He
vuelto a visionar la película “la leyenda de indomable” de Stuart Rosenberg,
1967, y en ella la pelea que tienen Luke (Paul Newman) y Dragline (George Kennedy),
una pelea perdida de antemano para el primero pero que insiste en continuar por
simple cabezonería antes que admitir que no puede más y se rinde. Quien quiera
ver esa pelea puede hacerlo en el video que hay al principio. Sacó a colación
esta escena pues me veo embarcado en una pelea similar. Una enfermedad crónica
y degenerativa puede llegar a ser (afortunadamente, en el menor de los casos)
una pelea así. En un boxeo reglamentado cuando uno de los púgiles recibe un
golpe que lo lleva a la lona el árbitro para el combate y cuenta hasta diez
para dar tiempo al caído a recuperarse y levantarse, si no es así detiene el
combate. Imaginemos que el árbitro no hiciera eso, que el púgil dominador
continuará golpeando y golpeando al caído sin que nadie parara esa pelea. ¿Qué
ocurriría? ¿Cómo terminaría el ya derrotado? A veces siento que mi vida se
encuentra en una situación similar y yo no nací para la pelea pero tengo que
seguir y seguir y seguir y el cansancio llega. La lucha continúa pero nadie puede tirar la toalla y yo
me veo obligado a continuar. Es tanto lo que cuesta levantarse de la lona
cuando además sabes que inmediatamente recibirás un nuevo puñetazo. Sabes que
fuera del cuadrilátero hay una serie de personas que están sufriendo contigo la
paliza que estás recibiendo pero que no pueden hacer nada para detenerla y has
de levantarte por ti y por ellos, aunque te cueste mantenerte en pie, aunque no
sepas ya dónde está tu contrincante, aunque tus puñetazos vayan al aire.
Continuas, continuas, continuas, hasta que ese contrincante termine sacándote a hombros, no precisamente para ser vitoreado. La pelea ha dejado huella
también en el público que parte de él se ha marchado y el que queda esta en
silencio. Tú, con la cara ensangrentada y llena de golpes aún intentas esbozar
una sonrisa mientras eres sacado del ring.
Lanzo este mensaje al mar esperando que otro naufrago lo encuentre y le sea de utilidad.
Etiquetas
- pensamiento (160)
- Esclerosis múltiple (124)
- política (92)
- filosofía (81)
- sentir (68)
- Poesías (58)
- Muerte digna (32)
- relatos (32)
- Cataluña (25)
- religión (25)
- educación (19)
viernes, 30 de diciembre de 2016
martes, 20 de diciembre de 2016
140 CARACTERES
Pensar
no está de moda, ahora lo que se lleva es el pensamiento rápido y breve, que
quepa en 140 caracteres. Si alguien quiere estar presente en los medios de
comunicación tiene que pasar por ahí, pensamientos leves, posverdades, en los
que, fundamentalmente, se mueven las emociones, pensamientos casi intuitivos
que casi no suponen esfuerzo. Eso es lo que hay que ofrecer, ideas simples,
primarias, fácilmente digeribles y retuiteables. El éxito se encuentra ahí, no
sólo en el consumo de esas ideas, sino, más aún, en la adquisición del modo de
pensar. No gastemos tiempo en ello, que no nos suponga esfuerzo alguno, que no
nos cuestione ningún aspecto de nuestra vida, construyamos nuestra cámara de
eco en la que podamos vivir cómodamente. La racionalidad es lenta, pesa,
molesta, a veces duele, huyamos de ella. Demos la bienvenida a los tuit,
limitemos nuestro programa a los 140 caracteres, reduzcamos a ellos las
verdades, apliquémosles la cirugía plástica necesaria para que quepan en ellos,
maquillémoslos para que su presentación sea la adecuada. Pensemos con las vísceras, siempre en 140
caracteres, censuremos aquello que entorpece el eco, midamos, cortemos,
borremos todo lo que aburra; encasillemos la política en ellos, caben las vísceras
pero no la razón, sí las emociones que se regurgitan pero no las que nos hacen
parar y templar. Que hastío una vida con más caracteres.
jueves, 15 de diciembre de 2016
LA MOTO
Un ángulo recto puede llegar a
ser más que una simple cuestión matemática. Dos rectas que se encuentran en un
punto formando entre las dos un ángulo de 90°. Ese punto, el vértice, podemos
situarlo en múltiples lugares: el blanco de un papel, las paredes de una
habitación, los ángulos de un mueble, la esquina de una acera, el centro de una
calzada. Situemos a un niño en la acera, es la hora de entrada al colegio y
éste se encuentra justamente enfrente. Se trata de un niño pequeño, pongamos de
unos seis o siete años, su hermana lo ha dejado ahí, a la espera de su vuelta
mientras ella compra algunas golosinas. El niño tenía la obligación de
esperarla, pero la tentación es muy grande, la puerta del colegio se encuentra
solo a unos pasos, basta una carrera para llegar a ella. Estamos en los años
60, en una capital de provincia menor en la que apenas, por entonces, había
tráfico; el niño sólo tenía que trazar a la carrera una pequeña línea recta.
Recuerdo que es un niño pequeño, al que le puede más la tentación que la razón,
no sabe mirar a la derecha y a la izquierda con la suficiente frialdad y rigor.
El niño decidirá trazar esa línea recta a la carrera sin darse cuenta
(realmente no lo sabemos con certeza pues ese momento no quedó recogido en su
memoria) que a su derecha, más lejos de lo que se encuentra él, una moto viene
a su encuentro, trazando otra línea recta que junto a la del niño establecerán
el vértice de un ángulo recto. Físicamente el niño será el peor parado pues la
moto le golpeará en la cabeza produciéndole una importante lesión, el motorista
será sujeto del pánico, fue el niño el que se le echó encima. Fue un vértice
dramático que cambió una vida. Ese niño era yo. Ese golpe me cambió la vida.
A partir de ese momento fui el
niño del milagro. Nadie daba un duro por mí, la cabeza me quedó deformada,
entonces resultaba difícil calibrar las consecuencias futuras de aquel golpe.
Salí hacia delante, afortunadamente la moto no afectó a mi inteligencia pero sí
lo hizo a mi memoria. Borró de ella aquellos años y quedó mermada para siempre.
Me quedó un enorme cicatriz en el cerebro que solo la moderna resonancia pudo
reflejar claramente. Mi inteligencia pareció desde entonces un buen motor casi
sin gasolina, al que había que rellenar casi constantemente. ¿Cómo habría sido
mi vida sin aquel atropello? Las respuestas únicamente serán meras hipótesis
imposibles de comprobar. Quién sabe que habría hecho y hasta dónde habría
llegado, qué habría alcanzado o a qué abismos me habría precipitado. Sólo sé
como ha sido mi vida, esta vida, y cuáles han sido sus frutos, esos frutos
hechos personas: mi mujer y mis hijos, los que con total seguridad no estarían
aquí conmigo sin esa moto. Su conductor me hizo un favor aunque todos lo
desconocieran en ese momento. No puedo imaginar otra vida sin esos frutos, sin
ese sentido; ni puedo, ni quiero imaginar una vida sin ellos y cualquier
imaginación me privaría de los mismos. En cada momento se abre un mañana
diferente y el dolor que puede acompañar ese instante puede que en el futuro te
sientas agradecido a él. Hoy son tantos los recuerdos que he sido incapaz de
retener y es tan estrecha la síntesis de conocimiento con la que me he de
manejar, tanto el que se ha evaporado. Esta es mi vida hoy, este mi presente en
el que a duras penas sobrevivo sabiendo que es necesario hacerlo mirando hacia
atrás sin resquemor, haciendo las paces con el pasado; sólo es posible avanzar
en el futuro si hacemos las paces con el pasado. Puedo imaginar otra vida en la
que yo alcance grandes objetivos (teóricos), suba muchos escalones hacia la cima
(¿qué me esperaría en ella?), otra vida en la que personas diferentes me
acompañarían, pero qué sería de mí sin ellos. Solo los tropiezos y los momentos
de dolor, los exactos y concretos momentos de dolor, me han llevado hasta ahí,
hasta las personas que quiero y que me han hecho, las personas que dan sentido
a mi vida y que incluso pueden dar sentido a la pérdida de esa vida.
