Recibo la llamada mensual del Servicio de teleasistencia y sonrío mientras hablo con la mujer que está al otro lado imaginando que ella cree hablar con un anciano, pero yo, pienso, estoy lejos de ese momento. El tiempo transcurre pero uno cree que lo hace para los demás pero no para sí mismo. Los espejos se empeñan en desmentir esto. La juventud eterna no existe, la mujer del principio sí se encuentra hablando con un hombre mayor, desvalido, necesitado de una atención permanente. Aquel joven quedó muy lejos. El tiempo transcurre para todos.
Cuando no te mueves, cuando todo tu tiempo lo pasas en la silla de ruedas o
en la cama, entonces sí es cierto que el tiempo pasa de ti, de alguna manera,
te has ido quedando atrás. A tu alrededor la vida continúa, hay conversaciones,
información, acuerdos, conflictos e inevitablemente tú no estás allí. A veces
te llegan los ecos de las mismas, a veces no. Pareciera que tú vas perdiendo tu
lugar, tu posición, en el grupo. No hay responsables, únicamente es el mundo
que ahora gira de otra manera y en ese girar tú vas perdiendo vueltas. El hecho
de que a ti se te vaya liberando de tomar decisiones no supone en realidad
liberación alguna, a menudo, al contrario, lo que hace es generar ansiedad.
Contemplas como te vas quedando atrás, en segunda fila, te das cuenta de que en
muchas situaciones tu colaboración va a ser cero, en una urgencia tú puede que
no seas una ayuda sino un lastre . Vas quedando relegado pero no por desprecio
alguno, se trata de ley de vida, tu papel en ella va cambiando, tu presencia no
deja de ser cualitativa pero inevitablemente pierdes peso cuantitativo. En la
familia, paradójicamente, esa vida gira alrededor tuyo, el tiempo se regula en
función de tus necesidades, pero, aunque tú seas el centro, tu iniciativa es
nula, los pasos, las gestiones, son de los otros. Ellos viven para ti pero tú
te planteas qué puedes hacer por ellos. Comprendes así la vivencia de muchos
ancianos que se sienten fuera de lugar, ese mundo ya no es el suyo, carecen de
vida propia, todo aquello que la conformaba parece haberse ido por el sumidero;
la realidad les sobrepasa, ya no entienden qué pintan en ella más allá del
incordio que suponen.
La segunda fila a la que ahora te ves destinado no tiene por qué suponer
que tú seas tu propio sumidero, que te conviertas en un agujero negro que
absorba todo lo que suponga vivir, ese agujero negro te absorbe a ti y absorbe
a todo aquel que se encuentre a tu alrededor. La vida puede ser vivida desde el
gallinero, no es el lugar que ocupas en ella el que determina tu derecho a la
vida, eres tú, con tu actitud el que te puedes ganar el derecho de
reivindicarla, como también te ganas, con esa actitud, el derecho a ponerle fin.
Tu vida es también la vida de los otros, es en ellos donde puedes ver reflejado
como te vas ganando esos derechos. Ya no eres el que eras, pero esa segunda
fila no tiene por qué significar que seas menos, puede que te hayas convertido,
fundamentalmente, en un espectador, pero es casi seguro que la vida te brindará
momentos en los que puedas demostrar tu verdadera altura, aunque tu escenario
haya quedado reducido a tu casa y el número de tus compañeros de obra sea cada
vez menor.
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