Hablar de sexo y prostitución siempre es un tema complejo y polémico, más
aún si se le añade un tercer ingrediente, la discapacidad. Tengo en mi mente la película “Las sesiones”, un
tetrapléjico de 38 años decide que ha llegado el momento de perder la
virginidad, para ello busca la ayuda de una profesional del sexo, llámenla
ustedes como quieran. Ojalá fuese una película más vista. El sexo, el placer,
el cuerpo, la ternura, el afecto, el éxtasis que dura unos segundos, la
felicidad que puede durar una noche, una tarde, una mañana, un día. Una
felicidad que puede que después quede en nada, pero ahí estuvo, ahí quedó. El
derecho a ser tocado, a ser besado. La humedad, los fluidos, los gemidos, esa
mirada que todo lo abarca y en todo se concentra. Las yemas de los dedos, la
humedad de la lengua, el sudor de las axilas, el olor de la vagina, la magia de
una erección, los susurros del después, la cabeza sobre el pecho, el lento
baile de unos dedos, las confidencias, las confesiones, los deseos, el llanto,
la risa, el silencio que se escucha.
Si hablar de sexo y sexualidad no está del todo asimilado, hacerlo de sexo
y sexualidad de las personas discapacitadas es prácticamente rechazado, entra
directamente en el terreno del morbo, de lo desagradable, de lo prohibido.
¿Tiene derecho a la sexualidad el impotente, la mastestomizada, aquella persona
que carece de manos, que tiene la piel de su cuerpo arrasa por un fuego, la que
no se puede mover, la que solo mira? ¿cómo ha de ser esa sexualidad? ¿quién la
puede practicar? ¿dónde se encuentra el límite de lo perverso? ¿dónde se
encuentra el morbo, en la cabeza del que mira o en los cuerpos que se juntan?
¿es necesario el amor? Recuerdo en este
momento un relato de Mario Benedetti, “La noche de los feos”, que puede servirnos para expresar la dificultad y el
gozo de estos momentos. Quién no va a tener derecho a la sexualidad, quién no
va a tener derecho al uso de su cuerpo para ello, quién va a estar condenado de
nacimiento a no ser tocado, a no vivir la ficción de un amor. La discapacidad
no nos convierte en seres asexuados.
Sobre este derecho es sobre lo que habla la película antes citada y lo que
pone sobre el tapete, lo admitamos o no, es el tema de la prostitución, su
regulación sí o no, su legalización sí o no. Mark O'Brien (John Hawkes), poeta y
periodista tetrapléjico y con un pulmón de acero, decide que, a sus 38 años, ya
es hora de perder la virginidad. Con la ayuda de su terapeuta y la orientación
de un sacerdote (William H. Macy), Mark se pone en contacto con Cheryl
Cohen-Greene (Helen Hunt), una profesional del sexo. Una película llena de
ternura y de verdad. ¿Quién puede oponerse a lo que ahí ocurre? La dulzura con
la que es tratado el tema por Cheryl y la simpatía que desprende el personaje
de Mark, lo hace imposible. Seguramente alguien podría decir: eso no es
prostitución. Bueno, será cuestión de extender un certificado de discapacidad
para poder acceder a los servicios de una profesional del sexo, seguramente
también será necesario fijar el grado de minusvalía. ¿O bastará con una prueba
de virginidad? ¿Se podrá acceder también con un certificado de soledad? ¿Y
quién pueda demostrar la vivencia de una sexualidad muy lastrada? ¿Será un
problema de edad? ¿Los mayores sí o no, sólo para ellos o ninguno? Dónde
podemos poner el límite para el ejercicio de la sexualidad.
La prostitución es ejercida
mayoritariamente por mujeres, mientras que los clientes son mayoritariamente
hombres. Quizás es un problema terminológico, prostitutas o putas suena
despectivo, mejor llamémoslas profesionales del sexo, trabajadoras sexuales o
asistentas sexuales, puede que así podamos engañar a esa parte de nuestra
conciencia que todavía está instalada en el prejuicio. Es verdad que la sexualidad
no es sólo genitalidad, y que la mayoría de nosotros no sabemos vivir el antes,
el durante y el después, que necesitamos un buen repaso a nuestra educación
sexual. ¿Es que es necesario para corregirlo crear un ciclo formativo de
formación profesional sobre asistencia sexual? ¿De grado superior (una educación universitaria de grado
parece excesivo) o bastaría con uno de grado medio?. Puede que así lográramos
diferenciar como es debido un trabajo tan digno como este de ese puterío que
tanto nos indigna.
Si hemos salvado de la quema alguno de los casos anteriores, quizás no
nos hayamos dado cuenta de qué hemos empezado a regular la prostitución. Dentro
de nosotros, aun cuando presumamos de modernos y de no creyentes, todavía
persiste ese prejuicio judeocristiano que condena la sexualidad como algo
escandaloso y que debe estar circunscrita al ámbito de lo privado. El
diccionario de la RAE habla de la prostitución como mantener relaciones
sexuales a cambio de dinero. ¿Dónde está lo vergonzoso? Seguramente puede ser
una actividad no deseada, para la que no hay vocación. ¿Es la única? Quién
desea recoger basura, quién limpiar alcantarillas, quién aguantar borrachos, quién
quiere trabajar asfaltando una carretera, quién buzonear por las casas. Por qué
el contacto corporal de un masaje está permitido; quizás por el mismo motivo
que se critica a lo que hemos reducido la sexualidad: la genitalidad. Ese es el
lugar prohibido, aquel que todo lo convierte en vergonzoso, aquel que quien lo
toca o aquella que lo ofrece quedan señalados.
El problema no es la actividad en sí, tan legítima y natural como otra
cualquiera, el problema real son las circunstancias en las que se desarrolla
este trabajo, circunstancias a las que la ilegalidad la aboca. Los problemas
son la prostitución infantil, el proxenetismo, el tráfico de personas, la
violencia a la que se encuentran expuestas, la explotación sexual, las
enfermedades de transmisión sexual a la que se encuentran expuestas. La
clandestinidad propicia todo esto, su regulación y poder realizar este trabajo
a la luz de los demás puede permitir diferenciar el trigo de la cizaña. La
persecución de esas prácticas, la diferencia legal entre víctima y verdugo, los
beneficios para la primera y el duro castigo para el segundo. El tráfico de
personas es perverso sea cual sea el destino al que estas son llevadas, la
esclavitud igualmente, esté una persona confinada en un barracón para
prostituirse, para la mendicidad, para tejer camisas o para trabajar en el
campo. Esta sociedad hipócrita habla del mal uso que hacemos de la sexualidad y
es incapaz de asumir que la educación sexual de todos es una tarea pendiente.
Saber que la violencia es condenable sea cual sea el ámbito en el que se
desarrolle, que la sexualidad es también un lenguaje a utilizar, que el abuso
de edad, sexo o poder físico o social siempre es deleznable y denunciable, que
aportar felicidad corporal a quien no la tiene también es un acto de caridad y
que en este aspecto es necesario respetar al máximo y potenciar el respeto a la
diversidad sexual. La mujer no es un objeto también puede ser la que necesite
esa felicidad temporal, el hombre no es el macho ibérico poderoso también puede
ser el agente tierno que aporte esa felicidad. La sexualidad en la sociedad es
una mirada de lágrimas, bien de tristeza o alegría, la educación fundamental
consiste en tener la sensibilidad para percibir ambas cosas y no tener
prejuicios para aceptar su resolución.
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