Hace unos días
se celebró el Día del Padre, me pregunto si cualquier padre ha de ser motivo de
celebración, si todos los padres somos iguales. Creo que la respuesta a las dos
preguntas ha de ser no, pero con esa respuesta un nuevo interrogante se me abre
y es dónde tengo que ubicarme yo en esa diversidad de paternidades. Seguramente
una buena manera de responder a ello es valorar el producto resultante, es
decir el hijo, pero me temo que, al menos en mi caso, puede ser engañoso, estoy
convencido que el hijo es mejor que el padre y las virtudes del primero no son
siempre debidas a méritos del segundo.
Me llamarás
cansino si vuelvo a insistir en uno de los valores que creo, cada vez más,
fundamental: la humildad. Casi todos en los que puedo pensar terminan
confluyendo, de una u otra manera, en ella. Pero como hablarte de ella si yo no
hago antes un mínimo acto de humildad, reconocer algunos de los muchos defectos
que han ido jalonando mi vida. La cobardía y la comodidad que me han llevado a
asumir riesgos aún dejando a un lado los convicciones que yo parecía tener.
Digo parecía porque creo que uno no las tiene de hecho si no es capaz de
llevarlas a cabo. La irascibilidad que han multiplicado en mi vida episodios de
cólera de los que no puedo sino avergonzarme, en la gran mayoría de los casos
desproporcionada si no gratuita. La falta de expresividad, hay tantas cosas que
se deben decir y no se dicen, tantos gestos que hay que tener y no se realizan;
las ocasiones perdidas para expresarse (especialmente los afectos) difícilmente
se recuperan, se van acumulando formando una montaña que luego es muy difícil
atravesar o derruir.
La humildad es la antesala del conocimiento. No la
desprecies como algo menor. Hablo de ese conocimiento que te lleva a saber cada
vez más de algo. ¿Cómo puede uno profundizar en el conocimiento de algo sin
dejarse guiar por las preguntas? ¿Y cómo pueden surgir estas preguntas si uno
no acepta sus carencias en el saber? Pero el conocimiento es mucho más, se
trata de desarrollar la inteligencia, la capacidad para comprender la realidad,
pero esa capacidad no es sólo una cuestión de inteligencia lo es también de una
actitud ante la vida que nos facilita el sentido de la realidad y el talento
para desenvolverse en ella. Se trata de mantener el deseo y la necesidad de una
formación permanente, la exigencia de saber cada día más desde la paradójica
conciencia de que uno sabe cada día menos, cuanto más sabes más cosciente eres de lo que te falta por saber, sólo el ignorante se jacta de lo mucho que sabe; y también la exigencia de ser cada día mejor persona.
Si en algún momento de tu vida dejas de sentir la necesidad de alguna de las
dos cosas, pensarás que no tienes un saber insuficiente o no creerás que eres personalmente
mejorable, la humildad se te habrá caído. Mantenerte en esta tensión es
complicado pero a la vez apasionante. Es embarcarse en un proyecto sin fin,
pero que cómo la Ítaca que nunca terminas de alcanzar adquirirás conciencia de
que es el viaje lo que ha merecido la pena.
Se trata de la
actitud que te ayuda a situarte en esta vida, allá donde eres necesario porque
hay alguien que te necesita. No aspires a codearte únicamente con los grandes
(descubrirás que el concepto de grande y pequeño es sumamente relativo) te
habrás convertido en un ser ridículo, pura apariencia, un fantoche aunque tenga
todo el poder en sus manos. La actitud que te ayuda a enfocar las diferentes
situaciones de la vida. No te fijes siempre en lo que te es debido sino también
en lo que debes tú y aprende a agradecer lo que recibes al descubrir la
gratuidad que encierra a menudo y lo que los demás han puesto en ello. Es
también descubrir la necesidad del otro para ese conocimiento, conjugar la
autonomía con la conciencia de nuestra heteronimia, difícilmente en nuestro
aprendizaje no se cruza el prójimo. La humildad te llevará a una actitud de
apertura hacia los demás de los que siempre podrás aprender (aunque sea para
rechazar) y con los que siempre podrás crecer como persona. También te hará difícil llenarte la boca con grandes palabras sin aplicártelas a ti mismo. No pretendas cambiar el mundo sin intentar de igual manera cambiarte a ti mismo y el pequeño mundo que te rodea. No hacerlo sólo será un acto hipócrita.
