Un niño pequeño, de no más de dos años se acerca a mi silla
de ruedas, se detiene ante mi con gesto de intriga por ese aparato en el que me
ve subido. Me seduce su cara y su falta de vergüenza, levanto mi mano para
acariciar su cabeza, pero no lo consigo, mi cerebro ha dado la orden, pero mi
brazo no ha respondido, sigue sin ser totalmente consciente de su incapacidad y
continúa dando órdenes inútiles, ese órgano sigue necesitando acariciar.
La caricia no es un gesto formal sin más, se trata de una
necesidad corporal y sensitiva, un gesto nutritivo para ambas cosas, para lo que
somos, para nuestro equilibrio ético y emocional.
Caricias tiernas para la infancia. Caricias con la palma de
la mano, con los dedos recorriendo la espalda. Es gozosa la respuesta del niño a
este paseo digital, ver cómo va inmovilizando cada parte de su cuerpo y como tú
te sientes feliz al ver como responde a ese pequeño placer, como estás
participando en su educación emocional y corporal.
Caricias de afecto, caricias de cariño. Un fuerte abrazo de
bienvenida, una caricia recorriendo el rostro mientras unas pocas lágrimas caen
de tristeza o emoción, caricias reiteradas, lentas, cariñosas, tiernas, para el
consuelo, en el dorso de la mano del anciano o del moribundo, estrechar la mano
suavemente, pero con sensación de firmeza, aquí estoy contigo, puedes contar conmigo.
Las caricias tienen que hablar. Decir lo que la boca no puede. Hay tantas
caricias mudas como mudos son muchos besos. El silencio del cuerpo para dejar
hueco al ruido del engaño.
Caricias de deseo para las que no hay rincones prohibidos,
caricias paseándose con suavidad por el cuerpo de la persona amada o
recorriendo con ansia animal. Acariciar, oler, besar, lamer. Caricias fuertes y
rápidas, olfatear todos los lugares convirtiendo cada olor en fragancia, besos
secos, besos húmedos, besos profundos pero aislados, tormenta de besos, lamer
hasta alimentarse de la otra, comer cual enamorado caníbal con los ojos, con
los oídos, con cada milímetro del cuerpo. Todo él es un órgano para las
caricias.
¿Adónde fueron a parar mis caricias? Mi cuerpo inmóvil es un
tronco de un árbol sin ramas que puedan ondear hojas al viento. Mis brazos
quieren sin poder decirlo, mis manos son frutos vanos, sin carne, quietas,
mudas. Las caricias solo existen en mi mente, nadie me las ha quitado, he sido
yo el que las ha perdido. Mi capacidad para acariciar es cero, solo me queda la
pequeña esperanza de recibir, recibir caricias de niño, no me importa ser toda
mi vida el “chiquitín”, pequeñas caricias que expresen el cariño acariciando mi
cara, mis manos, mis piernas; casi impensables caricias de deseo en este cuerpo
dormido, casi muerto, incapaz de responder a ellas. El deseo no se puede
transferir a pesar de que permanezca anclado en este cuerpo de sesenta años,
una eternidad que no puede revivir.
Querido amigo Jesús, como se que me lo permites desde la confianza atrevida que nos da el cariño, permíteme "un osado comentario" ¿quien no ha perdido caricias a lo largo de la vida?, por eso es tan importante "tu relato pedagógíco amoroso experiencial" que pone sobre aviso de las cosas importantes de la vida, que se nos escapan por falta de atención profunda.
ResponderEliminarTu mirada es una caricia amorosa hacia todo ser que te rodea.
Un abrazo grande, y como siempre ¡¡gracias Maestro!!
Cosa Bonita!!!Jesús. Es un placer, leer todas tus publicaciones llenas de realidad y mucho cariño. Un beso.
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