En una cadena nunca sabes cual
será el siguiente eslabón, en los cruces con los que te encuentras en la vida
raramente sabes hacia donde te llevarán y en qué circunstancias te vas a ver
envuelto en el camino; cuando caes, al levantarte ya no eres el mismo que eras
antes de la caída, si te empujan no sabes si ese empujón te hará llegar más
lejos o te hará trastabillar, la persona a la que te unes nunca sabes en un
principio si ha llegado para completarte o en el mañana estará arrancándote
pedazos, si bajo el estiércol encontrarás un tesoro o si lo que tú consideras
una alhaja esconde un garrote vil. En el azar que supone la vida puede que lo
que mayormente tengas que agradecer se lo debas en su inicio a una moto.
miércoles, 30 de noviembre de 2016
LA FEMINIZACIÓN DE LA POLÍTICA
Pablo
Iglesias no es santo de mi devoción pero me siento en la obligación de salir en
su defensa ya que considero que la reflexión que ha hecho acerca de la
necesidad de feminización de la política es acertada, lamentablemente es algo
de lo que no se habla ya que no se valora en absoluto y, por lo tanto, no se
reflexiona sobre ello. Decir algo así en una organización política o sindical
es como hablar del sexo de los ángeles, como filosofar alegremente para nada,
dicho eso si pasa turno y el órgano correspondiente se dedica a tratar temas
más importantes. Quizás no sea Pablo Iglesias el más adecuado para tratar ese
tema en la medida en que parece poco representativo de esa idea de
feminización, es agresivo, dominante y, por lo tanto, con un perfil claramente
varonil pero sea así o no, la reflexión es muy interesante. Lógicamente los
medios y el resto de los partidos se le han echado encima en el intento de
hacer sangre bien por interés partidista o por simple ignorancia o mediocridad.
La cuestión merece algunas puntualizaciones.
La
primera de ellas es que conviene escuchar todo lo que dijo. En el video de
arriba hay ocasión para hacerlo y poder juzgar por uno mismo.
En
ningún momento rechaza como válida la incorporación de la mujer en las listas
electorales y en los cargos directivos de partidos o empresas. Al contrario,
subraya la importancia de ello pero considera que esto no es suficiente, y
lleva razón, ahora mismo la incorporación de la mujer a la política es la
incorporación a una organización claramente machista, para actuar en ella la
mujer se ve en la necesidad de adoptar un perfil varonil. En política no vale
todo lo que se pueda considerar blando o sensible, todo aquello que ponga por
delante la persona al dogma. La mujer ocupa un espacio allí no para actuar como
tal, sino para ser uno más de ellos.
Plantea
que la feminización tiene que ver con la forma de construcción de lo político,
así es. La feminización de la política, viene a decir, es hacer comunidad y esa
comunidad sólo es posible hacerla desde la base, desde la más estricta
realidad. Cuando se habla de casta política lo que se quiere resaltar es la
distancia generada entre el quehacer político, que es fundamentalmente
institucional y esa realidad. Hacer comunidad es, de alguna manera, hacer
familia, incorporar lo emocional e incluso los afectos a ese quehacer político,
y para hacer familia es absolutamente necesaria la incorporación de la mujer a
ese proceso en la medida en que el hombre, históricamente, se ha desentendido
del mismo. El cuidado tiene que hacer referencia fundamental al débil, a aquel
del que las altas instancias parecen haberse desentendido. Esta feminización
exige tres cuestiones, la primera de ellas la incorporación de la mujer a la
política; la segunda la feminización del hombre, que incorpore en su persona
los rasgos necesarios para ese proceso y abandone aquellos que tradicionalmente
ha llevado consigo y que sólo han producido ruptura y dolor; la tercera y
absolutamente fundamental el cambio en el modo de hacer política, que la
actuación mayor de una organización se realice en la base y con la gente más
necesitada, sea cual sea su raza, nacionalidad o religión. El trabajo en las
instituciones sólo debería de ser una parte menor de los partidos y un trabajo
limitado en el tiempo para evitar la encastización de los políticos. Lo
deseable sería un camino de ida y vuelta que supusiera una retroalimentación.
La política, a menudo, sólo parece un espectáculo de señoritos del que la gente
se encuentra cada vez más alejada. Esta feminización supone conflicto pues al
mismo tiempo que se construye es necesario de construir y en esos dos ámbitos
encontramos personas muy a menudo encastilladas allí, que de ninguna manera
están dispuestas a perder los modos y estructuras con los que han trabajado y
han tocado poder. Se trata de incorporar a la vida política una idea del
feminismo de los 60 que a algunos les genera risa y es afirmar que lo personal
es político, que estamos haciendo política desde el lugar más íntimo y que esta
idea nos cuestiona a nosotros y a la vez cuestiona las estructuras en las que
nos manejamos y las formas en cómo lo hacemos. La forma es también el fondo y
el medio también es el mensaje.
Uno
de los aspectos que más se le han criticado es la identificación de la mujer
con el papel de madre y con la función del cuidado. Criticar esto es un sin
sentido. Si de algo puede estar orgullosa la mujer es de su papel de madre y de
su función de cuidado, si de algo debe avergonzarse el hombre es de su
desentendimiento de esa función. Cuidar ha de ser un principio profundamente
asumido por toda persona que quiera dedicarse a la política. El cuidado ha de
ser el de los más débiles y una tarea de la política debería de ser sacar todo
el cuidado posible de la intimidad del hogar donde en el silencio y la
privacidad queda en manos de la mujer atrapada muchas veces en ese papel. El
hombre escala a las alturas, se cuelga medallas y se hace aparecer como el sexo
fuerte e importante de la sociedad, mientras tanto la mujer se mantiene
escondida en esa oscuridad del hogar. Recuerdo un texto que escribí hace tiempo
y que ahora mismo viene como anillo al dedo, lo escribí a propósito de la
lectura de “El
hombre en busca de sentido” de Viktor Frankl, psiquiatra, en él narra su experiencia en los campos de concentración
y hay un pasaje en el que dice que “los
mejores de entre nosotros no regresaron de los campos”, fueron aquellos que
murieron allí a causa de su sentido de la vida, murieron por solidaridad, por
defender a un compañero, por ocupar el lugar de otro, por negarse a cumplir una
orden… Es decir, “sobrevivieron aquellos que se endurecieron, los que perdieron
los escrúpulos, los que utilizaron cualquier medio con tal de salvarse. Del
mismo modo, las mejores de entre las personas cuidadoras fueron ganadas para el
enfermo pero, de alguna manera, las perdió la sociedad. Esos esfuerzos sin medida
no son compatibles con la vida pública y, a menudo, tampoco lo son con la vida
laboral. Las mejores personas se encuentran concentradas en las grandes causas
pequeñas, hablan poco y hacen mucho, representan el silencio en una sociedad en
la que la saturación de palabras hace que estas pierdan su sentido, pueden
permanecer ocultas pero serán las imprescindibles en una sociedad nueva.” Las
mujeres callan y hacen, los hombres, a menudo, hablan mucho pero no hacen. La
denuncia de un patriarcado como causa de la injusta sociedad que padecemos
implica necesariamente la existencia de un matriarcado alternativo que ha de
ofrecer nuevos valores, maneras y realidades.
Por una vez he de
defender a Pablo Iglesias, aunque me hubiera gustado que ese mensaje lo
transmitiera de un modo más tranquilo y reposado. Es necesario que busque en su
interior con detenimiento su lado femenino, y es necesario que lo haga como es
necesario que lo hagamos cada uno de nosotros.
martes, 29 de noviembre de 2016
EL PAPEL DE MI VIDA
He pasado buena parte de mi vida
huyendo de mí, fracasando en mi construcción. Aquellos años de juventud
esperando la llegada del futuro, aguardando el papel de mi vida. La escuela,
que me dejó tantos interrogantes, de la que recibí mucho más de lo que yo le di
a ella, donde mi personaje a veces era creíble pero donde me contemplé tantos
espacios de fuga, un Jesús de inútiles sueños siendo derrotado por la realidad.
