“Porque tuve
hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero,
y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis;
en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo:
Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de
beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos?
¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo les
dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos
más pequeños, a mí lo hicisteis. Entonces dirá también a los de la izquierda:
Apartaos de mí, malditos… porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve
sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve
desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis.
Entonces sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te
servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no
lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis” (Mateo,
25: 35-45)
Hay sangre en el Mediterráneo
cerca de las costas de Libia y Grecia. Hay sangre en el Mediterráneo cerca de
nuestras costas. Hay hambre, miedo, llanto, soledad, muerte muy cerca de
nosotros. Hay hambre, miedo, llanto, soledad, muerte a nuestro alcance, de la
que tenemos conocimiento y no podemos fingir que no sabíamos nada por mucho que
cambiemos de canal para que nuestro estómago no nos juegue una mala pasada. Lo
sabemos, todo eso está ahí y aunque pretendamos poner distancia entre eso y
nosotros, si nos fijamos bien, si queremos hacerlo, siempre podremos encontrar
rastros de esa sangre en nuestras manos. En nuestra cristianizada Europa, ¿cómo
diablos podemos interpretar un pasaje como el del comienzo de este escrito? ¿Quiénes
son hoy ese hambriento y ese sediento? ¿Qué nacionalidad tienen esos
forasteros? ¿Cuál es su color de piel? ¿Cuál su religión? ¿Dónde mueren? ¿Cuál
es nuestra actitud? ¿En cuál de los dos grupos estaremos? Creyentes, ¿nos
estamos haciendo cargo de Dios o queremos dejarlo abandonado a su suerte? No
creyentes, ¿cuál es nuestra tarea? ¿Nos basta con refutar la literalidad de un
texto escrito hace dos milenios? No hay discurso que valga, no hay palabras que
nos pueden justificar, no hay distancia que nos pueda disculpar toda una vida.
Estamos inmersos en la sociedad del simulacro, en la que basta con colgarse el
uniforme adecuado para dormir tranquilo. Cualquier prédica es válida si es
compatible con mi razón de consumidor. Esa es nuestra coartada. Nuestra
verborrea nos justifica y tranquiliza, aceptamos nuestro papel en este juego,
siempre sin mostrar lo más profundo de nosotros, lo más superficial en realidad
pues es la evidencia común, aquello que nos une. No es necesario panóptico
alguno pues en realidad nos vigilamos los unos a los otros. Nunca quedaremos
desnudos, perderá aquel que intente lograrlo, será excluido de la hermandad,
aquella que une al círculo de vigilancia basado en la confianza mutua, aceptar
las mentiras de todos sin desvelar el objetivo común: mantener nuestro derecho
de consumo. Para ello es necesario expulsar a todo aquel que lo amenace,
escenificaremos la farsa mientras permanezca lejos esa amenaza. El consumo es
nuestra razón de ser, también, paradójicamente, de aquellos que no tienen
acceso económico a él, el chivo expiatorio siempre será el otro, el extraño que
interrumpe nuestros sueño. El escapulario nos salva y el carnet nos acredita
como ciudadanos de bien, aquellos responsabilizados en mantener ese entramado.
El hambriento será sujeto de nuestras oraciones y el preso el motivo de nuestro
mitin, pero uno continuará necesitado del alimento y el otro encarcelado entre
rejas. La ciudadanía sólo será soportada en torno a ese interés común, formada
por una aglomeración de individuos en la que en realidad no existe el ciudadano
interesado como tal en la mejora de la sociedad y en el socorro real del otro,
no en su vigilancia.
Y en esa teatralización: ¿Qué he
hecho yo? Esa es la pregunta a la que deberíamos responder antes de que sea
demasiado tarde. ¿He dinamitado el drama o he mantenido la comedia mientras
aguantaba las carcajadas? La vida pasa y el después rápidamente se convierte en
un ahora sin que nos quede margen para actuación alguna. ¿Qué he hecho yo?
Palabras, palabras, palabras, la canción de cuna con la que intentamos
adormecernos y permanecer gloriosos en el sueño. Hasta la solidaridad se ha
convertido en un mero clic. Mantengamos la comodidad y nuestras opciones de
consumo. A veces la vida va mucho más deprisa que nosotros, en un pis pas te
encuentras transformado en el anciano que te aguardaba en la lejanía y
entonces, cuándo tienes poco margen de maniobra, te asalta esa pregunta: ¿Qué
he hecho yo? Una pregunta en pasado que siempre encierra un presente: ¿Qué
estoy haciendo ahora? No basta con el clic, no basta con sostener la pancarta,
no basta con alzar la voz. ¿Cómo ha cambiado mi vida esa pregunta si es que lo
ha hecho? ¿Cómo me ha cambiado a mí? ¿Qué he hecho en el encuentro con el otro,
si es que éste ha existido? Cual ha sido mi gesto y cual mi pérdida, a qué he
renunciado, si estoy entero pero vacío. Cómo he dado de comer al hambriento y
he acogido al refugiado. Cuál ha sido mi grado de rebeldía y si esta ha
terminado por convertirse o no en una amenaza para mi vida, qué me he
cuestionado de mí mismo. No dejéis que el tiempo transcurra para poder miraros
al espejo con satisfacción. Hace unos días vi un programa sobre la amenaza de
piel negra que se cierne sobre nosotros, sobre ese trigo sucio y sarraceno del
que nos avisó ese cardenal achaparrado enfundado en su larga capa púrpuraescarlata. La amenaza de la que hay que parapetarse. Y sin embargo s hay
personas allí dispuestas a ayudar y perder. Quizás estas me reconcilien con el
género humano, pero la pregunta permanece: ¿Qué he hecho yo?
Que pregunta más incomoda y es que a casi nadie le gusta moverse de su círculo de seguridad para meterse en"lios" ¿qué he hecho yo? Un ciudadano de a pie del pueblo llano....un besazo jesus desde torralba!
ResponderEliminarQue pregunta más incomoda y es que a casi nadie le gusta moverse de su círculo de seguridad para meterse en"lios" ¿qué he hecho yo? Un ciudadano de a pie del pueblo llano....un besazo jesus desde torralba!
ResponderEliminarLa respuesta que yo me daría a esa pregunta -cuando quiero atenderla- sería: Elegir esa experiencia de dolor y conocimiento para seguir aprendiendo y gozando (por ahora es mi mejor respuesta) También pienso que hay preguntas que deben dejar de hacerse -o reducir su consumo- y cerrar etapas, cada uno a su manera, pero cerrarlas. ¿Fácil? No ¿Posible? Clic . Un abrazo
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