Hablar por hablar, quizás no se
trate de una característica exclusiva de los españoles, lo que sí está claro es
que se trata de una de las mas representativas de los mismos. Hablar, es decir,
emitir sonidos en forma de palabras o de otras formas o medios con intención de
comunicarse pero sin llegar a establecer un diálogo con deseo
de alcanzar un acuerdo, uno de los ejemplos más claros es, tristemente, nuestro
Parlamento, si hay acuerdo es de modo previo en reuniones minoritarias a puerta
cerrada, únicamente asistimos al lamentable espectáculo público que suponen los
plenos en los que las posiciones ya vienen tomadas y el ejercicio cerebral de
nuestras señorías parece responder a un electroencefalograma plano, no
escuchan, no piensan, solo obedecen. Lamentablemente, además, los medios de
comunicación tienden a mostrarnos los pensamientos más simples, los insultos,
exabruptos, rebuznos, pataleos y demás ruidos. No nacieron para educar nuestros
diputados electos. No se sabe bien si son representativos del pueblo que le
elige o el pueblo aprende a ser así guiados por ellos. Pero no depositemos
todas las culpas en estas tristes personalidades, basta con fijar nuestra
mirada en cualquier otro grupo para darnos cuenta que los españoles no estamos
hechos para el diálogo, podemos echar un vistazo a una asamblea, reunión de
junta directiva, reunión orgánica, comunidad de vecinos, tertulias televisivas,
incluso claustros de profesores, grupos de amigos o familiares. No se escucha,
se habla en parejas sin prestar atención a la persona que en ese momento habla
para todos, si existe un orden del día cuesta llevarlo a cabo, se interrumpe
cuando se quiere, habitualmente no existe turno de palabra, habla quien más
levanta la voz, pobre de aquella persona que habla bajo, si existe ese turno
cuesta que se respete, fácilmente se levanta la voz y se acaba hablando a
voces, las conversaciones se enredan hasta tal punto que uno no sabe de qué se
está hablando en ese momento, no se sabe
tomar decisiones, se desprecia la teoría, raramente hay una higiene mental que
sepa distinguir entre la necesidad de la reflexión sobre la realidad antes de
la toma de decisiones, en general podemos hablar de caos más que de orden. Hablamos
por hablar, por hacer ruido, por simular que nos comunicamos, pero a menudo son
conversaciones vacías en las que lo verdaderamente importante no se menciona.
Hablamos para identificarnos con un grupo, no hablamos para hacernos
comprender, para convencer, hablamos para vencer y en ocasiones para humillar.
Hablamos para hacernos pasar por personas abiertas, extrovertidas, pero es
mucho ruido lo que emitimos que no toca, ni de lejos, lo más profundo de
nosotros. Hablamos para escucharnos,
repitiendo lugares comunes, estereotipos, aquello que hemos oído de un
argumentario que no es nuestro y que asumimos sin cuestionario en nada, sin
utilizar nuestra razón. Quizás ahí se encuentra el principal motivo de todo, no
sabemos dialogar porque no hablamos con nosotros mismos, no nos preguntamos
nada que arriesgue alguna de nuestras certezas y ponga en juego nuestra
tranquilidad y la podamos perder, no escuchamos voz alguna de nuestro interior que
nos lleve a cuestionar lo que somos, no queremos manejar un pensamiento libre,
acostumbrar a nuestro cerebro a ser librepensadores abiertos al mundo y al
diferente, a hablar para acercarnos y a escuchar para comprender al otro y
aprender. Hablamos utilizando afirmaciones categóricas y muy raramente interrogantes
que se puedan volver contra nosotros, así difícilmente ejercitaremos la sana práctica
del diálogo
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