Atrapado en el zulo, inmóvil,
rodeado de silencio, con una eternidad por delante. Cuando eres absolutamente
dependiente en cada uno de tus gestos por mínimo que sea, rodeado de tecnología
inútil para hacerte autónomo, una cama articulada para la que necesitas otras
manos, que no sean las tuyas, que puedan moverla, un mando de televisión
necesitado de otros dedos capaces de pulsarlo, una silla de ruedas eléctrica
capaz de moverse, inclinarse y elevarse pero en la que permanezco quieto si
otra persona no la maneja, un ordenador que puedo manejar y escribir con la
mirada pero que exige otra persona que lo encienda y que te lo ponga a punto,
cuando cada uno de tus gestos por minúsculo que sea necesita la participación
de otra persona tu tiempo ya no es tu tiempo y es inevitable que en algún
momento salten chispas, surja un conflicto, salvo que compres ese tiempo, que
pagues un salario porque esas manos y esas piernas sean también las tuyas, pero
esto no siempre es posible. Los ritmos de las personas no son iguales como no
lo son sus quehaceres. Tu completa inmovilidad no tiene por qué significar la
inacción absoluta. Tu tiempo ha de estar ocupado por distintas actividades, a
pesar de tu parálisis no puedes encontrarte condenado a la muerte en vida, pero
esta exigencia, en tu situación, lleva necesariamente al choque de vidas, a
interrumpir los diferentes ritmos, incluso, dentro de estos, a interrumpir el
descanso.
Atrapado en un cepo que te
mantiene encerrado en un habitáculo mínimo del que no puedes escapar y en el
que parece que te falta el aire. Quien te cuida tiene su propia vida que
necesariamente no tiene la lentitud y la continua pausa que tiene la tuya,
puedes pagar por poseer el tiempo de un extraño para ti pero no puedes hacerlo con
alguien de tu familia, la convivencia familiar no se debe mercantilizar aunque
su coste sea la aparición de esos momentos de conflicto. Obligatoriamente las
circunstancias llevan a un reparto de roles, tú eres el que demanda la presencia de alguien y
la otra persona la que tiene que interrumpir su labor. Difícilmente sabrás la
oportunidad del momento y qué es aquello que vas a interrumpir y por lo tanto cómo
la otra persona va a acoger tu llamada, de la misma forma que el detalle que
pides puede parecer minúsculo o importante difícilmente puedes prever el tiempo
que transcurrirá entre una llamada y otra. Tu realidad es diferente a la otra
por lo que también es distinta la manera en cómo se percibe por cada parte. Lo
quieras o no supones una carga que ha de ser sobrellevada y superada; una carga
que tú no sabes cómo resolver, te sientes completamente impotente para ello, el
tiempo pasa y esa carga no solo no desaparece, sino que se acrecienta. El amor
y el cansancio conviven, cada día que pasa el agotamiento es mayor, el amor se mantiene,
pero la culpa aumenta. ¿Cómo puede uno compaginar cariño y conflicto, sentirse
unida a la otra persona y experimentar el ansia de liberación? El final, algún
día, tendrá que llegar y las lágrimas se unirán a un pequeño sentimiento de
relajación, uno caminará solo, la calle será suya y el viento le dará en la
cara. La carga ya no está, yo también habré descansado, los dos caminaremos
siempre juntos sin sentimiento de culpa con la certeza de habernos querido.
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