Todo nacionalismo es delirante, sólo necesita un estímulo para activar su
delirio, si ese estímulo es otro nacionalismo ambos se retroalimentan, uno
genera la activación del otro y ambos aumentan su pequeño o gran incendio. Una
situación así es la que estamos viviendo cargada de emociones que son
fácilmente manipulables, es por eso por lo que se huye del debate para recargar
continuamente la pistola emocional por la que disparar cuando uno crea
conveniente. Ese uno no es el ciudadano de a pie que sale a la calle sino el
político que carente de argumentos busca llenar de emociones todos los medios a
su disposición, la pistola la carga él pero espera que sean otros muchos los
que la disparen, para ello busca utilizar símbolos en los que esas emociones se
descarguen (el que lidera ese proceso sueña con pasar a la historia también
como tal); da lo mismo que lo que se busque sea que se llore ante ella o que se
abuchee, todo nacionalismo necesita otro al que despreciar y acusar de los
males, el símbolo se besa o se quema según sea necesario y nos hayan
predispuesto a ello, una y otra actitud es el mismo tipo de emoción, el mismo
pensamiento con nombre distinto, la misma irracionalidad sea cual sea el lado
en el que pretendamos situarnos. El nacionalismo nunca puede significar
progreso, siempre es marcha atrás, vuelta al pasado, sólo será posible avanzar
cuando nos desprendamos de ese lastre, lastre que supone xenofobia, la creación
de un extraño al que odiar pues nos roba, se aprovecha de nosotros y es
manifiestamente inferior. Ese pensamiento nacionalista sólo lo puede propagar
un vendedor de humos capaz de llegar a
convencer de que solo a través de ese camino es posible llegar al paraíso soñado,
solo cuando podamos desprendernos de ese extraño que está entre nosotros y, de
alguna manera, nos fagocita; cuanto más humo mejor, mejor podemos vender el
producto, el gran problema es que para que aumente el humo, es necesario
encender el fuego y el fuego no es fácilmente controlable, cuando se quiera
disipar el humo nos podemos encontrar con que el fuego permanece y nos devora,
hemos alentado el fuego y aquello que
creíamos controlar se nos va de las manos. Para hacer medianamente creíble ese
producto es necesario generar una historia, una historia de héroes y villanos
con acontecimientos en los que fijar un inicio o en los que justificar la
situación en la que nos encontramos, la derrota de esos momentos ha de ser
vengada. El villano de ayer es el de hoy, nosotros siempre seremos los héroes
perdamos o ganemos. Ese relato, según una lógica histórica, siempre será
ficción por mucho que lo repitamos, de tanto oírlo lo asumiremos, cuantos más
seamos el coro que lo dice, mucho mejor, más convincente será. El rebaño da
calor y seguridad, estar fuera de él intranquiliza, son necesarias agallas para
enfrentarse a él, agallas y ser dueños de un pensamiento propio.
Todo nacionalismo guarda en su interior una buena dosis de fanatismo, una
bomba de relojería que únicamente ha de ser activada, a distancia, para
explotar. Este es, en realidad, el proceso en el que nos encontramos inmersos,
el fanatismo genera placer pero no puede ser el principio del mismo el que
oriente la actuación política como no puede ser una ética de las convicciones.
Es la unión de ambas la que utiliza el aspirante a mesías, de esa manera
satisface al populacho y, al mismo tiempo, elude responsabilidades. Manejar un
principio de la realidad y una ética de la responsabilidad es complicado y sólo
al alcance de un político de verdad. No quiere decir que no se actúe con
arreglo a las convicciones ni que no se actúe buscando el placer de la mayoría,
sino que se actúa teniendo también en cuenta las consecuencias de toda acción
y, sin engañar, la necesidad, en ocasiones, del displacer No es bueno jugar con
fuego, el fuego quema y no importaría si el quemado sólo fuera el político que
lo ha encendido pero suele ocurrir que la quemada sea la mayoría de personas
que le han seguido y que se han ofrecido, gustosamente, como leña.
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