He
vuelto a visionar la película “la leyenda de indomable” de Stuart Rosenberg,
1967, y en ella la pelea que tienen Luke (Paul Newman) y Dragline (George Kennedy),
una pelea perdida de antemano para el primero pero que insiste en continuar por
simple cabezonería antes que admitir que no puede más y se rinde. Quien quiera
ver esa pelea puede hacerlo en el video que hay al principio. Sacó a colación
esta escena pues me veo embarcado en una pelea similar. Una enfermedad crónica
y degenerativa puede llegar a ser (afortunadamente, en el menor de los casos)
una pelea así. En un boxeo reglamentado cuando uno de los púgiles recibe un
golpe que lo lleva a la lona el árbitro para el combate y cuenta hasta diez
para dar tiempo al caído a recuperarse y levantarse, si no es así detiene el
combate. Imaginemos que el árbitro no hiciera eso, que el púgil dominador
continuará golpeando y golpeando al caído sin que nadie parara esa pelea. ¿Qué
ocurriría? ¿Cómo terminaría el ya derrotado? A veces siento que mi vida se
encuentra en una situación similar y yo no nací para la pelea pero tengo que
seguir y seguir y seguir y el cansancio llega. La lucha continúa pero nadie puede tirar la toalla y yo
me veo obligado a continuar. Es tanto lo que cuesta levantarse de la lona
cuando además sabes que inmediatamente recibirás un nuevo puñetazo. Sabes que
fuera del cuadrilátero hay una serie de personas que están sufriendo contigo la
paliza que estás recibiendo pero que no pueden hacer nada para detenerla y has
de levantarte por ti y por ellos, aunque te cueste mantenerte en pie, aunque no
sepas ya dónde está tu contrincante, aunque tus puñetazos vayan al aire.
Continuas, continuas, continuas, hasta que ese contrincante termine sacándote a hombros, no precisamente para ser vitoreado. La pelea ha dejado huella
también en el público que parte de él se ha marchado y el que queda esta en
silencio. Tú, con la cara ensangrentada y llena de golpes aún intentas esbozar
una sonrisa mientras eres sacado del ring.
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