¿Dónde empieza
la casta? ¿Acaso forma uno parte de ella por el mero hecho de pasar a
desempeñar una función política? ¿Puede uno usar esta generalización sin
ponerle límites? ¿Puede usarla como nombre propio y colectivo a la vez, formado
por un número ilimitado de nombres comunes sin utilizar los nombres propios e
individuales? ¿Es posible manejarla sin matizarla constantemente? Se trata de
una generalización simplista, barata, injusta y falsa. Una afirmación que forma
parte del marketing electoral que se
lanza para ser rumiada por el votante y para que de esa manera surja su
efecto, pero no para generar en el mismo la sana y siempre complicada costumbre
de pensar, es fácil no tiene costes para uno pero sí beneficios; es un velo que
se lanza alegremente sobre todos pero que no desvela nada, bajo él encontramos
personas de las que de ninguna manera podemos decir que forman una clase especial, sin
mezclarse con los demás; fuera de ella sí podemos encontrar un tipo de personas
destinadas desde antes a formar una clase especial sin llegar a mezclarse con
los demás.
¿Qué se logra
con ese apelativo? Su primer efecto perverso es estigmatizar la función
política, estigmatización que debería volverse contra uno al intentar
ejercerla. Estigma que tranquiliza y justifica de facto a quien permanece ajeno
a la misma. Recupera la vieja idea del franquismo de la política como algo
sucio. Todos deberíamos hacer como Franco, no meternos en política.
Es útil porque
culpabiliza a terceros exculpándose uno. Uno queda fuera de ella por ser quien
es y por estar donde está o no estar donde no debe. El viejo truco de marcar el
límite, dentro y fuera, aquí dentro hay salvación fuera no existe. Nosotros y
ellos, justos y pecadores. Nos exime del análisis político y personal, qué
hacemos y cómo somos. Hacemos lo que debemos hacer y somos como debemos ser
porque estamos donde debemos estar y con los que debemos estar. Quien forma
parte de ella nunca piensa que está dentro. Se trata de un problema de espacio
y de personas, ambas con una concepción maniquea según la cual hay unos señores
malos, que hay que apartar, y que en cuanto se haya hecho así, se pondrán los
buenos.
Colocar la
etiqueta supone también externalizar la responsabilidad: La casta se forma por
el comportamiento malévolo de determinadas personas. No es tan simple, la casta
la genera también el comportamiento del pueblo. El mismo pueblo que encumbra y
apedrea, el que se engancha a líderes y elude sus compromisos, el que basa su visión de la vida en un
permanente maniqueísmo: ellos y nosotros, los buenos y los malos, los con
derecho y los sin derecho, los con y los sin. Ese pueblo que soportó una
dictadura hasta su final. Un pueblo no pasa de ahí a ser demócrata.
Cuenta Bertolt
Brecht en su libro Historias del señor
Keuner la siguiente historia sobre un funcionario indispensable.
El señor K. oyó unos comentarios elogiosos a
propósito de un
funcionario que tenía ya bastante antigüedad en su cargo y del que se decía
que, por su eficacia, resultaba indispensable.
funcionario que tenía ya bastante antigüedad en su cargo y del que se decía
que, por su eficacia, resultaba indispensable.
—¿Qué significa eso de que es indispensable?
—preguntó el señor K.
irritado.
irritado.
—El servicio no funcionaría sin él —explicaron
quienes le habían
ensalzado.
ensalzado.
—¿Cómo puede ser un buen funcionario si el
servicio no funciona sin él?
—preguntó el señor K.—. Ha tenido tiempo más que suficiente para organizar
el servicio de tal forma que su persona no sea indispensable. ¿En qué ocupa
entonces su tiempo? Yo mismo os lo diré: ¡en hacer chantaje!
—preguntó el señor K.—. Ha tenido tiempo más que suficiente para organizar
el servicio de tal forma que su persona no sea indispensable. ¿En qué ocupa
entonces su tiempo? Yo mismo os lo diré: ¡en hacer chantaje!
