Desde la cama, tumbado, contemplas
el techo, nada puedes mover, ni las piernas ni los brazos y mínimamente la cabeza,
pero no lo suficiente como para que tus ojos puedan contemplar algo más que
esos focos que también permanecen inmóviles sin llegar a saber bien quien mira
a quien si tú a ellos o ellos a ti. Es cuestión de aprender a armarte de
paciencia para ver pasar el tiempo sin poder contemplar algo más que esa foto
fija. Pero como todo en la vida siempre hay diferencias, mi paciencia sé que
tiene un límite no muy lejano en el tiempo, yo no puedo hacer nada por mí
mismo, pero raro es el tiempo que no me encuentro acompañado, aunque esa
compañía haya que pagarla. Alguien llegará y me cambiará de posición y dejaré
de mantener mi mirada fija en ese techo blanco en el que mis ojos se
encontraban presos. Alguien llegará y me trasladará a una silla de ruedas o
levantara mi torso manejando la cama articulada y trayéndome el ordenador o
encendiéndome la televisión, objetos que parecen muy normales pero que no lo
son para la mayor parte de la humanidad y resultan esenciales cuando la amenaza
es la eternidad.
Tumbado una mosca se acerca a mi
cara y se posa en ella, muevo ligeramente el rostro, el insecto levanta el vuelo,
pero inmediatamente se vuelve a posar. Repito ese movimiento una y otra vez, en
múltiples ocasiones con el mismo resultado, la mosca vuelve a mí. Intento
calmarme, aguantar su presencia en mi cara, sentirla moviéndose por ella. No es
fácil de ignorar ese bicho, está por encima de todos mis pensamientos. La mosca
ignorando mis deseos, está bien claro que no le causo temor, ella a mí casi sí.
Pienso en las repetidas imágenes de niños africanos con la cara llena de
moscas, decenas de esos insectos comiéndoles el rostro sin inmutarse; una sola
mosca, una, es para mí una tortura. ¿Cuánto puede vivir un tetrapléjico en esas
zonas? He tenido suerte también en esto.
La eternidad se percibe en un
simple instante, el infinito se intuye cuando en un momento vives la amenaza
que no tiene fin, hay algo en tu interior que te hace vivir esa condena. La
quietud te lleva de forma obligada a un pensar sin fin, un vaivén de pensamientos
que en algún momento pueden dispararse sin control. Pensar es la característica
fundamental del ser humano siempre que seamos capaces de manejar ese poder a
través del control de la paciencia, siempre que en el pulso la victoria sea
nuestra pues la derrota puede tener un nombre: locura.
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