No va esto de la última película de Pedro Almodóvar. No la
he visto. Sin embargo el título me parecía muy apropiado para lo que pretendo
decir. Se lo sustraigo. Hace unos días vi la última película de Álvaro
Brechner, ganadora del Goya 2019 al mejor guion adaptado, “La noche de doce
años “, en ella se refleja la estancia en prisión incomunicada en Uruguay de
tres presos, entre ellos Pepe Mujica que más tarde sería presidente del país.
Este caso me recordó el de Nelson Mandela, encarcelado durante 27 años y que
posteriormente también sería elegido presidente de su país. El parecido de ambos
no se reduce a esas coincidencias biográficas sino, fundamentalmente, también a
la talla humana y política con la que salieron de prisión, a como aguantaron
esos años de encarcelamiento y la sabiduría humana que supieron extraer de esos
años de dolor para después alcanzar una gloria de la que todos tenemos algo que
aprender. No pretendo que se pueda llegar a la conclusión de la eficacia de la
cárcel para “reeducar” a sus reclusos, seguramente la mayoría de las personas
saldrán derrotados de tantos años encerrados y las condiciones sufridas,
vencidos humanamente si no con la cabeza perdida. El ejemplo a tomar de Mujica
y Mandela es la manera de enfrentarse a esos años de reclusión emocional e
intelectualmente.
El dolor, en sí mismo, no es superable, el dolor,
inevitablemente, duele. La clave no es lograr evitar ese dolor, sino conseguir
evitar que destroce tu personalidad y, si es posible, salir de él personalmente
mejor de lo que entraste. Podemos hablar del tipo de dolor al que hemos hecho
referencia anteriormente o referirnos a un dolor físico o anímico, un dolor al
que te lleva una enfermedad crónica y que te condena a años de sufrimiento,
años que puede ser lo mismo que decir de por vida. Hablar de estos tipos de
dolor hace necesario puntualizar también que el dolor en sí no es algo positivo. Pretender afirmar que el
sufrimiento es bueno es, además de una solemne estupidez, también, un insulto
para aquellas personas que lo padecen, únicamente pretendo decir que dejarse
vencer por ese dolor es añadir un sufrimiento más al que ya se padece. Un
sufrimiento para ti, que te amarga y envenena la existencia, y un sufrimiento
para los que te rodean, a los que les amargas la vida. Qué tipo de persona va
saliendo de ese dolor depende de cómo te enfrentas a él; tu cabeza saldrá en su
sitio o fuera de sí, tus emociones generaran una personalidad disparatada,
irritable, con facilidad para los altibajos u otra mucho más equilibrada,
sensible ante el dolor o la alegría de los otros, empática y con cierta
sabiduría. La posible inutilidad a la que ese dolor te haya llevado se puede
compensar, en parte, con la utilidad que puedes alcanzar para los demás. Esa
reacción tuya depende de tus circunstancias, pero fundamentalmente depende de
ti mismo. La gloria que puedes alcanzar no se trata de fama es paz para uno
mismo, no evita la tristeza, pero otorga una predisposición para poder
disfrutar de la alegría, y habiéndose resquebrajado tu vida y tu papel en ella,
te otorga una nueva utilidad para los demás, un inesperado nuevo papel en la
vida. Dolor y gloria que son inseparables.
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