El reconocimiento de la constitución de OTRAS como sindicato
para defender los derechos de las prostitutas parecía lo único sensato que en
mucho tiempo se había hecho sobre este asunto, lamentablemente la ministra de
Trabajo, Magdalena Valerio, se apresuró a desbaratar esta ilusión sacando a
relucir ideas del más rancio feminismo. Rechazar la prostitución como una
actividad que rebaja a la mujer (o al hombre, si se da el caso) no deja de
encerrar un puritanismo moral que confina la sexualidad al ámbito de la
intimidad de la pareja. El sexo parece encerrar algo sucio por lo que introducirlo
en el mercado y vivir de ello es algo que debe avergonzar a la persona que lo
practica. El feminismo que reivindica la posesión y el dominio sobre su cuerpo
en el caso del aborto contradictoriamente niega el derecho a utilizar el propio
cuerpo como herramienta de trabajo. La fuerza de trabajo, desde sus inicios ha
estado basada en el cuerpo y la evolución de la historia ha consistido en ir
regulando la utilización de esa fuerza. No hay nada sucio en la sexualidad, ni,
por supuesto, en el acto sexual. La suciedad no se encuentra en la actividad
sino en las condiciones en las que se realiza. La solución no se encuentra ni
en su prohibición ni en ignorar la actividad como si no existiera. Esa es la
situación actual: la explotación, la falta de controles sanitarios y de los mínimos
derechos laborales, es ahí donde se encuentra la suciedad. No es la persona que
vive de ello la que peca, sino la administración que se desentiende, y, por
supuesto, todos aquellos que de una u otra manera se aprovechan del negocio y
maltratan a las víctimas.
Ese puritanismo feminista también puede deberse a una cierta
idealización de esta actividad. Es algo tan angelical (aunque no se crea en los
ángeles) que no se debe manchar con cuestiones monetarias. Uno no debe pagar o
cobrar por la realización del acto. Ese mundo idílico no existe, hay
personas que optan voluntariamente por
vivir de la prostitución, pero la mayoría lo hacen, seguramente, porque es su
única opción, del mismo modo que no
todos los clientes son feroces machos alfa también muchos de ellos acuden a ese
servicio porque no pueden hacerlo de otra manera. Se puede prohibir pero nunca
será posible que desaparezca, existió, existe y existirá. Prohibirla es como
aseverar que es necesario arrancar al hombre su parte más animal, la pregunta
no solo es si es posible, también es si es deseable. La sexualidad no es solo
algo destinado a la procreación, es también nuestro acto de comunicación más que
necesario, es también nuestra necesidad más física, que comienza por el simple
contacto de dos cuerpos.
Ese puritanismo se ve reforzado por el carácter peyorativo de
los términos que se utilizan para designar esa actividad y a las personas que
la ejercen, incluso los términos masculinos, más escasos y menos duros son
igualmente peyorativos. Difícilmente esto permite una valoración distinta, más
positiva. Es raro pronunciar la palabra puta sin que se junten en nuestra
cabeza la actividad y las condiciones en las que se realiza por lo que es fácil
rechazar ambas como si fueran completamente inseparables. Es necesario
diferenciar víctima y verdugo, proteger
a la primera y perseguir y condenar a exploradores, esclavizadores y
depredadores sexuales. Para esto es importante la cuestión de léxico, es por
esto que el sindicato acertadamente escoge “trabajadoras sexuales”.
Mantengamos un discurso falsamente avanzado, progresista, que
nos hará dormir satisfechos por los aplausos del rebaño y abandonemos a su
suerte a aquellas personas que tienen que buscarse la vida en las carreteras,
esclavizadas durante años en cutres club de alterne o envejeciendo en la puerta
de un piso de mala muerte, o, de otra manera, establezcamos toda la legislación
y los recursos necesarios para defender un trabajo que puede ser tan honroso o
tan poco honroso como cualquier otro.
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