No pude aceptar el papel que representaba allí pues me sentí embaucador de lo
que pretendía ser y no era. Siempre unos puntos suspensivos. Hoy miro atrás y
sigo sin comprender por qué he recibido tanto, llanto de gratitud y de petición
de perdón. Allí, para mí, pude haber sido pero no fui. No sé bien realmente qué
es lo que fui ni cómo agradecer los gestos que me han regalado. Años que hoy
siento desperdiciados para haberme sentido yo, el hombre realizado que me pude
sentir en algunos momentos, pero cuando despertaba del sueño seguía viéndome
frustrado, malogrado el intento de ser yo, de estar desempeñando el papel de mi
vida, pues seguía manteniéndome a la espera, eterno insatisfecho, privado de
una calma en la que pudiera estar en paz conmigo mismo, consciente de estar en
lo que era mi lugar en el mundo. Eterno insatisfecho, en permanente descontento
con lo que podía hacer y no hacía, con lo que podía ser y no era. Y, sin
embargo, muchos me podrán decir que allí estuvieron mis mejores años, aquellos
en los que dejé mi mejor recuerdo, pero yo no di todo lo que podía haber dado,
sólo puedo agradecer lo que injustamente he recibido.
También hubo un tiempo en mi vida
en el que esa vida laboral sufrió un paréntesis, pues esto fue como poco lo que
ha de llamarse vida sindical, una desafortunadamente llamada liberación. Ese no
era mi lugar, así lo sentí antes y durante aquellos años que no fueron de
paseo. El auténtico problema no estaba en la organización, estaba en mí,
iguales dificultades o mayores hubiera encontrado en cualquier otro sitio.
Puedo parecer lo contrario pero nunca he sido un hombre disciplinado y la
incomodidad es grande cuando te ves forzado a hablar en nombre de otros. La
libertad de pensamiento difícilmente es practicable en una organización social
y no digamos de la libertad de opinión y manifestación pública de esa opinión.
Pero repito, el problema fundamental estaba en mí, nunca pude decir que me
sentí engañado y como dije en el párrafo anterior, quizás recibí más de lo que
di, en la balanza final me quedaron afectos para siempre e incluso,
conociéndome, confiaron en mí posiciones que nunca tendrían la garantía de que
fueran de su gusto. Llegado a este punto uno empieza a pensar que el papel de
tu vida raramente te llega sino que eres tú el que te lo has de construir.
Algunos lo pueden tener fácil pues es notoria su capacidad para mimetizarse con
el entorno, para otros es algo más difícil convencidos de que la realidad es
poliédrica y de que en el grupo se puede generar un pensamiento que termina
desarrollándose dentro de una cámara de eco en la que solo se oye lo que se
quiere oír. Esta actitud no facilita la convivencia.
El tiempo pasa y nunca sabes lo
que te depara el mañana, has crecido convencido de un futuro que de golpe y
porrazo puede desaparecer y así ocurrió, una enfermedad en la que nadie piensa,
siempre convencidos de que el mañana será un presente mejorado, hizo su
aparición y como elefante en cacharrería todo lo derribó, lo trastocó y rompió.
En unos años aquel que soñó de joven con comerse el mundo (iluso él) asistía a
las dentelladas de una vida que ni siquiera se le había pasado por la cabeza.
Deprisa (siempre mucho más deprisa de lo deseado) se fue quedando atrás y
agotado de esa vida en carrera necesitó una silla en la que descansar y
personas a su alrededor que cada día hubieron de tener más protagonismo sobre él. El papel que él soñaba le estaba reservado (que necesidad de autoengaño
tiene el hombre) de pronto desapareció y quedó desnudo, era tan escaso el
escenario y pequeño el texto que se le había reservado. Las candilejas se
fueron apagando y el cañón que le enfocaba sólo ponía de manifiesto la
oscuridad que le rodeaba. Pero la oscuridad se fue disipando y él se encontró
en una paradoja que difícilmente hubiera sido capaz de imaginar: quizás ese era
el papel que le aguardaba en su vida y el que le exigiría dar todo de sí.
Sorprendentemente es mucho lo que exige la nada y no todo el mundo está
capacitado para ello. La sobreactuación es fácil pero no el manejo de los
detalles, de los pequeños gestos que lo dicen todo, de la palabra en su justo tono
y lugar, y la representación no urge, tienes tiempo para ir perfeccionándola,
corrigiendo aquello en lo que te pasaste o no llegaste, la palabra que sobró o
que no dijiste, el movimiento que deseaste haber hecho y no hiciste o aquel del
que luego te arrepentiste. Interiorizar el papel y hacerlo tuyo. Es grande
también este destino aunque nadie sueñe con él. Quizás el mérito mayor no se
encuentra en realizar bien aquello que elegiste sino aquello que te vino dado y
de lo que tú, al final, también arrancaste aplausos. Un papel en el que el eterno insatisfecho, sorprendentemente, encontró la paz.
sábado, 26 de noviembre de 2016
VIOLENCIA DE GÉNERO. CON VIOLENCIA DEGENERO.
Es
imposible que pase una temporada medianamente larga sin que tengamos noticias
de algún episodio de violencia de género. Puedo intentar mirarlo desde la
distancia. Pero no es posible. Esta violencia es ejercida sobre una persona
sobre la base de su sexo o género. Estamos dos sexos, hembra y varón, y en la
violencia encontramos dos papeles, sobre quién se ejerce la violencia y quien
la ejerce. La realidad es inopinable, la inmensa mayoría de la violencia física
que se ejerce se hace sobre la mujer y la hace el hombre. Existen dos bandos y
yo, inevitablemente, me encuentro en el bando agresor. Puedo mirar hacia otro
lado, puedo elaborar un bonito discurso, pero seguiré estando en el bando agresor.
El problema de la violencia sobre la mujer no es cosa mayoritariamente de ésta,
lo es también, en lugar muy importante, mío, nuestro, y no por solidaridad con
ellas sino también porque ya es hora de intentar limpiar nuestro género. Lo que
ocurre nos envilece, nos degenera.
Hombre
y mujer no son dos géneros estrictamente puros, es decir sin componentes
psicológicos y comportamentales el uno del otro. Encontramos, en mayor o menor
grado, rasgos masculinos en la mujer y rasgos femeninos en el hombre. Mi
sensación es que aquello mejor que tengo en mi se corresponde con ese
componente femenino, y viceversa, aquello peor, mas duro, más hiriente, más
agresivo, es claramente masculino. El ejercicio del poder físico o psíquico, la
necesidad de control, el sentimiento de propiedad, han sido actitudes
históricamente en manos del macho. Mía o en manos de nadie más, como yo la
quiero o de ninguna otra manera, se hará lo que yo diga o nada se hará de otra
forma. El sentimiento que me hará crecer a mí humillándola a ella todo lo que
pueda, su cuerpo es mío y he de hacer todo lo posible para que no llegue a
tomar conciencia del mismo. Yo no vivo al margen de esta realidad, hay gestos,
comentarios, que parecen corroborarla. La violencia se encuentra escondida en
la intimidad del hogar o en la descerebrada cabeza de algún macho. Yo no la veo
hasta que no explota y pasa a engrosar el mundo de las estadísticas. Mientras
tanto, el macho, presuntamente inocente, que únicamente asume el papel que
socialmente le ha venido dado, duerme sobre un colchón cargado de bombas
racimo. Mientras tanto yo también duermo tranquilo satisfecho en mi papel de
hombre de hoy, sin carga de prejuicios.