La
indispensabilidad del líder es, en gran medida, propiciada por él. En esa
actitud se encuentra el germen que genera la casta. La casta es el
insustituible, el que se aplaude a sí mismo. Aquel que se gusta agasajar
constantemente por el elogio, todo lo contrario de la actitud del señor K.
Al enterarse de que sus antiguos pupilos le
elogiaban, comentó el señor K.:
-Cuando los discípulos ya hace tiempo que olvidaron los errores de su maestro, éste aún los recuerda.
-Cuando los discípulos ya hace tiempo que olvidaron los errores de su maestro, éste aún los recuerda.
La casta la
fomenta el que promueve el aplauso como ritual y el que aplaude, el que se cree
indispensable y el que se aferra a ese indispensable, el que excluye la duda
como estrategia electoral y el que cree que pensar es no dudar, el que
resguardado en su retórica organiza la vida social y política en dos estados,
el de los cabecillas y el del vulgo. Nadie se encuentra a salvo de ese riesgo,
pueden cambiar los usos y costumbres de la nueva casta pero no deja de ser una
nueva clase especial destinada a no mezclarse con los demás o a hacerlo
superficialmente con el único objetivo de mantener su estatus. Es esto lo que
recoge Robert M. Pirsig, en su libro Lila
“El esnobismo social se vio
sustituido por el esnobismo intelectual. Grupos de expertos, gabinetes
estratégicos y fundaciones académicas asumieron el mando del país. Se bromeaba
con que el famoso ataque
intelectual de Thorstein Veblen contra la sociedad victoriana, Teoría de la
clase ociosa, debía pasar a llamarse Ocio de la clase teórica. Había surgido
una nueva clase social: la clase de los teóricos, y se colocaba claramente, por
encima de todas las castas precedentes “
Otro
elemento característico de la casta es la manipulación del lenguaje, se trata
de decir lo que se quiere oír y silenciar lo que no se quiere, se trata de
simplificar los términos. Recientemente Juan Carlos Monedero, en una
entrevista, decía lo siguiente: Lo que
pasa es que hablar del sistema capitalista previene a la gente y ya no escucha.
¿Qué necesidad tienes entonces de ...? Si el sentido común de una sociedad es
neoliberal, ¿cómo luchas contra el sentido común? ¿A golpes?... Nosotros hemos
buscado otras fórmulas. Y decimos lo mismo pero con otro lenguaje.
¿No es esta,
de hecho, la más vieja estrategia del mercado electoral destinada a establecer
el mundo de los electores y el de los elegidos que han de educar al primero
para que responda adecuadamente a las pretensiones del segundo?
Se trata también del viejo cuento del lobo y
los cabritillos : El lobo se marchó furioso, pero tampoco dijo
nada, fue al molino metió la pata en un saco de harina y volvió a casa de los
cabritos.
¡Tan! ¡Tan¡ Abrid hijos míos,
que soy vuestra madre.
Los cabritos gritaron:
- Enséñanos primero la pata.
El lobo levantó la pata y cuando
vieron que era blanca, como la de su madre, abrieron la puerta.
Se trata de la vieja historia de esos
cabritillos, incapaces ya de descubrir en qué están siendo engañados y agotados
ya de su constante suceder. Pudiera ocurrir que se trate del lobo disfrazado de
cabritillo que se come al lobo, pero, al fin y al cabo, lobo.
Conclusión y
viceversa: el discurso no nos exime del riesgo de caer en la tentación de la
casta, podremos cambiar sus formas pero ésta seguirá existiendo. Esta realidad
puede descalificar al que la practica pero de ninguna de las maneras puede
hacernos conformistas, al contrario, más críticos y exigentes con lo que se nos
intenta vender y con nosotros mismos. No todo es casta pero también se puede
caer en ella jugando a no serlo.
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