La gran ilusión de mi vida no tuvo
que ver nunca con el terreno profesional, era mucho más vital, se trataba de
llegar a ser padre. La vida no me lo puso fácil, me puso por medio las
suficientes trabas como para sospechar que esa ilusión se podía ver frustrada.
No se trataba solo de una cuestión biológica, se trataba también de tener la
ocasión de poder desempeñar un rol que en mi infancia lo cumplía la madre, era
esta la que batallaba con los hijos, la que establecía. los vínculos afectivos.
Afortunadamente tuve la ocasión de disfrutar de ambas cuestiones. Si alguien me
hubiera preguntado algo tan simple como que cual era mi palabra favorita
hubiera contestado sin vacilación alguna que esta era “papá” escuchada de boca
de mis hijos. Mi felicidad está asociada a ellos, los recuerdos que desde el
primer momento de sus vidas me acompañan. Desde ese momento intenté ganarme a
pulso un papel en sus vidas que no fuese algo tan arcaico como el varón que
trae el sobre de dinero a final de mes y se encuentra toda la semana preocupado
por los resultados de fútbol. El tiempo me ha acompañado y facilitado esto
pues, para bien, los roles han cambiado, aunque no sea lo suficiente, en la
sociedad y en el interior de la familia. El tiempo que ocupé en la infancia de
mis hijos ha sido, sin duda alguna, el mejor ocupado de mi vida, las noches sin
dormir han sido las mejor empleadas de ella; el hábito diario de la lectura y
el juego ha sido el hábito que con mayor ansiedad esperaba y con mayor alegría
realizaba. Siempre envidié el papel que la naturaleza ha otorgado a la mujer,
la incomparable experiencia de llevar dentro de ti a un ser vivo. No dudo la
respuesta que las mujeres a las que se lo he dicho me han dado, seguro que se
trata de una idealización realizada por mi parte, que pensaría de otra manera
si hubiera sufrido las penalidades que a menudo acompañan al embarazo, sin
embargo la imposibilidad que por mi parte tengo para imaginar la experiencia
del lento crecer de una criatura en mi interior creo que me seduce aún más, esa
gran barriga que siempre me ha gritado que la acaricie, la enorme belleza del
desnudo de una mujer embarazada, el poder hipnótico de una madre amamantando,
el vínculo tan especial madre-hijo que tú, varón poderoso, nunca serás capaz de
imaginar. Varón poderoso y ridículo, más estúpido en la medida en que pretendes
representar un papel cada vez más alejado de ese vínculo. Lo mejor en esta vida
es esa infancia que te encuentras a punto de perder.
Ese papá que escuché por primera
vez me conmovió por dentro (o esa exclamación, “Ay,mi papaíto” de un hijo hizo
abrazando una de mis piernas y que todavía hoy me emociona). No es fácil
imaginar todo lo que lleva dentro esa palabra de tan solo cuatro letras, parece
difícil suponer que pueda encontrarse otra palabra de mas valor, salvo madre o
mamá que pertenece a otra categoría que el hombre nunca podrá alcanzar. En el
transcurrir de mi vida apareció otra no exenta de cierta ironía pero que yo
ostento como si fuera un galardón épico: mamapapa. Esa “medalla” me fue colgada
por algunos comportamientos que recordaban a los de las viejas madres y que,
todo hay que decirlo, cansaban o cansan a mis hijos pero que yo no podía
evitar. La madre persecutoria que acostumbrada a levantarse todas las
madrugadas lo siguió haciendo durante años despertando automáticamente al oír
abrir la puerta de la habitación de ellos y se levantaba para investigar lo que
ocurría, aunque solo fuera salir para orinar y les crispaba que a sus edades
apareciera la cabeza de su padre asomándose a la puerta del wc mientras echaban
tranquilamente el chorro o sigue controlando las raciones de comida no fuera a
ser que alguno recibiera 50 gramos menos y muriera de inanición, crispación que
también ocurre en cuanto se me ve mover los ojos pasando revista a la mesa,
doña preocupaciones, don piensa que te piensa. Soy consciente del enfado y la
ironía que supone, del mismo modo que suponían algunos comportamientos de mi
madre que hoy recuerdo con cariño.
Todo esto no hubiera sido posible
sin la presencia de mi esposa, con la que he compartido tareas y por ello he
tenido la fortuna de haber podido ser padre en la práctica y no solo de forma
oficiosa, pero esto no me eximió de meteduras de pata típicamente varoniles y
paternas que llevaré toda la vida en mi memoria y sobre mi conciencia por muy
menores que puedan parecer y por anacrónico que pueda parecer el sentimiento de
culpa pero que siempre defenderé como necesario para crecer en humanidad y
poder convivir en sociedad, comportamientos irracionales y típicamente
masculinos que ni de lejos pueden valer una sola lagrima de un niño. No solo se
trata de asumir tareas tradicionalmente femeninas sino también de hacerlo con
actitudes que han sido propias de la madre, es necesario tener abiertos los
ojos, el cerebro y el corazón; mi madre y mi mujer me han servido como
referencia.
El tiempo te va dando sorpresas
no siempre gratas que te pueden obligar a reubicarte en la vida, a irte
desprendiendo del papel que desempeñabas hasta ese momento por mucho que lo
añores. Todos esos roles suponen actividad, movimiento, esfuerzo; juntos el sin
parar que ha sido el tradicional desempeño de la mujer en casa; la enfermedad
con la que cargo me ha obligado a irme desprendiendo paulatinamente de parte de
mis actividades hasta haberme desprendido casi de todas, mi cuerpo hoy
permanece inmóvil, he ido cediendo a mi mujer todo lo que yo hacía y ella ha
ido cargándose cada vez más hasta asumir el rol tradicional de la madre. Me
siento orgulloso de ese título honorifico pero contemplo pasivo desde mi cama
quien es hoy la verdadera “mamapapa”, Mercedes,
mi compañera,
Ay, Jesús, eres tan necesariamente hondo que leerte es beber de un pozo sanador que alivia y aligerar la esperanza. Te quiero
ResponderEliminar