Enriqueta era una niña
traviesa y decidida que un buen día salió a pasear por el bosque espeso y
tenebroso que había al lado de su casa. Sus padres no querían que se adentrase
por él pero ella, cabezona como era, (traviesa, decidida y cabezona) no les
hizo caso y esa mañana, deseosa de aventuras, se lanzó a internarse entre las oscuras sombras que
formaban sus árboles. Se paseó saltando y cantando durante toda la mañana y cuando
consideró que iba siendo la hora de comer decidió regresar a su casa pero al
poco del camino de vuelta se dio cuenta que no lo encontraba, que se había
perdido, que era muy despistada (traviesa, decidida, cabezona y despistada) y
no se había preocupado de ir señalizando el camino por donde pasaba. Pasaron
las horas y seguía sin dar con la senda adecuada. La noche fue cayendo hasta
formar un negro lienzo a su alrededor. Enriqueta, aunque era valiente
(traviesa, decidida, cabezona, despistada y valiente) comenzó a sentir que las
piernas le temblaban y los dientes le castañeteaban, nunca había pasado tanto
tiempo perdida y sola, sus padres estarían preocupados y, lo peor, cuando
volviera a casa le caería encima una buena regañina.
El tiempo transcurrió y la
noche se fue cerrando a su alrededor y es entonces cuando escuchó una irónica y
potente carcajada sin llegar a descubrir de donde provenía. Enriqueta miró
hacia un lado, hacia otro pero nada y a nadie encontraba. Y la carcajada volvió
a sonar. Enriqueta de nuevo miró hacia un lada, hacia otro pero continuaba sin
encontrar ni nada ni a nadie. Pensó en seguir andando pero por tercera vez
escuchó la carcajada atronadora y esta vez, junto con ella, descubrió una
pierna enorme asomar de entre los árboles. La carcajada volvió a sonar y una
figura enorme se presentó ante ella, una figura enorme, fea y desaliñada.
Enriqueta quedó paralizada pero no tanto por miedo como por curiosidad, porque
ella era muy curiosa (traviesa, decidida, cabezona, despistada, valiente y
curiosa). Mientras observaba con extrañeza al ogro, pues ese ser enorme, feo y
desaliñado era un ogro, éste se iba acercando a ella paso a paso. Una mirada y
un paso, otra mirada y otro paso, así hasta que se encontró delante de ella, a
un solo paso de distancia. Enriqueta le miró sorprendida de arriba a abajo y de
abajo a arriba, nunca había visto un ser de ese tamaño y tan horripilante. El
ogro no tuvo ningún problema en capturarla y ponérsela debajo del brazo,
tampoco opuso resistencia Enriqueta porque pensó que al menos algo le daría de
comer y es que la niña era una comilona (traviesa, decidida, cabezona,
despistada, valiente, curiosa y comilona).
En cuanto llegó a su casa el
ogro se puso a preparar la comida, aunque había desayunado y comido el ogro era
un hambrón por lo que se dispuso a preparar la cena (enorme, feo, desaliñado y
hambrón). Encendió la cocina, llenó una olla de agua, la puso al fuego, cogió a
Enriqueta de las piernas y se dirigió con ella hacia la olla para ponerla a
cocer.
- ¡Alto! ¿Dónde vas? ¿Qué vas
a hacer? – gritó Enriqueta un poco horrorizada por lo que presentía y otro poco
(bastante) enfadada.
- ¡Qué va a ser, cenar, ya es
la hora! – le respondió el ogro sorprendido del desconocimiento de esa niña.
- ¿No irás a hacerlo sin
escuchar antes un cuento? – le indicó ella, porque Enriqueta, además de todo
era ingeniosa (traviesa, decidida, cabezona, despistada, valiente, curiosa,
comilona e ingeniosa).
-¿Qué cuento? – preguntó
asombrado el ogro.
- El que te voy a contar,
pero si me echas en la olla no podré hacerlo – contestó Enriqueta.
El ogro, algo perplejo, la
depositó en el suelo y se sentó una silla.
- ¡Venga ese cuento que tengo
hambre!
Y Enriqueta comenzó a contar
una larga y triste historia mientras el ogro primero comenzó a hacer pucheros
para luego romper a llorar desesperadamente, y es que era un sentimental
(enorme, feo, desaliñado, hambrón y sentimental). Esa noche el ogro cenó
acelgas cocidas.
Al la noche siguiente,
después de haber pasado todo el día fuera de casa, el ogro volvía saboreando la
ternura de la carne de Enriqueta, el gusto que adquiriría con las especias y la
extraordinaria sensación al metérsela entre sus labios. Con todo ello se le
hacía la boca agua. Cuando llegó, encontró a Enriqueta sentada en la mesa de la
cocina y echando un solitario.
- ¡Diablos! ¡ Qué ganas tengo
de llevarte a mi boca! – y tal como entró, cogió a Enriqueta de sus pies y se
precipitó con celeridad hacia la olla que por la mañana había dejado preparada.
- ¿Pero dónde vas, tragón? ¿Y
qué pasa con el cuento? – le recriminó Enriqueta mientras se dirigía cabeza
abajo hacia la lumbre.
