Un ángulo recto puede llegar a
ser más que una simple cuestión matemática. Dos rectas que se encuentran en un
punto formando entre las dos un ángulo de 90°. Ese punto, el vértice, podemos
situarlo en múltiples lugares: el blanco de un papel, las paredes de una
habitación, los ángulos de un mueble, la esquina de una acera, el centro de una
calzada. Situemos a un niño en la acera, es la hora de entrada al colegio y
éste se encuentra justamente enfrente. Se trata de un niño pequeño, pongamos de
unos seis o siete años, su hermana lo ha dejado ahí, a la espera de su vuelta
mientras ella compra algunas golosinas. El niño tenía la obligación de
esperarla, pero la tentación es muy grande, la puerta del colegio se encuentra
solo a unos pasos, basta una carrera para llegar a ella. Estamos en los años
60, en una capital de provincia menor en la que apenas, por entonces, había
tráfico; el niño sólo tenía que trazar a la carrera una pequeña línea recta.
Recuerdo que es un niño pequeño, al que le puede más la tentación que la razón,
no sabe mirar a la derecha y a la izquierda con la suficiente frialdad y rigor.
El niño decidirá trazar esa línea recta a la carrera sin darse cuenta
(realmente no lo sabemos con certeza pues ese momento no quedó recogido en su
memoria) que a su derecha, más lejos de lo que se encuentra él, una moto viene
a su encuentro, trazando otra línea recta que junto a la del niño establecerán
el vértice de un ángulo recto. Físicamente el niño será el peor parado pues la
moto le golpeará en la cabeza produciéndole una importante lesión, el motorista
será sujeto del pánico, fue el niño el que se le echó encima. Fue un vértice
dramático que cambió una vida. Ese niño era yo. Ese golpe me cambió la vida.
A partir de ese momento fui el
niño del milagro. Nadie daba un duro por mí, la cabeza me quedó deformada,
entonces resultaba difícil calibrar las consecuencias futuras de aquel golpe.
Salí hacia delante, afortunadamente la moto no afectó a mi inteligencia pero sí
lo hizo a mi memoria. Borró de ella aquellos años y quedó mermada para siempre.
Me quedó un enorme cicatriz en el cerebro que solo la moderna resonancia pudo
reflejar claramente. Mi inteligencia pareció desde entonces un buen motor casi
sin gasolina, al que había que rellenar casi constantemente. ¿Cómo habría sido
mi vida sin aquel atropello? Las respuestas únicamente serán meras hipótesis
imposibles de comprobar. Quién sabe que habría hecho y hasta dónde habría
llegado, qué habría alcanzado o a qué abismos me habría precipitado. Sólo sé
como ha sido mi vida, esta vida, y cuáles han sido sus frutos, esos frutos
hechos personas: mi mujer y mis hijos, los que con total seguridad no estarían
aquí conmigo sin esa moto. Su conductor me hizo un favor aunque todos lo
desconocieran en ese momento. No puedo imaginar otra vida sin esos frutos, sin
ese sentido; ni puedo, ni quiero imaginar una vida sin ellos y cualquier
imaginación me privaría de los mismos. En cada momento se abre un mañana
diferente y el dolor que puede acompañar ese instante puede que en el futuro te
sientas agradecido a él. Hoy son tantos los recuerdos que he sido incapaz de
retener y es tan estrecha la síntesis de conocimiento con la que me he de
manejar, tanto el que se ha evaporado. Esta es mi vida hoy, este mi presente en
el que a duras penas sobrevivo sabiendo que es necesario hacerlo mirando hacia
atrás sin resquemor, haciendo las paces con el pasado; sólo es posible avanzar
en el futuro si hacemos las paces con el pasado. Puedo imaginar otra vida en la
que yo alcance grandes objetivos (teóricos), suba muchos escalones hacia la cima
(¿qué me esperaría en ella?), otra vida en la que personas diferentes me
acompañarían, pero qué sería de mí sin ellos. Solo los tropiezos y los momentos
de dolor, los exactos y concretos momentos de dolor, me han llevado hasta ahí,
hasta las personas que quiero y que me han hecho, las personas que dan sentido
a mi vida y que incluso pueden dar sentido a la pérdida de esa vida.
En una cadena nunca sabes cual
será el siguiente eslabón, en los cruces con los que te encuentras en la vida
raramente sabes hacia donde te llevarán y en qué circunstancias te vas a ver
envuelto en el camino; cuando caes, al levantarte ya no eres el mismo que eras
antes de la caída, si te empujan no sabes si ese empujón te hará llegar más
lejos o te hará trastabillar, la persona a la que te unes nunca sabes en un
principio si ha llegado para completarte o en el mañana estará arrancándote
pedazos, si bajo el estiércol encontrarás un tesoro o si lo que tú consideras
una alhaja esconde un garrote vil. En el azar que supone la vida puede que lo
que mayormente tengas que agradecer se lo debas en su inicio a una moto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario