El otro día visioné de nuevo parte de la película “Bienvenido Mr. Chance”, en ella Chance (Peter Sellers), un
jardinero analfabeto y muy limitado intelectualmente se ve, con sus silencios,
su pasividad y sus comentarios muy básicos sobre jardinería, convertido en un
sabio al que los altos poderes acuden para descubrir lo que interpretan como
razonamientos esenciales para la vida y para su organización. Quizás me estaba
viendo a mí mismo. Nunca pude presumir de una sabiduría enciclopédica ni de una
capacidad de discurso inagotable, el tiempo y la enfermedad ha ido mermando
cada vez más ese depósito de palabras y de información, y, sin embargo, me
siento escuchado, incluso con interés. No es un acto de caridad al que ahora
asisto debido a mi enfermedad, puedo decir que lo he sentido durante casi toda
mi vida y que en ocasiones se remonta a mi juventud aunque se haya hecho
presente ahora. La suerte me ha acompañado y continúa haciéndolo.
Sorprendentemente, para mí, he sido una persona importante para otros pero
nunca he dejado de sentir mi mediocridad y la gran distancia existente entre el
ser deseado y el real. Pienso que están confundidos y temo, al mismo tiempo,
que se den cuenta de ello y se descubra mi vulgaridad. Me aterra la soledad y
cada día que pasa valoro más el enorme regalo que supone la amistad y el
cariño, el sentirte cuidado por los otros acompañado por la ración de humildad
correspondiente y que, ¡oh, sorpresa! estabas presente, sin tú saberlo, en
otras personas. Este personaje tan valorado, no sería capaz de vivir lo que
está viviendo en soledad; sin ellos no soy nadie, con ellos, paradójicamente,
en mi decadencia física, cuando mi cuerpo se va desmoronando y mi presencia se
va reduciendo soy un globo que va creciendo mientras los demás le van
insuflando su aliento. Mis pocas palabras puede que tengan poco valor, pero lo
que sí aseguro es que ahora pertenecen a lo más hondo de mí. En ocasiones, a pesar de los pesares, uno debe dar gracias a la vida por ser un afortunado.
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