En algún momento de mi vida debió de iniciarse en mí cierto fetichismo con
los libros que más allá de su lectura también se convirtió en el ansia de
acumularlos. Era el placer de tenerlos en mis manos, de olerlos, de pasar sus
páginas, de ver su tipo de letra, la manera en cómo se distribuye su texto, la
ilustración de su portada. Siempre era este placer anterior a su lectura aunque
pugnaba con el apetito voraz por comenzarla. Desde pequeño tuve una mala
memoria por lo que he de reconocer en ese afán lector algún deseo de vampirizar
su contenido suponiendo que alguna riqueza siempre quedaría con su lectura a
pesar de que fuera fácil su olvido. Pero en ese vuelo obsesivo a través de los
libros ha habido algunos que dejaron en mí una huella imborrable y formaron mi
pensamiento y mi actitud ante la vida. Libros hermanos, libros amigos, libros
maestros. No me entendería a mí mismo sin ellos, no se podría comprender
totalmente mi mirada sobre la vida. Libros todos que me han ayudado entender la
complejidad de la vida, llegado un momento no sé bien si fui yo el que fue
hasta ellos o fueron ellos los que vinieron hasta mi, que estábamos condenados
a encontrarnos.
En ese convivir en el que yo me empeñé pronto las librerías se convirtieron
en lugares en los que yo me perdía con
frecuencia. Era la satisfacción de sentirme rodeado por libros y poder coger y
hojear uno u otro, intentar olfatear aquel libro que me estaba esperando y
dejarme sorprender por algún otro que no esperaba. Esas librerías condenadas
hoy al transformismo para poder subsistir y esas editoriales obligadas a
enriquecer sus ediciones para que el lector perciba que lo que tienen sus manos
es una joya que difícilmente podrá encontrar en formatos electrónicos. El
e-book, hasta el origen del nombre le ha sido robado al libro electrónico para
que pierda su escasa sensación de cercanía, trae consigo muchas posibilidades
pero no deja de ser una nube en la que nos adentramos y salimos de ella como si
saliéramos de una niebla más o menos densa. Ese libro no pesa, no huele, no
ocupa espacio, quizás virtudes para una sociedad líquida que exige que todo
tenga ese carácter de venir y marcharse dejando la menor huella posible.
Hoy leo en un libro electrónico, no puedo sostener uno de papel, se me cae
de las manos, no puedo pasar páginas, soy incapaz de separarlas, pero sigo
necesitando vivir con esos libros que me han acompañado estando alrededor de
mi. Poder verlos, sentirlos, saber que están ahí y que con ellos sigo estando
yo, que los pedazos que de mí se van desmoronando aguantarán mejor si ellos
están conmigo y si alguien coge después uno de esos libros me está también
cogiendo a mí y yo sueño con quedarme en algún lugar de su interior.
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