Es
violencia el asesinato, como lo es toda agresión física por pequeño que
parezca, como lo es el insulto, el desprecio, la humillación, incluso el
silencio que ignora, que ningunea. Es violencia la complicidad que calla, que
oculta, que mira hacia otro lado, que pretende esconder nuestra cobardía y
miseria. Es violencia las palabras pretendidamente inocentes que ríen, se
burlan, agreden y construyen con nuestra colaboración los cimientos de un
perfil donde el macho se reserva el poder para sí, que abonan el campo donde
crecerá, cuando nos hayamos marchado y creeremos limpias nuestras manos, la
microviolencia y, más allá, la planta carnívora de lo macro y nos escandalizará
cuando una vez más lo contemplemos en televisión, aquello que creemos sentir
tan alejado de nosotros. ¿Cuál ha de ser nuestro papel? Aislar, denunciar,
enfrentarnos si es necesario y reconstruirnos, sacudirnos el polvo
mefistofélico del hombre arcaico que se aferra al poder y a la dominación, del
animal carnívoro que necesita devorar para sentirse vivo, que detesta la
civilización que lo hace frágil pero más humano. Ya va siendo hora de desmontar
el patriarcado y darle a ella el espacio que le debemos; ha de ser nuestra
tarea. Ya es hora de desmontar ese patriarcado en nosotros, nuestra
liberación tiene rasgos femeninos.
¿Cuándo seremos conscientes de ello?
jueves, 24 de noviembre de 2016
SUICIDIO ASISTIDO Y EUTANASIA
José Antonio Arrabal, enfermo de ELA, desea morir en el momento que él decida. La esclerosis lateral amiotrófica provoca una degeneración neuronal que va extendiendo la parálisis a toda las zonas del cuerpo excepto el cerebro. El enfermo va viendo como se paralizan sus piernas, sus manos, va viendo como va dejando de hablar, de tragar y de respirar mientras sus sentidos permanecen intactos. Literalmente asiste a su decadencia pues sus ojos la observan hasta el final y su intelecto no se ve afectado. En el plazo de unos pocos años asiste a su muerte por ahogamiento. Es una muerte segura y él es actor y espectador a la vez, pues es el protagonista del drama y al mismo tiempo contempla como su cuerpo se va desmoronando sin poder hacer nada por ello. En ese drama no está sólo, los suyos asisten impotentes a su decadencia. Una sociedad hipócrita les obliga a todos a padecer el sufrimiento que esa lenta muerte supone. Su cuerpo ha empezado a morir desde antes de ser diagnosticado, cada día un músculo va muriendo y esa pérdida supone una descarga involuntaria para él y una carga más para los demás. Una sociedad capaz de evitar el sufrimiento innecesario a sus animales le obliga a él a soportarlo hasta el final. ¿En función de qué o de quién se ha de obligar a este padecimiento? ¿Qué legislador insensible ha de decidir sobre mi vida? ¿Qué Dios ha de desear esta tortura? Es paradójico pretender alcanzar el bien mediante el mal, mediante el dolor y la angustia. Parecemos asentados sobre una sociedad un tanto esquizofrénica.
La muerte forma parte de la vida,
no es su opuesto; ayudar a morir también es ayudar a vivir. Según las encuestas
nos encontramos en una sociedad mayoritariamente consciente de este problema y
que comprende la necesidad de regular el suicidio asistido e incluso la
eutanasia, pero el miedo y los prejuicios atenazan a la clase política. La
iniciativa legislativa se va demorando cada día un poco más. Siempre hay tiempo
en la legislatura para ello, hasta que esta llega al final. Esta regulación
parece condenada a la eterna procrastinación, siempre habrá justificación
política para aplazarla por otros asuntos más agradables y menos conflictivos.
El conflicto no es sino una lucha de poderes y en esa lucha el poder político
siempre se arruga ante la posible presión del lobby religioso. Y en ese camino
distintos José Antonio Arrabal van quedando atrás entre sufrimiento y tragedia.
La mayoría de ellos son muertos anónimos que no han tenido ocasión de salir en
los periódicos. Se trata de noches en vela, de silencios interminables, de
estertores contabilizados en la oscuridad, de insomnio del paciente, de
espasticidad, de calambres, de dolor; se trata de lágrimas y enfrentamientos,
de desconcierto y rupturas, todo ello ajeno a nuestros “representantes”.
¿Por qué se me ha de obligar a
contemplar mi decadencia física y las consecuencias que ella trae para los
míos? ¿Por qué no puedo elegir el momento de mi final, un basta ya que
establezca el tiempo para mi descanso y para el descanso de todos? La vida
puede entenderse como un regalo, pero no se puede exigir que ese regalo, a
partir de un momento, se vuelva contra nosotros, que vaya estrangulando
lentamente mi existir. No se debe forzar a los demás a asistir a mi
sufrimiento, ni a mí a asistir al suyo por muy callado que sea. Agradezco a la
vida todo lo que me ha dado, mis seres queridos que me han proporcionado la
felicidad, esa felicidad que tuve y tengo y que espero tener hasta el final. No
es contradictorio desear poner punto y final en ese momento, antes de que esa
felicidad pierda el pulso con la desgracia. Eso es lo que se ha de esperar de
mí, luchar hasta el final por arrancar la sonrisa, otorgar sentido a mi vida y
descargar de una pesadumbre excesiva a los demás, abandonar este mundo, si es
posible, dejando un grato recuerdo inevitablemente mezclado con cierto padecer,
que me recuerden sabiendo que hasta el final intenté hacerles felices, hasta el
final, y que estuve dispuesto a sacrificar mi vida por ello, que agradecí ese
último chiste que me dijeron entre lágrimas y caricias, que sabiendo que ese
era el momento no pude despedirme de ellos con un saludo porque mis manos ya
eran demasiado torpes pero sí guiñando un ojo y corriendo el telón.
No entiendo qué reproche he de
recibir por ello, qué haría mal con esa decisión, no sé bien en quien residiría
la maldad si en mí o en quienes, teniendo en sus manos facilitar esta salida,
por prejuicios, fanatismo, miedo, comodidad o cálculos electorales, se empeñan
en anteponer el sufrimiento, la tortura, a su alivio. José Antonio Arrabal
tiene derecho a poder elegir el momento de su despedida sin tener que abandonar
su tierra y su gente. Tenemos derecho a dirimir públicamente esta polémica,
pero no a que mientras lo hacemos una persona degrade su dignidad en un
sufrimiento sin sentido y su entorno se vaya ahogando también en el. Elegir una
muerte digna es optar por una vida digna y por el final de ésta cuando deja de
serlo.
