Es verdad que
una reducción de la jornada laboral a 35 horas facilitaría la redistribución del
trabajo y podría reducir la tasa de paro. Es verdad que la subida del salario
mínimo y la subida salarial en general así como la de las pensiones aumentaría
la demanda interna y con ello la del P.I.B. Es verdad que podría renegociarse
la deuda y acordar una quita de la misma, que se ha hecho anteriormente y que
esto disminuiría la carga sobre el estado y sobre las familias y aumentaría
nuestra capacidad de maniobra. Es verdad que la aplicación de una tasa reducida
sobre todo tipo de transacciones financieras y de una tasa sobre las operaciones
de compra y venta en el mercado bursátil llevaría a una economía productiva en
detrimento de una de carácter exclusivamente especulativo y financiero. Es
verdad que combatir el fraude fiscal y una reforma fiscal aumentaría los
ingresos públicos. Es verdad que el establecimiento de un sistema de renta
mínima garantizada aumentaría el bienestar y la calidad de vida de toda la población,
en especial de la más desprotegida. Todo esto es verdad… y falso a la vez. Es
falso que si se intentara todo esto estaríamos ante el abismo, el capital
saldría huyendo, el paro aumentaría, la prima de riesgo se dispararía, la
inversión de capital extranjero desaparecería, es falso… y puede que sea
verdad.
No es difícil
profetizar en este último sentido cuando se tiene en las manos la capacidad de
que esa profecía se cumpla. El capital siempre será bienvenido allá donde vaya,
las autopistas para sus viajes se le abrirán sin problemas, es agua que se
escapa del puño, por muy fuerte que se cierre logrará marcharse. En realidad no
se trata de profecía sino de amenaza aunque no se perciba como tal. Aunque la
definición de la situación sea falsa si es percibida como real tendrá efectos
reales. La facultad que el capital tiene para convencer es inmensa y “una vez
que una persona se convence a sí misma de que una situación tiene un cierto
significado, y al margen de que realmente
lo tenga o no, adecuará su conducta a esa percepción, con consecuencias en el
mundo real”. No es sino una
profecía autocumplida con la que el capital amenaza y que tiene en sus manos
que se cumpla. Lamentablemente la ciudadanía no percibe la intencionalidad de
esa predicción y de ese comportamiento sino que simplemente la identifica como
adecuada a la realidad. No percibe el punto mafioso de la amenaza sino que
interpreta como ajustado a la realidad el análisis de una parte y quimérico e
irrealizable el otro. No sólo la
realidad está en manos del capital, también nuestro pensamiento.
No se trata de que estemos abonados a la derrota sino de que no estamos solo ante
la necesidad de una gestión política y económica sino también ante una gestión
ideológica y moral. No basta con medidas electorales sino que estamos ante un
cambio de vida. Sólo en la medida en que seamos capaces de resistir la amenaza
del capital tendremos en nuestras manos armas para derrotarle. Limitarnos a
hablar de la gestión política sin analizar la visión de la vida que tenemos y
que llevamos a la práctica no deja de ser autoengaño y de tener su porción de
hipocresía. Se trata de tener claro que lo personal es político y que solo
podemos construir una nueva sociedad en la medida en que empezamos a
construirnos como nuevas personas.
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