- ¿El cuento? – exclamó el
ogro quedándose clavado en el suelo.
- El cuento recuento de antes
de la cena – le respondió Enriqueta con un ligero tono cantarín.
Algo contrariado el ogro la
depositó en el suelo, se sentó en la silla y se dispuso a escucharla. Y
Enriqueta ideó esta vez una divertida historia llena de chistes y
chascarrillos. El ogro reía y reía cada vez más sujetándose la tripa y
levantándose de vez en cuando para poder respirar y es que tenía mucho sentido
del humor (enorme, feo, desaliñado, hambrón, sentimental y con humor). Esa
noche cenó judías verdes… cocidas.
En la tercera noche, nada más
entrar en casa el ogro se sentó directamente en la silla, puso las palmas de
sus manos sobre las rodillas y, sin decir nada, se quedó mirando a Enriqueta,
ésta, al verle, sonrió y comenzó una nueva y siempre larga historia. El ogro la
observaba con una leve sonrisa en la cara que unas veces se acentuaba y otras
se humedecía con el apunte de unas lágrimas en sus ojos. Y es que el ogro era
un romántico (enorme, feo, desaliñado, hambrón, sentimental, con humor y
romántico). Esa noche cenó coliflor… cocida.
En la cuarta noche Enriqueta
se decidió a narrar un cuento de miedo lleno de fantasmas y de brujos y brujas.
Sorprendentemente, el ogro se puso a temblar, se tapaba los ojos, se tapaba la
boca, se tapaba los oídos, se tapaba la cara entera, y es que, sin esperarlo,
resulto que era un poco miedoso romántico (enorme, feo, desaliñado, hambrón,
sentimental, con humor, romántico y miedoso). Esa noche cenó zanahorias…
crudas.
A partir de entonces, cada
noche, el ogro no dejó de amenazar con cocinar a Enriqueta y comérsela, pero
cada vez más aquello se convirtió en un simulacro que hacía por hacerlo, por no
perder autoridad, por cumplir su papel, pero la verdad es que había llegado un
momento en el que ya no hubiera podido pasar sin el cuento de Enriqueta y cada
vez más esa niña traviesa, decidida, cabezona, despistada, valiente, curiosa,
comilona e ingeniosa, le iba resultando simpática, muy simpática. Se fue dando
cuenta de que ya no podía pasar sin el cuento y de que tampoco podía pasar sin
ella.
Enriqueta por su parte no
dejó, noche tras noche, de ingeniar nuevas historias y de ir descubriendo que
tras ese rostro de ogro enorme, feo, desaliñado, hambrón, sentimental, con
humor, romántico y miedoso, se escondía también un ser bastante bonachón; y
cansada como estaba de verlo cenar todas las noches verduras crudas o cocidas
empezó a enseñarle todos los días a cocinar, a rehogar, a hornear, a saltear y
a gratinar, y es que Enriqueta además de traviesa, decidida, cabezona,
despistada, valiente, curiosa, comilona e ingeniosa y simpática, también era
buena cocinera.
Así pasó un día y otro, una
noche y otra y tras ellos las semanas, y tras ellas los meses, y tras ellos los
años, así hasta mil y una noches, es decir, casi tres años, es decir casi
treinta y tres meses, es decir, ciento cuarenta y tres semanas, es decir, mil y
un días. Enriqueta se había convertido en una jovencita bonita y madura sin
dejar de ser como era, es decir, traviesa, decidida, cabezona, despistada,
valiente, curiosa, comilona, ingeniosa, simpática y buena cocinera; y el ogro,
además de enorme, feo, desaliñado, hambrón, sentimental, con humor, romántico,
miedoso y bonachón, había empezado a ser educado.
- He pensado que quiero vivir
contigo – le dijo el ogro una mañana.
-Te advierto que tengo para
poco caldo – le respondió Enriqueta con una sonrisa en la boca. El ogro ya
hacía tiempo que había dejado de intentar hacer consomé con ella por lo que
también sonrió ante su respuesta. –Habrá que decírselo a mis padres.
- Habrá que decírselo
–contestó el ogro.
Se dispusieron a desandar el
camino que tanto tiempo atrás recorrió Enriqueta y a comenzar una nueva vida
repleta de historias y poesía y bañada de verduras y pasta al dente y es que el
ogro se había vuelto vegetariano. Enorme, feo, desaliñado, hambrón,
sentimental, con humor, romántico, miedoso, bonachón, educado y vegetariano.
Enriqueta dedicó un día entero a adecentarlo para que sus padres no se
asustaran al verlo. Limpio y arreglado el ogro resultaba hasta guapo. Enorme,
hambrón, sentimental, con humor, romántico, miedoso, bonachón, educado,
vegetariano y un rato guapo. Y allí fueron los dos, sentimentales, traviesos,
con humor, decididos, románticos, cabezones, bonachones, valientes, educados,
curiosos, vegetarianos, comilones, buenos cocineros, ingeniosos, simpáticos,
guapos y… enamorados.
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