martes, 22 de noviembre de 2016
CUERPO Y SEXUALIDAD
El sexo no
es la respuesta, es la pregunta. La respuesta es “sí”
GRAFITTI CALLEJERO
Creo que el
cuerpo nunca se hace tan presente como cuando decide darte la espalda. Los
problemas de sexualidad e intimidad son frecuentes en la esclerosis
múltiple, la impotencia, la
disminución de la excitación, la pérdida de sensación que lleva al placer. El cuerpo te da la espalda, también el placer. El
cuerpo como objeto de placer se vuelve esquivo para derivar en un objeto de
sufrimiento (Cuerpo roto,/ barro seco y
quebradizo,/ grietas por donde se escapa la vida.) Condenado a sublimar el
instinto sexual para sobrevivir al hiperdesarrollo de la razón, a transformar
los deseos en meras palabras (Te daré la
palabra / pero me gustaría entregarte el cuerpo; / un cuerpo transgresor y
transgredido, / un cuerpo de burdel y lenocinio, / un cuerpo de esperma y
sudor, / un cuerpo que hablara con sus manos y sus pies, / un cuerpo que me
reviviera, / gritara, / llorara, /
riera, / que estallara de existencia. / Y sin embargo, te daré la palabra, / la
incolora, / la inodora, / la insípida palabra; / y le daré forma, / y le daré
carne / y le daré sexo. / Pero me gustaría entregarte el cuerpo.). Pero el
cuerpo sigue estando ahí, no
deseado pero deseando, a la espera de ser visto y tocado, niño pequeño
esperando ser elegido, necesitado de sentirse vivo a través de la caricia pero
también a través del dolor. Puede que desaparezca el sexo pero no la sexualidad,
cada vez más silenciosa pero cada vez más urgente, anoréxica y bulímica a la
vez, forzado a perder el apetito sexual y con un hambre exagerada e insaciable
tras esa negación. (Soy cuerpo hambriento
de caricias. / Tocadme, besadme, lamedme, sobadme. / Frágil esquife perdido a
la deriva. / Mordedme, arañadme, rompedme, violadme. / Curvas sin dueño,
torrente sin vía. / Cogedme, domadme, desgastadme, atrapadme. / Huérfana piel
de deseo sin medida. / Rozadme, / sentidme, / queredme, / abrazadme.) Es la dificultad o la imposibilidad para la eyaculación,
para el orgasmo, es, de igual manera, la dificultad para la caricia
transformada en una sensación agresiva, condenada a la necesidad de sublimar su
desagrado, a concentrar el deseo en la mente. Hecho al papel activo ahora toca
ser pasivo. ¿Quién quiere ser mi dueña? ¿Quién quiere jugar conmigo? (Quiero ser sólo carne, / sensaciones
primarias y placenteras, / barro que moldear con las manos, / soplo, aliento
vital, / enredaderas creciendo entre los cuerpos, / abrazo apasionado y
sudoroso, / mirada y verbo encerrado en ella. / Se me han rebelado las
palabras, / el pensamiento me ha hecho preso.) Es el cuerpo no querido que
tú mismo detestas, ¿qué vida sexual será posible si yo mismo me odio? Es
necesario el reencuentro contigo mismo, es lo único que está a tu alcance,
consciente de que el pensamiento también forma parte de él, no es algo ajeno a
los sentidos, es un potente órgano sexual. (Cuerpo
repudiado, viudo de dedos, / materia moldeable, ¿quién será tu alfarero? /
Barro sin más, masa informe. / ¿De qué servirán las palabras que creas? / Solo
tú eres verdad, solo las huellas que en ti dejan, / las cicatrices que me han
sido grabadas, los gemidos que me han arrancado. / ¿Dónde irá el humo que
esparces si en ti queda el fuego que me consume? / Necesito aventar las
mentiras que me cubren / hasta dejarte al descubierto certeza desconocida, /
autenticidad rechazada.) Se trata de descubrir la sensualidad que se
encierra en pequeños placeres, de permitirse el hedonismo a nuestro alcance (Soy un hedonista que no ejerce, / arquitecto
del placer viviendo a la intemperie, / fugaz sombra de los sentidos, / reo de
la razón, / exiliado en los sueños, / patrón de un barco a la deriva de todas
las marejadas, / muerto deseando vivir, / vivo deseando morir.) Puedes
resignarte a la renuncia o también atreverte, si puedes, a experimentar nuevas
prácticas, incluidas la que bordean la perversión. El concepto perversión se
encuentra cargado de mucha moralina. ¿Qué es lo pervertido sino lo que daña al
otro o a ti mismo? ¿Pero es el placer un daño? Nunca, salvo que lo encuentres
en el daño ajeno. Pueden ser muchos los caminos del placer a descubrir: el
placer de la mirada, el erotismo de la mirada es un espectáculo en sí mismo,
aunque sea minimalista; el placer que se encierra en la palabra, en la
narración, en la confidencia, en el susurro; la capacidad de la boca y la
lengua como órgano activo casi ilimitado. Hay mucho erotismo por descubrir, el
de la obscenidad, ¿quién
decide lo inconveniente? ¿Quién
lo inmoral? ¿Dónde se
encuentra lo sucio? Si no hay daño en otro qué falta de moralidad puede haber.
En la sexualidad no hay problema de estética, lo sucio o limpio únicamente
reside en nuestra cabeza. La frontera del bien y del mal sólo se encuentra en
el otro. No puede haber ética que sin afectar a nadie se empeñe en ir contra
uno mismo. Cuando el ser humano va quedando atrapado en su cuerpo, su cabeza,
al menos, si es posible, ha de ser libre, pero no habrá libertad mañana si no
es libre hoy. Su ejercicio de dictadorzuela se volverá contra sí, esto no será
ni moral ni inmoral, será sencillamente estúpido. Los límites no pueden ser
cercas alrededor de la felicidad, transgredir un limite no importa si el límite
es pura represión sin más sentido, el límite eres tú, el límite es ella/él; el
de la caricia, lenta o desbocada, tímida o audaz; el de aquello a lo que no te
atreviste; el de la imaginación. Es el momento de hacerlo. Pero conviene
diferenciar bien entre la fantasía y la realidad, si no es así los nuevos
caminos pueden convertirse en un laberinto en donde no encontrar la salida. (Desnúdate y baila frente a mí, / acaricia tu
cuerpo mientras lo haces, / la vela
se derretirá entre mis manos / y el corazón golpeará las paredes de mi boca. /
Mírame fijamente mientras bailas, / no sonrías, no digas nada, únicamente
mírame. / Yo me encerraré en el
redondel de tu pupila / y el
movimiento de tu cuerpo alzará los barrotes de mi celda. / Enrédame en la tela del deseo / abandonado
al compás de tus caprichos / seré
feliz desde mi propia nulidad. / Solo te pido que cuando te canses, no me
despiertes del sueño.). El cuerpo ya no te acompaña pero tu cabeza vuela,
la carne te mantiene encerrado pero tu cerebro se ha vuelto espíritu. El placer
ha de traerte una sonrisa y esa sonrisa no tiene precio. Una sonrisa, la tuya,
que ha de ser la de todos; una sonrisa, la de todos, que ha de ser la tuya. ¿Quién determinó la supremacía del llanto? En la
imagen de la Piedad hoy estás tú entre sus brazos y esa piedad nunca deberá de
ser mojigata. El cuerpo que se te niega es todo sexualidad, cualquier contacto
enciende las llamas, cualquier generosidad te hará llorar… de alegría.
sábado, 12 de noviembre de 2016
TRUMP. MISERIA INTELECTUAL Y MISERIA MORAL DE UNA SOCIEDAD
El verdadero drama, el verdadero
problema, no se encuentra en ese especimen humano, el señor (por aplicarle una
categoría que no sé si merece) Trump es sólo el síntoma de una enfermedad, la
señal evidente de que algo va muy mal en nuestra sociedad. El verdadero
problema no reside en el, sino en los millones de votantes que le han aupado
hasta la cima. Éste tipo no es sino un personaje sumamente vulgar, misógino,
xenófobo, racista, grosero, mentiroso, ignorante, obsesivo de la riqueza y del
poder pero al margen de los cauces conocidos y catalogados como correctos. Uno
puede preguntarse como una persona así ha podido alcanzar la presidencia del
gobierno de la primera potencia mundial. Quizás la respuesta sea que ha
alcanzado ese lugar precisamente porque es así, representativo de la amalgama
social que hemos construido. Seguramente el fenómeno Trump ha venido para
quedarse, o, con mayor exactitud, ya estaba aquí y esto ha sido sólo la bomba
que lo ha puesto de manifiesto. La democracia neoliberal formal no se limita a
generar unas estructuras en las que moverse y que garantizan una vida social
sana. Esas estructuras no garantizan nada pues se limitan a ser espacios en los
que una clase política creada a sí misma hace y deshace cada vez más lejos de
la realidad y en esa realidad van germinando los atributos que adornan al señor
Trump.
No se trata de un fenómeno
exclusivamente localizado allí, la lava burbujea ya en este volcán y amenaza
con salir y arrasar tantas estructuras que ya nos hemos encargado nosotros de
irlas vaciando de contenido. Sus características no son únicamente suyas, están
presentes entre nosotros, basta que alguien las aglomere para que ese magma
salga despedido a la superficie. En nuestro existir de varón reside con
frecuencia el fuego de la misoginia, bien de modo larvado o despiadadamente
claro cuando se le unen algunos atributos catalogados estúpidamente como
varoniles: el poder y la violencia. No es necesario pensar mucho para percibir
en nuestra sobrevalorada Europa los signos de la xenofobia y el racismo.
Francia, Reino Unido, Alemania, Austria, Holanda, Hungría, Polonia, Grecia, en
ellas hay fuerzas cada vez con más poder que hacen gala de ambas cosas y, en
general, es el pueblo mas llano, sobre el que la globalización ha golpeado con
más fuerza, sin trabajo, sin estudios, en los entornos más rurales, el que
empodera esas fuerzas, el que compite entre sí, el que exige alzar barreras.
