El dolor y el sufrimiento es consustancial a la vida. La injusticia, desgraciadamente, también. No se trata de sustantivos comunes abstractos que simplemente designan abstracciones, ideas, sino que tales conceptos vienen a concretarse en nombres propios, Juan, Marta, Inés, Carlos, Dolores. Nombres propios que se encuentran encarnados en rostros, manos, pies, amaneceres y anocheceres, miradas y silencios. Personas de carne y hueso con las que convivimos, que nos encontramos en la calle, que son nuestros vecinos, que quizás somos nosotros. Pero, ¿quiénes son los responsables de todo ese padecimiento? Los responsables no siempre tienen nombre propio, no tienen rostro. ¿Quién es el responsable del cáncer? ¿Quién el de la esclerosis múltiple? ¿Quién el de la soledad? ¿Quién el de la locura? ¿Quién de la simple frustración? A menudo su rostro se encuentra difuminado, su presencia resguardada en un mundo que nos es ajeno, inalcanzable, desconocido. ¿Quién es el responsable del hambre? ¿Quién de la pobreza? ¿Quién del paro? ¿Quién del reparto desigual y escandaloso de la riqueza? Nombres que parecen ser de ficción, personajes de un relato misterioso, tenebroso o épico, su reino no es de este mundo. En otras ocasiones puede ser que los responsables sí sean conocidos, cercanos, sus oídos capaces de escuchar nuestra voz, su cuerpo al alcance de nuestras manos, su existencia sensible a nuestras iniciativas, pero nuestra voz se apaga ante ellos, su cuerpo parece blindado ante nuestra presencia, su existencia imperturbable. El temor, el miedo nos atenaza.
Pero el ser humano necesita responsables, chivos expiatorios a los que responsabilizar del mal que sufrimos, otros seres humanos a los que insultar, cuerpos a los que golpear, reos a los que condenar. No importa su relación con el mal en sí lo que importa es el hecho de conseguir un culpable. Lo que importa es el calor del rebaño al corear los insultos, es la gratificación del eco retornando a nuestros oídos, es la descarga de energía al golpear, el desahogo irracional de la frustración, el regocijo al realizar el juicio sumarísimo, el sentimiento de poder al ejecutar la sentencia.
Es la necesidad de vengarse de la vida, de lo que le ha tocado de ella en el reparto. Dolor, hambre, miseria, soledad, desprecio, tortura, muerte. ¿Quién mejor para este comportamiento que un don nadie resentido? Un don nadie que vive en sí el fenómeno de la transubstanciación en el que se opera el cambio del no ser al ser, del nadie al uno más, del impotente al poderoso, del ignorante al sabio, arropado en la necedad del rebaño. Soldados de un ejército desmemoriado a la conquista de la nada, arrasando esperanzas, expulsando desdichas, triunfadores patéticos degollando al cordero.
Y quién mejor para convertirse en chivo que un nadie, aquel a quien le ha sido negado hasta el don. Es la lucha de los don nadie contra los nadie, es el acto tranquilizador de la venganza, pero de una venganza que ha desviado su objetivo, que ha cambiado su punto de mira para enfocar a aquel que sabe por debajo de él, fácil adversario, el antagonista ideal. Son los nadies, los harapos de la vida: negros, amarillos, gitanos, sudacas, seres desprovistos de su particularidad y disueltos en nombres comunes, despectivos, no contables, masa informe de despreciados; otras razas, otras culturas, otros países, otra pobreza, otros pobres, donde descargar la rabia, sobre los que alzar el pozo en el que nos hundiremos. El poder tranquilizador de la venganza. Y tras la batalla, ¿continuará paseando el responsable sobre los charcos de sangre? ¿Será posible evitar el ciclo infinito de venganzas? Oiremos una y otra vez el monólogo de Shylock en El Mercader de Venecia de Shakespeare :
“Soy un judío. ¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no se alimenta de la misma comida, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos?, Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?
Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en eso. Si un judío insulta a un cristiano, ¿cuál será la humildad de éste? La venganza. Si un cristiano ultraja a un judío, ¿qué nombre deberá llevar la paciencia del judío, si quiere seguir el ejemplo del cristiano? Pues venganza. La villanía que me enseñáis la pondré en práctica, y malo será que yo no sobrepase la instrucción que me habéis dado."
Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en eso. Si un judío insulta a un cristiano, ¿cuál será la humildad de éste? La venganza. Si un cristiano ultraja a un judío, ¿qué nombre deberá llevar la paciencia del judío, si quiere seguir el ejemplo del cristiano? Pues venganza. La villanía que me enseñáis la pondré en práctica, y malo será que yo no sobrepase la instrucción que me habéis dado."
En el ejercito de los don nadie vengativos, ¿cómo podremos encontrar en él nuestro nombre propio? ¿cómo podremos mirarnos al espejo? ¿cómo podremos ver reflejada en él nuestra mismidad?
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