Es
sorprendente la tranquilidad que mantienen los que conducen los trenes que
avanzan hacia el choque final. Quizá esa imagen no sea del todo exacta y sea
mas apropiada una de dos viejas locomotoras, una de ellas avanzando al grito de
“¡más madera!” y la otra permaneciendo inmóvil en la vía a la espera de ese
choque, empecinadas ambas en que son los buenos y llevan razón. No importa que
la colisión sea inevitable si no deciden pisar el freno o cambiar de vía. No
importa pues ellos llevan razón.
No
importa que en los trenes lleven gente que no comparten con ellos ese
encontronazo fatídico. Uno de ellos ha decidido ignorar a esa mayoría de
personas a las que llevan al golpe brutal. No son ciudadanos, no son de los
suyos, no son de los buenos, no llevan razón, por lo que no es necesario
considerar esa opinión. No importa pues ellos llevan razón. No importa que ese
comportamiento huela a una antigua xenofobia y lleve a la fractura de una
comunidad. A estas personas no hay que tenerlas en cuenta pues sencillamente no
son como deben de ser. Los que conducen la locomotora no están allí para
tenerlos en cuenta sino para ejecutar los planes para los que han sido elegidos
por un ser superior, planes por los que pasarán a la historia, por eso el tren
avanza toda velocidad enardecidos por ese designio casi divino. Mientras tanto
el otro tren les aguarda, inmóvil, silencioso, tranquilo. Tampoco importa que
esté lleno de pasajeros, que un importante número de ellos no compartan la
opinión de aquellos que están al frente de la locomotora, tampoco son como
deben ser, no son buenos, no llevan razón. Del mismo modo no es necesario
calcular las consecuencias del golpe, para todos, para las dos partes, para los
buenos y para los malos, para los que son como deben ser y para los que no. No
importan esas consecuencias, también están iluminados, no importan las
consecuencias, sino los principios; no importan las personas, sino las leyes,
no importa que éstas las hagan y deshagan las personas, una vez hechas resultan
inamovibles y están por encima de toda la gente; ellos están donde deben estar,
llevan razón.
Alabado
sea el señor, la historia esta por fin en manos de los iluminados, nuestros
descendientes desearán haber vivido este momento y haber contemplado a estos
elegidos conduciendo el tren de la historia, los efectos secundarios de este
momento apenas ocuparán un par de líneas, no tendrán nombres, no se oirán sus
quejas, no se sentirá su dolor. Una de las dos locomotoras quedará destrozada,
o las dos, pero sea como sea sus conductores sueñan con que mañana sus nombres aparecerán
en los libros de texto.
Y
serán malditos por mí desde la tumba.
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