Nos quitan
todo pero nos ofrecen temas de conversación. Enajenados, fuera de nosotros
mismos, mordemos el anzuelo. Aquí estamos, dando vueltas a la noria cargados
con las anteojeras. Dando vueltas a la misma mierda una y otra vez.
Reproduciendo el mismo esquema aunque sea en colores diferentes. Formulando el
discurso con otras palabras pero repitiendo la misma manera de generar el
pensamiento, clones con cáscaras diferentes. Adoptando el mismo patrón de
medida, la mediocridad y la mezquindad de los personajes que se nos ofrecen en
el escenario. Chapoteando y hozando en el lodazal, con el gesto contrariado,
con la voz desencajada, una y otra vez repitiendo el mismo tema, las mismas
palabras.
Es verdad, no
se trata de una crisis coyuntural sino de la crisis de un modelo económico y
social, y no juguemos a engañarnos mordiendo el caramelo que se nos ofrece por
muy amargo que sea, se trata de un modelo configurado con elementos
individuales: nosotros. Lo personal es político, decía uno de los eslóganes más
característicos del movimiento feminista de los años sesenta y setenta, y así
es. Nada se cambia si no nos cambiamos nosotros, nada distinto a lo que
repudiamos somos si nuestro hacer y nuestra manera de hacerlo es similar a la
del resto de los mortales. El sistema que hemos creado es consustancial a las
personas que lo han hecho y, paralelamente, a las personas que ese mismo
sistema ha generado. Incapaces de crear, incapaces de salir del camino trillado,
de elaborar un pensamiento diferente, de pensar incluso. Incapaces para la
bondad, para la empatía, para la conmiseración. Las mismas aspiraciones, el
mismo odio, la misma abominación. Incapaces para la complejidad, para los
matices. El mismo simplismo, la misma banalidad, consumidores de la propaganda
que se nos vierte en el abrevadero. Incapaces para la poesía, incapaces para
imaginar, para la trascendencia. Agotándonos en un nosotros que permanece
cerrado sobre el sí mismo que establece la granja. Incapaces de sufrir y
crecer, incapaces de renunciar. Pegados al cristal del escaparate aunque este
se vacíe, aunque vacíen nuestros bolsillos.
Aceptando la
estatura moral e intelectual de los modelos que se nos ofrecen, jugando a la
alternativa sin salir del establo, a la oposición con miedo a dejar de formar
parte del rebaño. Superando no sé qué problema sin superarnos a nosotros
mismos. Anclados en la añoranza del pasado. Enajenados, sin dominio de nosotros
mismos, marionetas en manos ajenas, títeres de cachiporra golpeándonos unos a otros,
colgándonos por ello medallas de latón.
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