Exactamente igual que lo que ha ocurrido en las elecciones norteamericanas.
Hemos generado una sociedad en la que la palabra dicha carece de valor. Hoy
podemos decir una cosa para decir mañana la contraria, que nadie nos lo echará
en cara. Importa la convicción con la que la pronunciemos, no importa que el
convencimiento sea falso, se trata de un comportamiento meramente estratégico.
Es necesario elevar la voz, generar el aplauso fiel y encontrar un chivo
expiatorio sobre el que lanzar nuestros dardos. Se trata del producto más fiel de este sistema el que se ha
presentado ante los votantes como el antisistema y que ha logrado enganchar con
una sociedad que se pretende así pero que en el fondo sólo sueña con emularle,
sueña con ser el gran consumidor y es para defender este montaje por lo que le
vota y por lo que se enfrenta a la amenaza que viene de fuera. Apoya el
discurso pretendidamente rompedor para que nuestra cristalería permanezca
intacta, para que nada se rompa. Hoy se dice, nada hay que temer porque esas promesas
no son posible, pero la bomba ya está activada, el nuevo fascismo ha recibido
un empujón de confianza en sus posibilidades. El mal ya está hecho y la
respuesta también ha de ser activada. Un stop al machismo, a nuestro machismo;
un stop a la xenofobia, a nuestra
xenofobia; un stop al racismo, a nuestro racismo; un stop a la violencia, a la
grosería, a la renuncia el pensamiento propio, al pensamiento crítico, al deseo
de enriquecimiento como aspiración fundamental en nuestra vida, la renuncia a
todo lo que tenemos de ello, la renuncia a nuestro Trump interior y la denuncia
a todo lo que, unas veces sigilosamente y otras de forma estentórea, germina y
avanza entre nosotros, en una sociedad moralmente e intelectualmente miserable
y mediocre.
viernes, 28 de octubre de 2016
CARGANDO CON LA ESCLEROSIS MÚLTIPLE
DE
PRINCIPIOS Y FINALES
La naturaleza no hace nada sin propósito o sin
utilidad.
ARISTÓTELES
El hombre necesita un duelo para poder
curar las heridas, y el duelo necesita un tiempo para poder desarrollarse, sin
embargo no siempre esto es posible en la esclerosis múltiple en la que la
progresividad del deterioro no tiene plazos claros, no hay un calendario
marcado, previsible, con el que poder contar. Se trata de vivir en la
incertidumbre.
La vida con la esclerosis múltiple es una
montaña rusa permanente en la que nunca sabes como será la siguiente pendiente
de descenso, hasta dónde bajarás, hasta dónde llegarás a subir después, qué
altura recuperarás, si podrás evitar esa sensación en el estómago cuando te
encuentras en caída libre, si podrás evitar el vértigo. La caída te asalta por
sorpresa, el hormigueo en las manos, especialmente en las yemas de tus dedos,
la mano que no puedes controlar, esa pierna que arrastras, esos músculos que no
te permiten ponerte en pie, la orina que no puedes contener, el pene incapaz de
erguirse y de eyacular. ¿Cuándo parará? ¿Qué re-cuperaré? ¿Podré recuperar mi
vida anterior? ¿Cómo será en adelante? Subidas y bajadas día a día, hora a
hora.
La pérdida se produce de repente, sin
previo aviso; de la noche a la mañana no percibes aquello que estás tocando, el
mero tacto te resulta desagradable, tienes un manojo de alfileres concentrados
en la yema de tus dedos. ¿Cuándo fue la última vez que pudiste acariciar con
placer y deseo un cuerpo desnudo, con la alegre parsimonia de quien gusta
demorarse en el deleite? ¿Cuándo la última vez que tus manos lo hicieron con la
agitación propia de la excitación y el estremecimiento cuando ellas son las que
dirigen, quieren buscar y sentir, hallar y robar? La última vez se difumina en
el pasado, ocurre sin llegar a ser consciente de ella, cada vez puede llegar a
ser la última, cada momento un final.
Tantas rutinas menores que desaparecen
sin poderte despedir de ellas: el vaso que puedes levantar sin derramarlo, el
botón que eres capaz de introducir en el ojal, el último paseo, la última vez
que conduces, el último baño en el mar, la última ducha autónoma, la última vez
que pudiste orinar de pie, la última masturbación, el último coito.
Vivir en un permanente e hipotético final
puede ayudar a valorar cada momento, cada acción, cada rutina por pequeña que
sea, aquello que parece carecer de importancia, una cosa menor y que hemos
aprendido que podemos perder. Establecerse en el triste placer de la despedida.
Los finales siempre suponen unos
principios. La primera vez que te ayudas para caminar con un bastón o unas
muletas, al principio, quizás, como compañeras ocasionales, más adelante como
permanentes. La primera vez que te trasladan en silla de ruedas, pendiente de
los ojos de los demás, de la expresión de su cara, de sus palabras cuando se
topan contigo. Las primeras veces llevas la silla de ruedas no tanto debajo de
ti sino dentro de tu cabeza, solo cuando la cambias de lugar llegas a
comprender sin rencor el beneficio que te supone. Es muy difícil no vivenciar
esas primeras veces de esa manera, sin la percepción de que te estás
desmoronando, sin sentir que tu futuro se acaba; la primera vez que utilizas un
pañal, la primera vez que has de ser lavado desnudo en la cama, la primera vez
que han de sondarte, la primera vez que te dan de comer, que te han de vestir.
Vas tomando conciencia a golpes de una palabra: dependiente.
LAS RENUNCIAS Y LOS DUELOS.
Lo que importa no es lo que la vida te hace, sino lo
que tú haces con lo que la vida te hace.
EDGAR JACKSON
EDGAR JACKSON
Sí, toda pérdida exige un duelo, un
proceso de adaptación emocional que exige el tiempo necesario para la
elaboración de la pérdida. Nos encontramos con un problema evidente, en la
esclerosis múltiple podemos encontrarnos con un proceso continuo de pérdidas,
una continuidad que podría tener un aspecto positivo, la posibilidad de la
anticipación, la preparación previa al momento de la pérdida que puede ayudar a
asumir esta. Sin embargo, esa continuidad supone un riesgo: el objetivo de la
elaboración del duelo ha de ser la cicatrización de la herida, hablamos del
proceso desde la pérdida hasta su superación; la anticipación en nuestro caso
supone el riesgo del preduelo inútil, no sabemos cuales serán las pérdidas,
podemos llorar pérdidas que no se darán, y podemos encallar en un proceso de
duelo permanente en el cual no se llega a superar la pérdida en la medida en
que no manejamos una pérdida concreta sino una pérdida existencial que nos
desborda. El duelo ha de ser terapéutico, llegar a la curación; el duelo
permanente, que no tiene fin, es, sin embargo, patológico, genera una nueva
enfermedad.
Se trata de saber renunciar a ello.
Renunciar no es abandonar voluntariamente aquello que se pierde, el abandono se
hace por pura necesidad, pero al mismo tiempo conlleva una aceptación del
hecho, no una resignación fatalista, sí una aceptación tranquila. No es
cuestión de renunciar a la esperanza, sí lo es de no esperarla. No añorar el
pasado ni ansiar el futuro, no vivir en el lamento ni depender de las
ilusiones. El día de mañana puede ser o no ser, no cerrar la puerta a la
posibilidad de que lo sea ni vivir pendiente de su llegada.
La correcta elaboración del duelo exige
su exteriorización, su manifestación externa. Reprimirla es negar la pérdida y
con ella impedir la adaptación a la nueva realidad. Resolver el duelo requiere,
en primer lugar, aceptar la realidad de la pérdida, admitir que puede suponer
un fin pero también un principio. Aceptar no es negar, al contrario, se trata
de sentir la pérdida, el dolor que trae y todas las emociones que conlleva. Es
percatarse de cada una de ellas, tomar conciencia de las mismas y
verbalizarlas, sacarlas de dentro, racionalizarlas en la medida de lo posible.
Darles forma a través de la palabra, compartirlas, transmitir y escuchar. Este
acto es la toma de tierra que nos puede proteger de una sobrecarga emocional.
