Hace unos días terminé de leer el volumen de cuentos completos “La puerta de la luna” de Ana María Matute. Me ha cautivado. Es muy difícil conjugar en una perfecta prosa realismo y lirismo, crudeza y ternura. Se trata de una experiencia, para mí, altamente recomendable por su doble belleza estética y ética. Como muestra unos ejemplos: Bernardino, La rama seca, Los chicos y Pecado de omisión.
Seguramente esa facilidad para narrar además de aprenderse requiere una capacidad innata. Nadie puede intervenir en el equipaje de dones que le llegan de nacimiento y, por supuesto, no es exigible a nadie la adquisición de esas habilidades expresivas, pero conseguir una obra de ese calado exige no solo el manejo de una serie de destrezas sino que también necesita una cualidad humana, una sensibilidad especial, una sensibilidad especial hacia lo humano, una capacidad para ver más allá de lo evidente, una disposición para ponerse de parte del más débil sin caer por ello en el maniqueísmo, una sensibilidad sin derivar en sentimentalismo, pobreza no es sinónimo de bondad, al contrario, a menudo va acompañada de la crueldad, dolor no lo es de la piedad, con frecuencia conlleva resentimiento y venganza ciega. La sensibilidad no supone perder de vista la complejidad de la vida, la emoción no contradice la inteligencia, al contrario, debe potenciarla; la delicadeza al tratar lo humano no está exenta ni de rigor ni de mostrar la dureza necesaria. Es esta forma de ser y de ver el mundo y la vida la que sí es exigible, ha de ser objetivo de todo sistema educativo, de educandos y, necesariamente, de educadores, pero no se instruye, se educa, no es posible contagiar el virus que no se padece. Pero también es exigible en muchos otros ámbitos, pongamos por caso dos: la función pública y la política. ¿Alguien sin embargo la echa de menos? La necesidad de contemplar el factor humano parece haberse perdido, el crecimiento personal planteado en estos ámbitos mueve a la sorna, a la sonrisa irónica, a la burla. Se trata de asuntos particulares en los que nadie tiene derecho a entrar, cuestiones extrañas a lo público y a lo político. Mariconadas para los machitos, es triste que la incorporación de la mujer a la vida pública no haya traído consigo esta perspectiva. Gilipolleces para los que presumen de visión materialista simplona, lamentable que la izquierda haya ido abandonando en manos de la iglesia la cuestión de la moral atemorizada por la reacción de esta cuando se tocan los valores. Mientras tanto esta última y una derecha a la que se le llena la boca al hablar de moral la ignoran de facto y claman la libertad de conciencia cuando se les reclama (que tristeza al nivel en el que ha ido cayendo la palabra libertad).
Y sin embargo, ¿es posible acometer un servicio público como es debido sin esa sensibilidad? ¿Lo es gestionar los asuntos públicos? ¿Es posible hacer futuro desde una sociedad clónica? ¿Cómo asumir estos retos? Ese factor humano tiene un fundamento político y unas consecuencias políticas. La organización de la vida en común es llevada a cabo por los individuos y estos actúan en base a sus valores, a su conciencia. Que estos sean unos u otros repercute necesariamente en la toma de unas decisiones u otras, en como se pretende configurar la polis. Abstraer las características humanas de la vida política no es sino aceptar el discurso de lo inevitable, el dominio de lo económico, la asunción acrítica de los modos y maneras generalizados de hacer política, dejar las decisiones en manos de los aparatos y su maquinaria, decisiones impersonales tomadas por estructuras impersonales y ejecutadas por personas. Es la enajenación de la conciencia personal pero también del ser político. Una sensibilidad que se encuentra guiada por la celebre frase de Publio Terencio, “hombre soy y nada de lo humano me es ajeno” y que ha de verse plasmada en una serie de comportamientos. El animal político se ha de encontrar guiado por una escala de valores en aras de diseñar y construir la polis, no por intereses particulares y colectivos concretados en un partido que como toda organización humana (no hay organizaciones divinas) ha de ser un medio, no un fin. La política y especialmente aquellas organizaciones que pretenden construir otra sociedad con arreglo a otra escala de valores, ha de ser por ello incompatible con determinados usos, hábitos, comportamientos.
Exigible en lo público, deseable, como no, a todo ser humano. Alcanzar esta capacidad de conexión con lo humano es tarea de toda una vida y de cualquier vida. Podrán concluir nuestros ciclos vitales, tendremos que cerrar las puertas a nuestras ambiciones, nos veremos obligados a concluir las labores que parecían definirnos, pero siempre nos quedará la inacabable ocupación de hacernos más sabios, de la única sabiduría absolutamente necesaria y radicalmente política, la de la bondad, la de la compasión, la de la ternura, la de la piedad, la del hecho de hacernos cada día más humanos, hasta el momento de la muerte. Realismo y lirismo. Crudeza cuando sea necesaria y ternura siempre, es la puerta de la luna y la puerta de los sueños.
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