Es algo
natural, también en toda familia llega un momento en el que alguno de sus
miembros decide marcharse y resulta doloroso pero no se vive como un drama. El
problema es cuando ese ansia de separación es debido a un conflicto interno sin
el cual no se hubiera generado esa problemática. Ante esa situación pueden
darse varias salidas, la primera negarse a resolver el conflicto y dejar
marchar, cada una de las partes continuará culpabilizando a la otra y será
necesario mucho tiempo para lograr cicatrizar la herida si es que se consigue.
La segunda tirar de autoridad, decir que de allí no se mueve nadie y que digan lo
que digan la familia no se rompe porque su unidad se encuentra por encima de
todo. La familia no se rompe (por el momento) pero el conflicto continúa de
igual manera que la convivencia continúa deteriorándose. La familia convertida
en un ente sagrado y abstracto por encima de las personas que lo componen. Como
podría decir Marcos, la familia está hecha para el hombre y no el hombre para
la familia. Ésta no existe sin las personas que la componen y su libre y
positiva convivencia. Pero hay un tercer intento de solución, tratar de
resolver el conflicto que impide o dificulta la convivencia para que esta
continúe. Quede bien claro que hasta ahora no he hablado de culpables, como
tampoco he hablado de las consecuencias de esa ruptura para las partes, esta
tercera fórmula habla de salvar la convivencia, es decir de relacionarse, de
entenderse mutuamente, de compartir, de ayudarse, y también de hablar con
franqueza, de escuchar los agravios, de corregir lo que cada parte deba
corregir para mejorar y salvar la convivencia, y de olvidar. Y de tener la
valentía y la inteligencia para cambiar lo que haya que cambiar.
Se esgrime el término Unidad de España
como si ésta fuera un ente sagrado y abstracto y la Unidad un concepto
teológico. Un ente férreo que no puede romperse pero sí pueden hacerlo las
personas que lo componen, que éstas están obligadas al sacrificio para
mantenerlo intacto. No importa que éste se encuentre corroído por la carcoma
mientras se mantenga entero y Uno. La Unidad no es un concepto teológico sino
plenamente humano. España no es un ente sagrado sino un constructo también
plenamente humano. Aducir su indivisibilidad y hacerlo de la manera y el tono
en como se hace es agudizar su división, aunque se mantenga Una; es colaborar a
su ruptura aunque se haga elevando el volumen de voz, levantando la barbilla y
agarrando con los pulgares las trabillas de los pantalones. La unidad no se
consigue escupiendo ese término a la cara del otro, la unidad se consigue
salvando la convivencia y si esto no se hace esa unidad carece de sentido.
Resulta paradójico que los que más énfasis ponen al hablar de la Unidad de
España son al mismo tiempo los que más prejuicios tienen ante el otro y los que
más dificultan esa convivencia, en concreto detestando y ridiculizando todo lo
que sea representativo de lo catalán. Será difícil hacerles comprender que
ellos forman parte del problema. ¿Están las responsabilidades del otro? Claro
que sí, pero ese es el problema que ellos han de resolver y a cuya resolución
nosotros debemos colaborar al menos no echando más leña al fuego.
¿Unidad? Por
supuesto, lo deseo así. Admiro y me gusta Cataluña aunque difiera en muchos de
los planteamientos que hoy ocupan las portadas de los periódicos, aunque no sea
nacionalista y las banderas, todas, no sean para mí, en el fondo, nada más que
trapos; aunque considere que el Estado, la nación, la bandera y el himno sólo
están hechas para el hombre y no al revés; aunque crea que verter una pequeña
gota de sangre por alguno de esos constructos sólo sea una estupidez y una
tragedia. Una unidad alargando la mano, echandola al hombro y diciendo:
sentémonos a hablar, y preguntando: ¿Cuál de las tres soluciones que cite al
principio estás dispuesto a utilizar?
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