Superar el duelo es aprender a vivir con
la pérdida. De alguna manera reinventarse y reinvertir la energía emocional en
esas nuevas formas, en nuevas rutinas, en la nueva vida, en el nuevo yo.
DE SUSTOS Y DE TIEMPOS
Añorar el pasado es correr tras el viento.
Proverbio ruso
Cada principio es difícil que no suponga
un susto. Sustos que en un principio, afortunadamente, si todo se recupera, se
logran olvidar. Conforme la enfermedad avanza (si avanza) estos se repiten y
puede que uno no termine de superarlos del todo pero sí a convivir con ellos.
Sustos para todos. El afectado por la enfermedad no es solamente el enfermo
sino también los familiares que conviven con él. El susto del primer brote y de
cada uno de los siguientes, el del diagnóstico, la primera vez que te ves, te
ven, en silla de ruedas, la primera vez que te caes, la primera vez en la que
no te puedes levantar a pesar de todos los intentos, la primera vez que te
haces tus necesidades encima, la primera vez que te ves con pañal, la primera
vez que tienen que darte de comer. Es la vuelta al niño que fuiste y que ellos
no vieron. El encuentro con una realidad que no sospechaban. El futuro que se
viene encima para cada uno de los afectados, sueños que se desmoronan, realidad
y presente que se agiganta.
¿Cómo asume cada uno de ellos esa nueva
realidad? Cada uno tiene sus fuerzas, sus proyectos y expectativas, su propia
manera de enfrentarse a la vida, sus necesidades, sus tiempos. El tiempo para
asumir la enfermedad, el tiempo para nombrarla e incluso para escuchar su
nombre. La estrategia del avestruz no es tanto propia de ese ave sino
especialmente del ser humano. La realidad no desaparece porque se niegue. La
negación no deja de ser una obsesión más por mucho que se intente mantener
enterrada. Es la naturalidad la norma a seguir desde el principio, sin forzar
pero sin evitar.
La verdad tiene muchas caras pero no se
puede ni se debe enmascarar, envolverla para hacerla presentable, sí humana
pero difícilmente dejará de ser cruda. Un padre en el suelo imposible de
levantar es crudo como crudo es también un padre desnudo y manchado de
excrementos. La realidad no hay que hacerla entrar por los ojos por la fuerza,
llegado ese momento no es la foto que quede grabada lo que marcará en adelante
sino más bien la actitud que se muestre en ella, el comportamiento que se
tenga. La imagen es cruda y encuentra difícilmente consuelo pero se produce
cierto alivio si la respuesta del hijo es serena, si es él el que te invita al
ánimo. Cada persona necesita su tiempo, tiempo que no hay que forzar ni
demorar, se trata de un proceso de cultivo en el que, aunque parezca
sorprendente, pueden darse frutos, el de una mayor madurez y una mayor
humanidad, una especial sensibilidad con el desamparado, una mayor empatía con
el prójimo.
¿Riesgo? Mientras ese tiempo transcurre,
uno evidente, el de la soledad. La sensación de que no eres comprendido, de que
te enfrentas en solitario a lo que te ocurre, que las fuerzas te fallarán. Un
riesgo que, además desde la entereza y una cabeza fría, solo puede afrontarse
desde el apoyo mutuo, con la búsqueda de cobijo allá donde sabes que serás
comprendido, que no será necesario que des dos explicaciones, no desde la
igualdad de síntomas y sentimientos pero sí desde un punto de partida similar,
desde unas circunstancias parejas. Eso sí, una soledad que nunca te abandonará
del todo, que por muy grande que sea el círculo que te rodea e intenta
protegerte las vivencias serán tuyas y eres tú el que las tendrás que bandear,
serán los otros los que te ayuden a crecer en tu yo pero será ese yo el que
tenga que solventar por sí mismo la situación.
jueves, 27 de octubre de 2016
CONSECUENCIAS DE LA DISCIPLINA DE VOTO
El
verdadero daño que la política interna de disciplina de voto impone en los
partidos políticos no se encuentra en el acto de votar en sí sino en todo lo
que esa política genera en el antes y en el después del aparato en sí mismo y de
cada una de las personas que lo integran. La política de un único voto impone
también una única manera de pensar. La toma de una decisión debe suponer todo
un proceso anterior en el cual se ha de considerar seriamente el asunto con el
fin de llegar a formarse una opinión sobre el mismo, opinión que lleve a una
decisión concreta. Este proceso inevitablemente se ha de realizar con el único
instrumento que tenemos para ello: la palabra. Razonar supone utilizar esa
palabra para analizar con la mayor profundidad posible los pros y los contras
de una decisión, las distintas caras de un asunto, las convicciones que tenemos
y las consecuencias que de las mismas se pueden derivar y que, responsablemente,
hemos de asumir. Sin ese proceso mental no hay razonamiento ni, por supuesto,
comprensión del mismo. En política este juicio ha de finalizar con la expresión
del mismo planteando la decisión tomada y justificándola en base a las
argumentaciones realizadas, justificación que ha de ser convincente en la
medida en que ha de llegar a un público al que se le ha de persuadir para que
tome una decisión concreta en el momento de las elecciones. Los dos momentos,
razonamiento y expresión de ese razonamiento, han de ser coherentes ya que el
discurso hecho público ha de ser convincente. La obligación de verbalizar en un
sentido determinado supone pues la necesidad de asumir aquello que se verbaliza
para no caer en contradicciones, es decir, es necesario que la actuación sea
convincente para que seduzca al electorado potencial y, al mismo tiempo, para
que nos convenza a nosotros mismos. Verbalizar de forma reiterada algo con lo
que no estamos de acuerdo nos puede generar un desequilibrio que debemos
corregir pues no hacerlo supone aceptar como comportamiento habitual una
actitud de hipocresía, para ello debemos aceptar como válida esa decisión y ese
razonamiento. Es difícil que tras un razonamiento determinado podamos aceptar,
con frecuencia, una decisión opuesta al mismo. Si esto se repite (las
motivaciones pueden ser a menudo espurias) la solución más cómoda puede ser la
renuncia al acto de pensar y mantenerse a la espera de la decisión colectiva,
decisión que, en la práctica, supone la de una jerarquía asumida como tal. Es
decir, la disciplina de voto puede implicar una renuncia al acto de pensar.
La
aparición de una jerarquía trae consigo que la renuncia suponga un acto de
seguidismo. Es el líder el que piensa y son los militantes los que obedecen. No
de otra forma puede entenderse el mantenimiento de Antonio Hernando como
portavoz del PSOE en el Congreso de los diputados siendo capaz de defender una
postura y su contraria. La persona se encuentra al servicio del aparato y dice
lo que este le ordena. Uno puede preguntarse cual de las dos posiciones
realmente es la suya, si es que lo es alguna de ellas. Este comportamiento no
es exclusivo del portavoz sino que lo es de todo el grupo parlamentario
extendiéndose no solamente a una disciplina de voto sino también a lo que
podríamos llamar una disciplina del aplauso. En los momentos establecidos
alguien inicia ese aplauso y todo el grupo, a una, lo acompaña. No es necesario
escuchar, únicamente es necesario formar parte disciplinada del coro que
aplaude o abuchea según se le diga. El político ha de ser la voz de la
organización y esa voz ha de ser una, para eso está el argumentario que se les
entrega. No sólo es necesario transmitir la misma idea sino que también es
necesario hacerlo, a ser posible, con las mismas palabras. Uno se despierta con
aquello que debe pensar y decir por lo que le ahorra ese esfuerzo. El aparato
transmite un virus: la pereza de pensar. En la práctica esto supone la ausencia
de debate en los órganos internos y en el partido en general. El debate es
riqueza, su ausencia es pobreza. Destacar la ausencia de intervenciones en los
comités de un partido como signo de homogeneidad del mismo y por lo tanto de
valor, significa resaltar los defectos y denostar las posibles virtudes. Así se
hace con la ausencia de intervenciones en los órganos del Partido Popular. Ver,
oír y callar en los órganos
internos y aprender para transmitirlo al exterior.
