El verdadero drama, el verdadero
problema, no se encuentra en ese especimen humano, el señor (por aplicarle una
categoría que no sé si merece) Trump es sólo el síntoma de una enfermedad, la
señal evidente de que algo va muy mal en nuestra sociedad. El verdadero
problema no reside en el, sino en los millones de votantes que le han aupado
hasta la cima. Éste tipo no es sino un personaje sumamente vulgar, misógino,
xenófobo, racista, grosero, mentiroso, ignorante, obsesivo de la riqueza y del
poder pero al margen de los cauces conocidos y catalogados como correctos. Uno
puede preguntarse como una persona así ha podido alcanzar la presidencia del
gobierno de la primera potencia mundial. Quizás la respuesta sea que ha
alcanzado ese lugar precisamente porque es así, representativo de la amalgama
social que hemos construido. Seguramente el fenómeno Trump ha venido para
quedarse, o, con mayor exactitud, ya estaba aquí y esto ha sido sólo la bomba
que lo ha puesto de manifiesto. La democracia neoliberal formal no se limita a
generar unas estructuras en las que moverse y que garantizan una vida social
sana. Esas estructuras no garantizan nada pues se limitan a ser espacios en los
que una clase política creada a sí misma hace y deshace cada vez más lejos de
la realidad y en esa realidad van germinando los atributos que adornan al señor
Trump.
No se trata de un fenómeno
exclusivamente localizado allí, la lava burbujea ya en este volcán y amenaza
con salir y arrasar tantas estructuras que ya nos hemos encargado nosotros de
irlas vaciando de contenido. Sus características no son únicamente suyas, están
presentes entre nosotros, basta que alguien las aglomere para que ese magma
salga despedido a la superficie. En nuestro existir de varón reside con
frecuencia el fuego de la misoginia, bien de modo larvado o despiadadamente
claro cuando se le unen algunos atributos catalogados estúpidamente como
varoniles: el poder y la violencia. No es necesario pensar mucho para percibir
en nuestra sobrevalorada Europa los signos de la xenofobia y el racismo.
Francia, Reino Unido, Alemania, Austria, Holanda, Hungría, Polonia, Grecia, en
ellas hay fuerzas cada vez con más poder que hacen gala de ambas cosas y, en
general, es el pueblo mas llano, sobre el que la globalización ha golpeado con
más fuerza, sin trabajo, sin estudios, en los entornos más rurales, el que
empodera esas fuerzas, el que compite entre sí, el que exige alzar barreras.
Exactamente igual que lo que ha ocurrido en las elecciones norteamericanas.
Hemos generado una sociedad en la que la palabra dicha carece de valor. Hoy
podemos decir una cosa para decir mañana la contraria, que nadie nos lo echará
en cara. Importa la convicción con la que la pronunciemos, no importa que el
convencimiento sea falso, se trata de un comportamiento meramente estratégico.
Es necesario elevar la voz, generar el aplauso fiel y encontrar un chivo
expiatorio sobre el que lanzar nuestros dardos. Se trata del producto más fiel de este sistema el que se ha
presentado ante los votantes como el antisistema y que ha logrado enganchar con
una sociedad que se pretende así pero que en el fondo sólo sueña con emularle,
sueña con ser el gran consumidor y es para defender este montaje por lo que le
vota y por lo que se enfrenta a la amenaza que viene de fuera. Apoya el
discurso pretendidamente rompedor para que nuestra cristalería permanezca
intacta, para que nada se rompa. Hoy se dice, nada hay que temer porque esas promesas
no son posible, pero la bomba ya está activada, el nuevo fascismo ha recibido
un empujón de confianza en sus posibilidades. El mal ya está hecho y la
respuesta también ha de ser activada. Un stop al machismo, a nuestro machismo;
un stop a la xenofobia, a nuestra
xenofobia; un stop al racismo, a nuestro racismo; un stop a la violencia, a la
grosería, a la renuncia el pensamiento propio, al pensamiento crítico, al deseo
de enriquecimiento como aspiración fundamental en nuestra vida, la renuncia a
todo lo que tenemos de ello, la renuncia a nuestro Trump interior y la denuncia
a todo lo que, unas veces sigilosamente y otras de forma estentórea, germina y
avanza entre nosotros, en una sociedad moralmente e intelectualmente miserable
y mediocre.
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