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miércoles, 27 de julio de 2011

LA LOCURA DE ULISES

Ulises cabalgaba a lomos de una historia que le hacía grande.

Penélope tejía sueños en la noche para recibirle.

Ulises, el grande, navegaba entre temporales en busca de Ítaca. La isla donde crecen los sueños. Cabalgaba a lomos del cíclope. Dueño y señor de las bestias.

Y uno de sus sueños decía así:

Ulises no fue capaz de cumplir el mandato de Atenea de parar el derramamiento de sangre y en su fuero interno seguía persiguiendo a sus enemigos cual un águila de alto vuelo. La cólera de Poseidón continuaba persiguiéndole sin descanso aún en los brazos de Penélope. La maldición de Polifemo azotaba su espíritu. Había alcanzado su Ítaca pero la espada permanecía agitándose en su corazón. Los enemigos acechaban aun en el momento del placer y él los buscaba para alcanzarlo. El largo viaje había marcado cicatrices en su interior de las que no era capaz de desembarazarse. Y la guerra y la ansiedad se convirtieron en sus perpetuos compañeros de viaje. Y el dolor se vestía de placer para hacerse soportable; y el placer se vestía de dolor para alcanzar los cielos.

En las noches de zozobra buscaba el recuerdo de Penélope para excitarse, pero junto a ese recuerdo le fue asaltando la duda. Dónde estaría Penélope. Con quién. Qué estaría haciendo. Y fue poniendo entre el oleaje formas, lugares y nombres a esas preguntas; y la duda también se convirtió en excitación; y las historias en su propio caballo de Troya que ya nunca le abandonó. Y a ese caballo para él se le puso nombre: Antínoo.

Yacía junto a Penélope. Ella recostaba su cabeza sobre el pecho de él. Él peinaba sus cabellos con su mano izquierda y con su derecha recorría el contorno de su cuerpo. Besaba con fruición su boca, enroscando su lengua en la de ella. Lamía con deleite sus pechos, regodeándose en el ir y venir de sus pezones. Enredaba sus dedos en el vello de la ingle y atacaba con desmesura el secreto del placer, la cueva de los goces y los lamentos. Y para experimentar el éxtasis ya siempre lo necesitaba a él.

-Háblame de Antínoo.

Y ella le hablaba de Antínoo. De cómo la tentación se convirtió en disfrute. De cómo el pecado le llevó a la gloria. De cómo en la soledad de la espera, Antínoo le abrió las puertas de la vida reservadas para Ulises. De cómo derribó sus murallas, de cómo acometió la empresa, de dónde, de cuándo, de qué. Antínoo. Antínoo y Penélope. Antínoo, Penélope y Ulises. Y Antínoo. Y Ulises. Alcanzando la cumbre del disfrute cargándolo sobre su espalda. Y Penélope. Y Antínoo.

Cada noche se volvían a encontrar los tres en las historias de Penélope. Cada noche Ulises tenía mayor necesidad de su recuerdo. De escucharla rememorándolo. De verla en él. De hacerse presente en el pasado. De sufrir y de gozar.

Y el recuerdo fue creciendo y se fue convirtiendo en un cíclope que no era capaz de dominar. Y su Penélope en una mujer que no era capaz de reconocer en la memoria. Y entonces empezó a sentir miedo. Ulises el conquistador de Troya. Ulises el vencedor de Polifemo. Ulises, capaz de huir de los gigantes. Ulises, inmune a las artes de la hechicería. Ulises, burlador de los mares y de los dioses. Ulises, tenía miedo. Cabalgaba ciego sobre la espalda de un monstruo escuchando carcajadas a su alrededor. Ulises, el ingenioso, había sido burlado. Ulises, el grande, estaba asustado. El suelo se había hundido bajo sus pies. No existía norte, ni sur para él. Ni este ni oeste. Ciego y desorientado, el monstruo que él había creado jugaba a su antojo con Ulises.

Una noche Penélope lo encontró sollozando como un niño. Hecho un ovillo y escondido debajo de la sábana.

-¿Qué te ocurre guerrero mío?

Se recostó a su lado y atrajo con sus brazos su cabeza hasta su pecho.

- ¿Qué te acecha?, mi fortaleza y mi sostén. ¿Por qué lloras?

- No te reconozco, mi casta Penélope. Has sido casta para mí e impúdica para él. Suave llovizna sobre mi cuerpo y violenta tempestad sobre el de él. Tímida doncella para mí y turbia y atrevida con él. ¿En qué fallé? ¿Qué me perdí? ¿Por qué saboreó él las mieles a mí reservadas? Siento que Ulises el fuerte es débil y frágil como un corderillo. Siento que el viaje fue eterno, que aún no he llegado, que ya no volveré. Que el tiempo me arrebató lo que más deseaba y que me ha devorado a mí también.

- ¿Cómo puedes decir eso, mi fiel Ulises? ¿Cómo puedes haberme creído? ¿No me conoces acaso? Soy tu casta Penélope. Siempre lo he sido. Nunca fui de otra manera. Nunca podré serlo. Por ti he creado este sueño. No dejes que se te convierta en pesadilla.

El llanto rompió definitivamente el dique. Sus lágrimas mojaban los senos de Penélope. Su cuerpo convulsionaba entre los brazos de ella. El lloro fue el rocío que apaciguó sus temores. Entre caricias su respiración fue recobrando la calma. El sueño fue envolviendo sus ojos cerrados.

- Mi pequeño Ulises. Sólo tú has sido mi principio y mi final. Sólo a ti estaba destinada desde antes de nacer. Sólo tú has estado y estarás en mí.

Fue besando la humedad que quedaba entre el surco de sus parpados, las pequeñas lágrimas que en su rostro esperaban el beso, y Ulises volvió a ser fuerte. Ulises el conquistador de Troya. Ulises el vencedor de Polifemo. Ulises, capaz de huir de los gigantes. Ulises el naufrago arribó a las costas de la paz y se quedó dormido. Penélope acariciaba sus cabellos y en susurros le decía:

- Tonto. Mi tonto. Mi amado tonto.- Pero Ulises, dormido, no pudo ver la sonrisa mezcla de ironía y ternura que se esbozó en su rostro.

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