La mudanza es ocasión para desprenderte de buena parte del ego que has ido acumulando con los años en forma de objeto, para soltar lastre que olvidaste tenías pero que recargaba tu paso y ralentizaba tu vida, pero también es momento para el reencuentro con aquel que fuiste y quedó sepultado bajo la desidia que los años fueron fabricando, con lo que soñaste y ya creías que algún ventarrón se había llevado, con lo que te rodeó y te fue haciendo y continúas llevando dentro de ti aunque desconozcas el lugar donde se encuentra pues ya es pura esencia de ti, aquello sin lo que nada serías, aquello por lo que fuiste y nunca dejarás de ser,
Amaneció un nuevo día
envuelta en la nube de todos los días.
Se dolió de un hueco en el abdomen
como le dolían todos los huecos sin rostro.
Sorbió una lágrima que resbalaba,
como hacía con todas sus mutiladas lágrimas.
Sin advertir
que entre sus párpados alumbraba el cielo,
que en sus labios germinaba un beso interminable,
que en las axilas florecían sonrisas,
que sus pechos ya estaban amamantando libertad,
que por su espalda ascendían camelias trepadoras,
que de sus costados brotaban ríos de risa,
que por su vientre se derramaba un bello bálsamo
que ahuyentaba nubes,
rellenaba huecos,
enjugaba lágrimas;
sin advertir
que esa noche
una madre titilaba al final del pasillo.
Se creía un cuerpo triste
sin advertir
que otro cuerpo alumbraba sus perfiles
aún en la misma noche.
Se creyó niña
sin advertir
que un cuerpo ansiaba hacerla madre
crepitando su dulzura entre las ascuas de su tristeza.
Se creyó fauna nocturna
pero una mariposa revoloteaba con ella mientras el sol
ascendía.
Se creía silencio inmóvil
pero la ternura le dibujaba una nueva oportunidad.
Se creía barro estéril
sin saber que era Dios que jugaba al escondite con forma de niño.
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