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miércoles, 18 de marzo de 2015

CASI POEMAS (6)

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A menudo me despierto de madrugada con un poema en la cabeza.
No me preocupa y hasta resulta de cierta clase.
Pero ya me empiezan a preocupar otras cosas que me van ocurriendo.
Ahora me ha dado por despertarme con una flor en la boca,
empiezan a ser muchas y ya no sé a quién regalárselas.
La otra noche también lo hice con dos alas a mi espalda.
Es inútil, yo no sé volar y en el libro de instrucciones no venía si yo pertenecía a los ángeles o a los demonios.
También he llegado a despertarme con una muleta en la axila, con un traje de payaso, con una peineta en el pelo o con la cara de otro señor que no conozco.
Definitivamente, lo que me dejó sin dormir el resto de la noche, fue ayer cuando me desperté con un fusil al hombro.
No sé si sería una sugerencia o fue solo un símbolo




Esta enfermedad que tengo está empeñada en hacerme creer que es importante.
Primero me dejó las manos tontas, como para que me cueste pasar las páginas de un libro (eso fue buena idea, se lo reconozco) o crearle los detalles a un canapé.
Luego la cogió con mis piernas. Seguramente me las cambiaba durante la noche por las de gente de más edad. Ya casi no me puedo mover de casa y ella piensa que me está ganado la batalla.
Entre esto no se corta en salpicar mi existencia con algunas otras menudencias: Un golpe a la mitad de mi cara hasta dejármela dormida,
un golpe bajo al aparato urinario,
y me sacude con problemas de memoria que me complican recordar nombres y fechas.
Yo contraataco diciéndole que solo son achaques de la edad.
No hay cosa que más le moleste, con el esfuerzo que le ha costado hacerse un hueco entre las enfermedades de renombre.
También, para pagarle con sus mismas armas, olvido a menudo como se llama.
Con eso no la hago desparecer pero la enrabieto un rato y disfruto con ello.
Lo que de verdad la hace padecer es que la ninguneen.



Llevo unos días que no me encuentro.
Seguramente andaré perdido entre las páginas de algún libro
o me quedaría olvidado entre potingues de la cocina.
Imagino el discurso (con razón) que me dará mi mujer.
¡Ya te lo decía yo, algún día vas a perder algo que necesites!
Yo me necesito hasta cierto punto,
si puedo escucharla decir c`est moi al llegar a casa
o puedo seguir disfrutando de las ironías de mi hijo pequeño
o de las razonables palabras del mayor,
no estoy especialmente preocupado,
al menos tengo la esperanza de que allá donde esté
me encuentre haciendo algo importante.

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