Pablo
Iglesias no es santo de mi devoción pero me siento en la obligación de salir en
su defensa ya que considero que la reflexión que ha hecho acerca de la
necesidad de feminización de la política es acertada, lamentablemente es algo
de lo que no se habla ya que no se valora en absoluto y, por lo tanto, no se
reflexiona sobre ello. Decir algo así en una organización política o sindical
es como hablar del sexo de los ángeles, como filosofar alegremente para nada,
dicho eso si pasa turno y el órgano correspondiente se dedica a tratar temas
más importantes. Quizás no sea Pablo Iglesias el más adecuado para tratar ese
tema en la medida en que parece poco representativo de esa idea de
feminización, es agresivo, dominante y, por lo tanto, con un perfil claramente
varonil pero sea así o no, la reflexión es muy interesante. Lógicamente los
medios y el resto de los partidos se le han echado encima en el intento de
hacer sangre bien por interés partidista o por simple ignorancia o mediocridad.
La cuestión merece algunas puntualizaciones.
La
primera de ellas es que conviene escuchar todo lo que dijo. En el video de
arriba hay ocasión para hacerlo y poder juzgar por uno mismo.
En
ningún momento rechaza como válida la incorporación de la mujer en las listas
electorales y en los cargos directivos de partidos o empresas. Al contrario,
subraya la importancia de ello pero considera que esto no es suficiente, y
lleva razón, ahora mismo la incorporación de la mujer a la política es la
incorporación a una organización claramente machista, para actuar en ella la
mujer se ve en la necesidad de adoptar un perfil varonil. En política no vale
todo lo que se pueda considerar blando o sensible, todo aquello que ponga por
delante la persona al dogma. La mujer ocupa un espacio allí no para actuar como
tal, sino para ser uno más de ellos.
Plantea
que la feminización tiene que ver con la forma de construcción de lo político,
así es. La feminización de la política, viene a decir, es hacer comunidad y esa
comunidad sólo es posible hacerla desde la base, desde la más estricta
realidad. Cuando se habla de casta política lo que se quiere resaltar es la
distancia generada entre el quehacer político, que es fundamentalmente
institucional y esa realidad. Hacer comunidad es, de alguna manera, hacer
familia, incorporar lo emocional e incluso los afectos a ese quehacer político,
y para hacer familia es absolutamente necesaria la incorporación de la mujer a
ese proceso en la medida en que el hombre, históricamente, se ha desentendido
del mismo. El cuidado tiene que hacer referencia fundamental al débil, a aquel
del que las altas instancias parecen haberse desentendido. Esta feminización
exige tres cuestiones, la primera de ellas la incorporación de la mujer a la
política; la segunda la feminización del hombre, que incorpore en su persona
los rasgos necesarios para ese proceso y abandone aquellos que tradicionalmente
ha llevado consigo y que sólo han producido ruptura y dolor; la tercera y
absolutamente fundamental el cambio en el modo de hacer política, que la
actuación mayor de una organización se realice en la base y con la gente más
necesitada, sea cual sea su raza, nacionalidad o religión. El trabajo en las
instituciones sólo debería de ser una parte menor de los partidos y un trabajo
limitado en el tiempo para evitar la encastización de los políticos. Lo
deseable sería un camino de ida y vuelta que supusiera una retroalimentación.
La política, a menudo, sólo parece un espectáculo de señoritos del que la gente
se encuentra cada vez más alejada. Esta feminización supone conflicto pues al
mismo tiempo que se construye es necesario de construir y en esos dos ámbitos
encontramos personas muy a menudo encastilladas allí, que de ninguna manera
están dispuestas a perder los modos y estructuras con los que han trabajado y
han tocado poder. Se trata de incorporar a la vida política una idea del
feminismo de los 60 que a algunos les genera risa y es afirmar que lo personal
es político, que estamos haciendo política desde el lugar más íntimo y que esta
idea nos cuestiona a nosotros y a la vez cuestiona las estructuras en las que
nos manejamos y las formas en cómo lo hacemos. La forma es también el fondo y
el medio también es el mensaje.
Uno
de los aspectos que más se le han criticado es la identificación de la mujer
con el papel de madre y con la función del cuidado. Criticar esto es un sin
sentido. Si de algo puede estar orgullosa la mujer es de su papel de madre y de
su función de cuidado, si de algo debe avergonzarse el hombre es de su
desentendimiento de esa función. Cuidar ha de ser un principio profundamente
asumido por toda persona que quiera dedicarse a la política. El cuidado ha de
ser el de los más débiles y una tarea de la política debería de ser sacar todo
el cuidado posible de la intimidad del hogar donde en el silencio y la
privacidad queda en manos de la mujer atrapada muchas veces en ese papel. El
hombre escala a las alturas, se cuelga medallas y se hace aparecer como el sexo
fuerte e importante de la sociedad, mientras tanto la mujer se mantiene
escondida en esa oscuridad del hogar. Recuerdo un texto que escribí hace tiempo
y que ahora mismo viene como anillo al dedo, lo escribí a propósito de la
lectura de “El
hombre en busca de sentido” de Viktor Frankl, psiquiatra, en él narra su experiencia en los campos de concentración
y hay un pasaje en el que dice que “los
mejores de entre nosotros no regresaron de los campos”, fueron aquellos que
murieron allí a causa de su sentido de la vida, murieron por solidaridad, por
defender a un compañero, por ocupar el lugar de otro, por negarse a cumplir una
orden… Es decir, “sobrevivieron aquellos que se endurecieron, los que perdieron
los escrúpulos, los que utilizaron cualquier medio con tal de salvarse. Del
mismo modo, las mejores de entre las personas cuidadoras fueron ganadas para el
enfermo pero, de alguna manera, las perdió la sociedad. Esos esfuerzos sin medida
no son compatibles con la vida pública y, a menudo, tampoco lo son con la vida
laboral. Las mejores personas se encuentran concentradas en las grandes causas
pequeñas, hablan poco y hacen mucho, representan el silencio en una sociedad en
la que la saturación de palabras hace que estas pierdan su sentido, pueden
permanecer ocultas pero serán las imprescindibles en una sociedad nueva.” Las
mujeres callan y hacen, los hombres, a menudo, hablan mucho pero no hacen. La
denuncia de un patriarcado como causa de la injusta sociedad que padecemos
implica necesariamente la existencia de un matriarcado alternativo que ha de
ofrecer nuevos valores, maneras y realidades.
Por una vez he de
defender a Pablo Iglesias, aunque me hubiera gustado que ese mensaje lo
transmitiera de un modo más tranquilo y reposado. Es necesario que busque en su
interior con detenimiento su lado femenino, y es necesario que lo haga como es
necesario que lo hagamos cada uno de nosotros.
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