El ideal no existe, es el sueño que se nos encalla en la
cabeza y que guía nuestros pasos para acabar a veces zozobrando tras chocar
contra él.
El ideal es, si acaso, un momento: una caricia, un orgasmo,
el gesto de un niño, una mirada tierna, la sonrisa que te abraza de golpe y
hace que te enredes en ella y, en adelante, hace que andes de cabeza en su
busca.
El ideal es a lo sumo ese momento y los puntos suspensivos
que genera y que son los instantes que te dan derecho al recuerdo. Ese que
justifica una vida o que se convierte en la soga con la que tú mismo te
ahorcas.
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