He cumplido los sesenta, una matusalémica edad. Miro hacia
atrás con una mezcla extraña de decepción, pereza y alegría. Hay mucha vida ahí
atrás, muchas caídas, muchos fracasos, muchas equivocaciones, muchos miedos,
pero también hubo a veces valor, a veces aciertos, muchas alegrías, muchos
sueños y mucho, mucho amor. Esa es la vida, un largo caminar de derrotas y
tropiezos en el que uno sólo puede sobrevivir con cierta lucidez si se apoya en
ese amor, solo así conseguiremos arañar alguna victoria de verdad.
Evidentemente no nací con esa edad, pero yo también fui
joven y antes de eso fui adolescente, esa tormenta de emociones que nos domina
durante un tiempo como nunca llegamos a sentir después. Emociones intensas pero
efímeras, afortunadamente efímeras. Quién soportaría toda una vida expuesto a
ese maremágnum. Primeros amores de la adolescencia, aquellos fruto de una
simple mirada o de unas escasas palabras, amores platónicos con los que volvías
a casa pletórico de alegría construyendo castillos en el aire o arrastrando tu
pena allá por donde ibas. Amores de adolescencia en los que bastaba un roce
para que todo tu cuerpo se sintiera encendido y bautizado de un querer que tú
llevabas en sueños, sueños de gloria y felicidad, sueños que te acompañaban
siempre, sueños vitales de los que hoy añoras su fuerza y ganas de vivir. Días
en los que, sin embargo, siempre anduve con el freno echado, únicamente
viviendo emociones y trabajando la cabeza con la que yo me sentía capaz. Pero
no bastaba con eso, nunca bastó con eso. “Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas
para no volver!”. Son tantas las cosas que uno echa de menos no haber realizado
en su momento y que ya no habrá ocasión de hacer, al menos para vivirlas de la
misma manera, con igual intensidad y emoción. Una juventud con el freno echado
que ya nadie podrá hacérmela recuperar. Viví la intensidad hacia mi interior no
hacia fuera, pero, de ninguna manera supuso una juventud perdida, claro que me
hubiera gustado haber experimentado cierta juventud loca, más cuerpo y menos
pensamiento, más locura y menos razón, pero, de otra manera, fue una juventud intensa
que tuve que solventar de la mejor manera que pude, la vida me enseñó desde
temprano que es necesario capear sus problemas, no arredrarse ante ellos.
Viviría hoy, sin problemas, una juventud tardía en la que recuperara aquello
que entonces no viví, aunque se trate de una falsa juventud, pero de ninguna
manera me arrepiento de lo que fui, como no me arrepiento de lo que soy; todo
aquello de entonces fraguó mi ser de hoy y quiénes somos y cómo somos. Somos
cantos rodados que en un principio nacemos como piedras vulgares que pueden
tener filos cortantes y rugosidades que las hagan desagradables en la mano, es
el tiempo y las personas que encontramos en él las que nos van erosionando, el
agua, el viento y el suelo de la vida.
Fui joven, aunque no fuese una juventud perfecta, ninguna lo
es como podemos preguntarnos qué entendemos cada uno por perfección. Es la distancia
en la vida la que nos hace ver esos años con otra perspectiva, con menos ímpetu,
para bien o para mal, aquello que entonces vivimos de forma positiva con la arrogancia
de la juventud, puede ser que hoy lo miremos con cierta tristeza, y aquello que
entonces vivimos con la pena y el dolor de ese tiempo hoy lo vivamos con la calma
que nos otorgan los años. Faltaron cosas que parecen esenciales para ese momento
de la vida, pero de ninguna de las maneras faltó amor, lo viví y aún lo vivo hoy,
he vivido el amor loco y el sentado, el que
es puro deseo y el se introduce en todo tú, el amor que te puede llevar a la pletórica
felicidad de un día y aquel que, paso a paso, día a día, te lleva a la gozosa felicidad
de toda una vida.
Gracias como siempre por compartir, para mí son como señales de humo que merecuerdan levantar la mirada amorosamente hacia la profundidad cósmica a la que pertenecemos. Un abrazo
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