponderEliminarTe has ganado SER Y ESTAR ENTRE MIS DOCENTES 2016. No sois multitud, pero sí imprescindibles.
Gracias a la vida