Me basta con mirarte,
quieto,
callado,
moviéndote de acá para allá,
abriendo y cerrando tus labios,
el juego impredecible de tus ojos
mientras permanezco anónimo en un rincón
sin más iniciativa que observarte,
ajeno al resto del mundo
para el que no necesito existir,
me es suficiente,
de vez en cuando,
con una fugaz mirada cómplice tuya.
En esos momentos el cielo existe.
No puedo evitar sentirme seductor,
el cuerpo abierto, explosivo,
dispuesto a dejarse llover sobre toda carne,
anhelando y siendo anhelado
gracias a esa juventud perpetua
que siempre está floreciendo en mí
absorbiendo todos los nombres que deseo.
Lamento ese viejo señor
que todos los días veo en mi espejo
y se empeña en desmentir todo lo anterior.
No dejes de intentar alcanzar la cumbre
recorriendo hasta ella la tierra más árida
dispuesto a soportar los episodios más dramáticos de sed,
de cualquier tipo de sed.
Atravesando los arbustos llenos de espinas,
soportando todos los pinchazos que se ceben ti.
Alcanza la cima
a pesar del sudor, la sangre y las lágrimas.
Supera los caminos pedregosos,
las alturas que hieran tus dedos,
el viento que tengas que vencer
y la lluvia que empape tu cuerpo.
Alcanza la cumbre.
Avanza, siempre más allá de donde estés.
Y regresa, para después volver a empezar.
La vida es oscura,
pero a pesar de todo,
hay espacios de luz en los que encontrarse,
tiempos en los que el sol permitirá ver nuestras virtudes,
explosiones de color que nos generaran una sonrisa
y el fuego caldeara muestras debilidades.
La vida es oscura, pero nos empeñamos en iluminarla.
Me cuesta comprender
cómo el llanto no me descompone,
cómo no me arranco el cabello sin parar,
cómo no guardo un permanente silencio
o maldigo cada segundo de mi existencia.
Y aquí estoy sin hacer nada,
nada,
nada,
nada.
Paro un segundo, en medio del ruido, del tránsito anónimo e incesante, y me sumerjo en tus palabras, y me hago cómplice de tu mirada, que me cautiva y me calma a la vez. Mil veces gracias.
ResponderEliminar