¿Qué lo
impide? ¿Qué impide soñar, imaginar otras formas de la realidad? ¿Qué impide
ponerse manos a la obra para construirlas? Lo impide ser hombres y mujeres incapaces de imaginar esas
otras formas, temerosos de los cambios, convencidos de que su presente es el
final de la historia, la estación término a la que estábamos destinados. Lo
impide ser incapaces de diseñar caminos de diálogo y encuentro, solo ocupados y
preocupados por sujetar las riendas, solo capaces de imaginar catástrofes y abismos
más allá del hoy permanente.
Vivimos
tiempos de crisis. Toda crisis es momento de cambio y todo cambio oportunidad
para la mejora. Es esta actitud, el diálogo, los deseos de identificar lo
mejorable y las ganas de mejorarlo,
con la que hay que afrontar esos tiempos, la que debe predominar en
ellos, no el temor.
¿Por qué no
concebir otras formas? ¿Por qué no ser capaces de llegar a ellas? ¿Qué pecado
cometo al pensarlas? ¿Qué pecado al proponerlas? ¿Qué desatino es ese de
imaginar que he llegado a nacer en el cénit de la historia y que las formas de
este momento están por encima de mis coetáneos y de mi mismo? ¿Qué invento es
ese de la patria? ¿Qué invento el de la nación? ¿Qué invento el de la
autonomía? Puros constructos sociales, meros artefactos que hemos ido creando y
ante los que nos comportamos como si fueran de naturaleza esencial por encima
del hombre mismo que los creó, ante los que nos supeditamos. Que sirven para
unirnos tanto como para separarnos. Generamos los dioses a los que adorar, ante
los que arrodillarnos, por los que renunciar al pensamiento. Convertimos a
nuestras criaturas en nuestros señores, necesitamos renunciar a nuestra
libertad de crear, nos asusta el riesgo al que nos asomamos al hacerlo.
Vivimos una
época constituyente, aunque nos dé miedo aceptarlo, aunque nos resistamos a
ello y prefiramos que el melón explote antes que abrirlo. Es momento de
imaginar. ¿Por qué no hacerlo?
Yo imagino una
república. Ya es momento para ello. La imagino no al modo de los viejos
románticos envueltos en banderas tricolor. Me da igual su bandera. Otro trapo.
Me dan igual sus colores. No invitaré a nadie a verter su sangre por ellos. La
imagino como forma de Estado viable a la que con mesura y cabeza hay que
ponerse a ello.
Puesto a soñar
despierto imagino una República Ibérica en la que incorporo a Portugal. ¿Por
qué no? ¿Qué me separa de ellos más que de otros?
Imagino una
república en la que uno está libremente. En la que se anticipan soluciones al
conflicto antes de que este surja. En la que no se idealizan entes superiores
al ciudadano mismo y las puertas de entrada y salida ya se encuentran
diseñadas. En la que no se tiene miedo a las palabras.
Me aburre el
autonomismo, un pseudonacionalismo mucho más artificioso. Porque, ¿qué
artificio es ese de Castilla-La Mancha? Puestos a imaginar imagino una Castilla
que abarque desde el Cantábrico hasta Sierra Morena. ¿Qué hay menos que me una
a un habitante de Asturias que a uno de Albacete? El invento ya tuvo su tiempo.
¿Por qué no ir a por otro?
Imagino a
conciudadanos reunidos con la ilusión de recrear, sin tabúes, metiendo la
tijera donde haya que meterla, y siendo capaces de inventar nuevos constructos,
nuevas instituciones, nuevas formas organizativas en las que sea más fácil y
real la participación. Con la inteligencia para darse cuenta cuando la imagen
se encuentra quemada y la generosidad para dejar paso a otros. Capaces de hacer
lo que desconocían que era imposible.
Pero todo esto
no deja de ser imaginaciones mías. ¿A quien pueden interesar? Sueños
adolescentes de quien nunca terminará de crecer. Pero la realidad solo cambia a
base de imaginarla distinta. La historia no existe si es inmutable y el devenir
histórico chirría si nos empeñamos en vestirlo con trajes diseñados para otra
época. Los hijos crecen, los trajes no y a veces parece que tenemos más cariño
al traje que al hijo. Idealizamos el primero y sacrificamos por ello al
segundo. Los sueños son sueños, pero a veces se cumplen si nos empeñamos. ¿Por
qué no?
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