Todo
esto, es evidente, potencia un determinado perfil del militante. No todo el
mundo acepta de buena gana ese papel. En el partido se genera una selección que
lleva a primera línea a las personas dispuestas a ese comportamiento y desplaza
al exterior hasta llegar a expulsar si es necesario a las personas
problemáticas que puedan poner en cuestión la línea oficial. Quien se mueva no
sale en la foto. Es necesario un tipo de gente capaz de transmitir con la misma
convicción lo blanco y lo negro, una posición y su opuesta, siempre con el
mismo criterio, aquello que en ese momento beneficia al partido. Se le pide la
voz, no el cerebro. Aquel que plantee unos mínimos problemas de conciencia no
tiene duda en ese mundo. El mensaje simple no sólo se elabora para facilitar su
asimilación por el público, sino quizás porque el transmisor no es capaz de
elaborar algo más complejo. Los matices no pueden existir, los interrogantes no
existen sólo puede haber respuestas certeras, directas, agresivas con el otro,
soluciones infalibles, aunque parafraseando a Groucho Marx, si no le gustan
estas respuestas, llegado el momento, tendremos otras.
Hemos
asistido a la devaluación de la palabra. La palabra ya no tiene valor, no
importa mentir si es necesario. Uno debe aprender a mentir si quiere prosperar
aquí, mentir sin modificar el gesto, haciéndolo con entereza. La promesa forma
parte del teatro y su incumplimiento ha de ser también aplaudido por el
público. Es necesario el ruido, el énfasis, el grito, el contenido es lo de
menos, si el que dirige lo pide habrá que aplaudir disciplinadamente.
Es
evidente que esta disciplina de voto puede tener sus beneficios al simplificar
la posición de un partido. El electorado valora la unidad y no las
contradicciones. El problema surge cuando estas posiciones únicas se solapan y
se hace necesario buscar las diferencias como sea. Establecer la libertad de
voto (que defiende el texto constitucional) obligaría a muchos cambios en la
ley electoral y en los ordenamientos parlamentarios. Sería la hora de
preguntarse si un grupo parlamentario ha de tener un portavoz único o han de
ser varios en función de lo que se defienda y de la posición personal de cada
uno. Sería el momento de establecer las listas abiertas en las elecciones para
poder votar a personas concretas y no a un bloque ordenado por el aparato del
partido. Y el de plantearse la cantidad de nuestros representantes y su
función. Para actuar como un rebaño es excesivo su número pues carecen de una
función representativa concreta. Da la impresión que se les está pagando un
sueldo importante para nada. Nuestros parlamentos puede ser, en realidad, una
imagen bien representativa de todos nosotros. Pensar es molesto y resulta mejor
si alguien nos facilita los argumentos que queremos exponer. La representación
de mediocres sólo puede hacerse de forma ajustada por otros mediocres. La
inteligencia es incómoda y sólo es admisible en la periferia de nuestras
instituciones y de nuestra vida.
viernes, 21 de octubre de 2016
¿POR QUÉ YO?
Varia es la suerte, voluble y ligera; al que viste por
la mañana, desnuda por la noche.
A. ZANO
Somos una caótica mezcla de azares desde
el mismo inicio de nuestra existencia. Ese espermatozoide que, en una loca
carrera entre millones llena de obstáculos y trampas, consiguió fecundar al
óvulo. Ese espermatozoide y ese óvulo también son mezcla del azar, una pequeña
renuencia de la hembra que pospusiera el coito, una llamada de teléfono, una
ligera complicación en el macho. Toda esa concatenación de azares que desembocó
en ese instante y de esa manera es lo que hicieron posible el encuentro de ese
óvulo y de ese espermatozoide. Cualquier mínimo cambio en ese eslabonamiento
habría cambiado esos protagonistas y yo no sería yo y tú no serías tú.
Toda nuestra vida es una amalgama de
azares, a menudo oscuros, en otras ocasiones, las menos, luminosos; dolorosos y
placenteros, esperanzados y descorazonadores. Una masa de eventualidades sobre
la que nos vamos moldeando nosotros y nuestro entorno. Casualidades generando
constantemente su efecto mariposa que nos lleva a un suceder errático escondido
tras una apariencia de lógica. Contingencias que se convierten en causalidades:
elegir aquella vivienda, obtener aquella nota en selectividad, coincidir en
aquel grupo, escoger aquella calle, aquel hotel, aquella noche, aquella cena,
aquel trabajo, aquella silla.
¿Por qué a mí? Es una de las primeras
preguntas que te surge. ¿Por qué esta mala suerte? ¿Qué he hecho yo para merecer
esto? Se trata de una pregunta sin respuesta, o se trata de una pregunta que
bien pudiera ir acompañada de otra alternativa: ¿Por qué no yo? ¿Por qué no me
podría tocar a mí? ¿Qué he hecho yo para librarme?
Dentro de esa amalgama de posibles respuestas,
ninguna de ellas del todo satisfactoria, la más evidente, al menos en mi caso,
parece ser la genética, dentro de mi bombo había más bolas con las siglas EM.
Mi probabilidad era mayor. La segunda es el azar. No se trata del destino, se
trata de esas contingencias que pudieron haber sido otras que habrían generado
otra realidad, distinta, sencillamente distinta, quien sabe si mejor, quien
sabe si peor. Distinta. Sabemos cual es nuestro presente, desconocemos cual
podría haber sido; únicamente deseamos una posibilidad, una ficción. Es el
primer paso: aceptar la realidad, esta es con la que tengo que bailar y no con
otra, desde la que tengo que partir, en la que soy. Aceptar la realidad no es
una resignación pasiva. Aceptar las adversidades no es renunciar a superarlas,
tampoco obsesionarse con su superación porque no siempre son superables.
Convivir en paz con el “por qué no iba a ser yo” supone no enemistarse con la
vida, no sentirse eternamente enojado con ella. Esta actitud de enojo, de
enfado permanente, de la fácil disposición a la cólera, es la actitud de
irritación con los demás, de rabia, de venganza, de hacerles pagar a ellos
nuestra furia con la vida, y al mismo tiempo de progresivo distanciamiento de
ellos y de la misma realidad.
Aceptar las adversidades no es renunciar
a lo que esté a nuestro alcance para mejorar nuestra situación física o para
ralentizar el deterioro. Se trata de aceptar el presente y con él a uno mismo.
Lo que pudo ser no existe salvo en mi imaginación. Aceptar el presente supone
hacer las paces con el pasado. Son inútiles los lamentos sobre lo que pudo ser
y no fue; son inútiles y dolorosos. Lamer continuamente la herida no hace sino
mantenerla abierta. No es posible vivir en el pasado, intentarlo es vivir en el
desequilibrio, entregarse al vértigo que nos da vivir cada instante. La
realidad gira a nuestro alrededor y nos sobrepasa su movimiento. Somos
marionetas en manos de nadie víctimas de la fatalidad. Rencorosos con ese
destino no llegamos a atisbar que somos nosotros los que nos hemos convertido
en nadies.
La principal cualidad de ese estado es el
victimismo. El mundo es culpable de lo que a mí me pasa, mis congéneres son
culpables de lo que a mí me pasa y por ello tengo derecho a reprocharles mi
situación. Son culpables de salud, culpables de felicidad, culpables de vivir. La
inteligencia para mí entonces supone hacer ostentación permanente de
desconfianza hacia los otros, es envidiar la suerte que ellos corren, buscar
culpables en los que descargar la responsabilidad de mi estado. Se trata de un
trastorno mental disfrazado de lucidez, se trata de egocentrismo puro y duro.
Ese mundo de vértigo solo gira en torno a
mí, yo soy el centro, exijo ser el centro. Mis derechos son prioritarios, mis
necesidades son prioritarias, mis deseos son prioritarios (mi deseo es mi
derecho), mi satisfacción ha de ser inmediata y el no serlo no hace sino
corroborar ese “el mundo contra mí”. Yo mismo me convierto en una realidad
insoportable más allá de la insoportabilidad de mi enfermedad, en algo detestable
que genera asfixia y rechazo a su
alrededor.
Y, sin embargo, ¿por qué yo no?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)