Me pregunto
qué habrás aprendido de mí. Todo padre aspira a que sus hijos no cometan las
equivocaciones que él cometió, incluso que no cometa equivocaciones (las que él
considera equivocaciones), aspiración completamente inútil pues de la misma
manera que él cometió sus errores y tuvo sus defectos es inevitable en la vida
equivocarse y ser imperfecto, perderíamos la tarea (ya dije que apasionante) de
pulirse y recrearse a cada día. Tendré que aceptar tus equivocaciones y tus
defectos, cómo no, es tu derecho y es tu vida, pero quisiera poder acompañarte
en ese camino y aconsejarte en ello aunque deseches, si es tu opinión, ese
consejo. Pero en ese proceso de caminar y tropezar, de hacerse y rehacerse, de
formarse y malformarse que es la vida, no puedo evitar la dureza que es para mí
descubrir en ti mis propios errores y defectos, verme identificado en ellos.
¿Es eso lo que aprendiste de mí? A menudo te he dicho que te quedes, si
quieres, con aquello de mí que te guste y que corrijas en ti aquello que de mí
veas detestable. Un ejemplo para aceptar o rechazar formas de ser. Pero supongo
que es inevitable la tentación de adoptar aquellos comportamientos con los que
has crecido. Tendré que cargar con esa responsabilidad y esa culpa.
Espero que
hayas aprendido de mí algo de pensamiento crítico y que sea conmigo con el
primero que ejerzas esa disposición. Te será muy necesaria en este mundo
empeñado en uniformar con un solo ropaje y con una capacidad de manipulación
cada vez mayor. De la misma manera deseo que hayas aprendido de mí la
disposición al perdón y que sea también conmigo con el primero que lo pongas en
práctica. Son tantos los momentos de los que me avergüenzo, el daño del que me
siento responsable aunque no estuviera en mi intención. No puedo dejar de
relacionar esa capacidad para perdonar con la humildad. Todos necesitamos ser
perdonados en algún momento, ¿vamos a vender caro el nuestro? Espero por último que hayas aprendido de
mí cierta actitud de dignidad ante los contratiempos de la vida. En realidad
quiero decir que espero haber mostrado cierta dignidad ante esos contratiempos,
la suficiente como para poder ser percibida y poder dejar un poco de huella.
Esos contratiempos, eso dolores, son inevitables, los tendrás como todos los
hemos tenido y los tendrán, serán tus dolores pero te exigirán respuesta, sólo
espero que esta no te obligue a agachar la cerviz.
En estos años
has tenido que acompañarme en mi dolor. Siento que con ello he perdido el poder
disfrutar de parte de tu infancia y quizá te ha robado a ti una buena parte de
ella, espero que a cambio esa experiencia te haya servido de algo, hayas podido
aprender algo con ella. A mí sí me ha servido aunque no haya podido evitar
fases en las que mi sufrimiento iba más allá de donde debía para extenderse a
vosotros. Gracias por el aguante y gracias por la ayuda. A veces los papeles se
invierten y el padre pasa a ser hijo y éste pasa a ser padre. Esa es la ley de
la vida, el tiempo pasa y en ese transcurrir se van sucediendo muy diferentes
etapas no siempre predecibles y que nos van exigiendo distintas respuestas y
asumir distintos papeles por lo que siempre debemos andar aprendiendo. Así es
el papel de padre, un continuo aprendizaje que continuamente queda desfasado al
ir creciendo el hijo; es inevitable por ello cometer errores, espero que los perdones,
solo soy un aprendiz y me llegará el final siéndolo.
Un beso,
aunque me sabe a poco.
Valiente y digna, clara y humilde, desprende Amor y Sinceridad. Creo que ambos sois afortunados. Estás transmitiendo algo parecido al, "de mayor quiero ser alumna", que un día hace ya tiempo escuché con emoción. Aprendices permanentes reincorporando aquello "qué, y con lo qué", nos reinventamos al caminar. He sido afortunada al encontrar la lectura de tus palabras.
ResponderEliminarPor casualidad, las cosas que tiene internet, he visto tu nombre. Me he permitido a través del Facebook de Luis Mario leer la carta al hijo. Espero que le llegue a tu hijo y a muchos hijos porque es el sentir de muchos padres, pero tú tienes la facilidad para trasmitir lo que sientes.
ResponderEliminarDe vez en cuando me pasaré a leer tus escritos.
Un abrazo
Carmen Prada